
Latín
No, la palabra “testificar” no viene de los romanos que se agarraban los testículos
Según algunas teorías, la palabra es una derivación de “testiculus”, compuesta por la la raíz “tesis” (testigo) y el sufijo diminutivo “culus”... es decir, “los pequeños testigos”

A lo largo de los años han surgido muchas teorías que han tratado de dar respuesta al origen de la palabra “testificar”. Y una de las leyendas urbanas más extendidas sobre este tema... y que se ha repetido hasta la saciedad, es esa de que el término procede de una tradición romana que consistía en que cada persona que había sido llamada al foro para dar su testimonio en un juicio, debía someterse a un juramento agarrándose los testículos con la mano derecha... algo así como lo de jurar sobre la Biblia, aunque de una forma un poco más “grosera”.
Al leer esto, al lector posiblemente se le venga a la cabeza la pregunta más evidente: ¿y cómo hacía una mujer para testificar? Normalmente, se suele responder a esta pregunta con la afirmación de que las mujeres en la Antigua Roma no tenían derecho a testificar... porque su palabra no era tenida en cuenta.
Pero, la verdad es que esto no es así. En el derecho romano el testimonio femenino sí que se admitía, porque era considerado una declaración de conocimiento y no de voluntad. Aunque sí que es cierto que existía una prohibición de testificar en el caso de las mujeres adulteras. Estaba escrito en la Lex Iulia, y se daba de esta forma porque se entendía que estas mujeres ya habían demostrado no ser de fiar.
La realidad es que no hay pruebas definitivas de que esa costumbre de agarrarse los mismísimos para prestar juramento sea real... y por lo tanto, tampoco queda claro que existiese una alternativa femenina al asunto.
Hay otra leyenda urbana que también ahonda en esto de tocarse los testículos. Según esta teoría, la palabra deriva de una supuesta costumbre que tiene lugar en los cónclaves donde se elige a un nuevo Santo Padre. La Iglesia nunca lo ha confirmado, pero al parecer, en estas sesiones un cardenal debe meter la mano bajo la sotana del recién escogido pontífice y atestiguar que -realmente- se trata de un varón. Según esta versión, incluso existe una silla destinada a tal fin llamada“sedia stercoraria”. La silla se parece a un retrete... pero quién sabe... a lo mejor está destinado a este uso tan concreto y puntual.
Esta leyenda urbana procede -a su vez- de otra leyenda que tiene que ver con el Papa Juan VIII, Santo Padre desde el año 872 hasta el 882. Algunos acusan a Juan VIII de ser -en realidad- “la Papisa Juana”. Sostienen que esta tal Juana se hizo pasar por hombre durante tanto tiempo que consiguió llegar al más alto de los cargos de la Santa Sede... pero que la descubrieron cuando ya era demasiado tarde, cuando dio a luz durante la procesión del Corpus. Los que defienden este mito también sostienen que aquello enfureció tanto al populacho, que la mataron a golpes... pero cómo es lógico, esto la Iglesia tampoco lo ha confirmado.
En conclusión, con estas dos teorías se postula que “testificar” es una derivación de la palabra “testiculus”, formado por la unión de la raíz “tesis” (testigo) y el sufijo “culus” (diminutivo)... o lo que viene a ser lo mismo: “los pequeños testigos”.
Pero nada más lejos de la realidad: la palabra española “testificar” tiene un origen mucho más aburrido y mundano. Al parecer, procede de la palabra “testificare”; compuesta a su vez por “tesis” (testigo) y “facere” (hacer). Es decir, “hacer de testigo”... lo dicho: mucho más aburrido.
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