Crítica de “El poder del perro”: maldito bastardo ★★★★★
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Dirección y guion: Jane Campion, según la novela de Thomas Savage. Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Kodi Smit-McPhee, Kirsten Dunst, Jesse Plemons. Gran Bretaña-Australia-Canadá-Nueva Zelanda, 2021. Duración: 126 minutos. Drama.
Decía el crítico J. Hoberman que el western siempre ha sido el más idílico de los sistemas homosociales. En ausencia de la mujer, relegada con frecuencia a la espera del espacio doméstico o al derecho de pernada previo pago, desde su territorio conquistado y polvoriento, el hombre del western entendió la violencia como la forma más natural, ratificada por sus compañeros de manada, de corroborar su masculinidad. ¿Qué ocurre cuando esa violencia se sublima para camuflar la diferencia en la orientación sexual? ¿Qué pasa cuando la amistad, la camaradería, la idealización de los mentores y los hermanos, las pruebas de honor que son exámenes de virilidad, el miedo y el asco hacia el sexo opuesto, ocultan el mayor pecado mortal para la masculinidad, ahora tóxica, del western?
Apoyándose en la novela homónima de Thomas Savage, Jane Campion se ha planteado esas preguntas no para deconstruir un género cinematográfico -ella defiende que “El poder del perro” es una obra de cámara; nos atreveríamos a decir que es una singular y siniestra ‘kammerspielfilm’ que podría haber firmado el Fassbinder más cruel- sino para reflexionar sobre la identidad de un arquetipo icónico, que ha convertido sus deseos reprimidos en un tsunami de amarguras que lo devasta todo.
Así las cosas, Phil Burbank, al que Benedict Cumberbatch encarna con una mezcla de inteligencia, rencor, desprecio misántropo y vulnerabilidad verdaderamente majestuosa, es, para Campion, el vehículo de una psicología contradictoria, que es, en sí misma, la viva imagen de los misterios del deseo. Estamos más cerca de “El piano” de lo que parece, aunque en su Palma de Oro la masculinidad brutal se dividía en dos personajes -la civilización patriarcal, el atavismo sensual- y la música de Michael Nyman embellecía demasiado lo que aquí la excelente banda sonora de Johnny Greenwood transforma en abstracto y perturbador.
La segunda parte de la película, en la que Campion apuesta más abiertamente por el western ‘queer’, es espectacular. En el deseo entendido como juego de poder, que intercambia roles entre amo y esclavo, entre dominante y sumiso, se desmoronan los estereotipos de la masculinidad codificada. Tanto los interiores como los exteriores, los típicos paisajes abiertos del género, se vuelven ominosos y amenazantes, y la relación entre Phil y Peter (inquietante Kodi Smit-McPhee) oscila entre la fragilidad que provoca una atracción temblorosa y la fría, calculada intensidad de la venganza del fuerte que parece débil. “El poder del perro” no participa del romanticismo crepuscular de “Brokeback Mountain”: es una película áspera, trágica, terrible y venenosa sobre un amor que no puede manifestarse como tal, ahogado en un rol que lo aprieta como una bota malaya.
Lo mejor
La inteligencia con que Campion deconstruye una idea de masculinidad (auto)destructiva, con el deslumbrante apoyo de Cumberbatch.
Lo peor
Que la confundan con un western revisionista.