Andreas Altmann cuenta “su infancia de mierda” al lado de su padre nazi, un soldado de las SS que lo maltrataba
El escritor y periodista cuenta su infancia, marcada por los golpes y los insultos de su padre, un exsoldado nazi y un miembro de las SS, que descargo sobre él su frustración. “Hasta el final de su vida confundió a su familia con los Urales donde disparaba y donde temía todos los días que le dispararan”, comenta el autor
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El padre de Andreas Altmann formó parte de las SS. Estuvo en el frente oriental y después de la Segunda Guerra Mundial se reintegró a la vida corriente. Sus frustraciones, su pasado roto y lo vivido en la contienda se añadieron a su carácter. En «La vida de mierda de mi padre, la vida de mierda de mi madre y mi propia infancia de mierda» (Seix Barral), el escritor y periodista cuenta los maltratos que él y su madre sufrieron a manos de este exnazi.
¿La violencia de su padre estuvo marcada por el nazismo?
Nadie sabe qué convierte a las personas en seres humanos violentos. Mi padre no nació como un nazi incondicional, se «convirtió» en un nazi. Se unió a las SA, compuestas por antisemitas, frustrados, mal equipados intelectualmente, que piden venganza por el Tratado de Versalles. Eran matones sin educación, a menudo desempleados y aburridos. Mi padre no era esto. Tal vez solo era un conformista que pensaba que ser nacionalsocialista era bueno para los negocios. Era propietario de una empresa que producía objetos devocionales. Su elección política no podía ser más que rentable.
¿La violencia de su padre fue consecuencia de la guerra?
Es difícil saber qué desencadena la violencia en una persona. Habiendo dicho esto, si vas a la guerra, en el caso de mi padre en Polonia y Rusia, para matar a la mayor cantidad posible de mujeres y de hombres, con la cabeza llena de supremacía germánica, estadísticamente hablando, tenía posibilidades de que se convirtiera en una máquina de matar. Al volver casa, porque a nadie en su época le importaban las personas con síndrome postraumático, sus estándares morales estaban deteriorados. Y hasta el final de su vida confundó a su familia con los Urales donde disparaba y donde temía todos los días que le dispararan.
¿El síndrome postraumático de los soldados alemanes es todavía un tabú?
Después de la guerra, nadie tenía noción de este diagnóstico médico. Había tantas razones para perder la salud mental. Camiones llenos de una mezcla de metanfetamina y cocaína llegaron al frente de Leningrado. Eran drogas enviadas por Hitler para empujar a los soldados a seguir matando, aguantando el frío, la soledad, la desesperanza. ¿Quién deja ese infierno sin cicatrices? Y hay que sumar la vergüenza de la guerra perdida, el país destruido, el descubrimiento del Holocausto...
Su padre pertenecía a las SS.
Era alto y rubio, y se convirtió en miembro de las SS, los asesinos favoritos de Hitler. Para ser justos, no habló después de la guerra de Hitler. Se calló. El tema era tabú, mantuvo un perfil bajo. A pesar de que en el lugar donde vivíamos estaba abarrotado de nazis silenciosos y secretos. Oficialmente no se recomendaba andar con la bandera de la esvástica. Su violencia hacia su esposa y sus hijos no se basó en el hecho de haber sido nazi. Simplemente estaba descontento con un pasado terrible, con su vida después del desastre: tenía una estúpida profesión, vivía en una ciudad aburrida, mintiendo sobre su pasado... Mi padre estaba encerrado en un presente sombrío, sin futuro. Así que se liberó con gritos y golpeando.
¿De dónde sacó la fuerza para seguir adelante?
Me gusta esta pregunta. La respuesta es simple. De niño descubrí el deseo incondicional de vivir, resistir y no ser quebrantado por mi padre. Un instinto sólido, no un concepto intelectual. Calculé que la única vida que tengo es ésta, la presente. La vida es una actuación única y si fracaso, me odiaría. El problema: era un alumno mediocre y no tenía fuerza física para pelear con mi padre. Durante años lo maté en sueños, porque era demasiado cobarde para hacerlo en la vida real.
¿Te ha ayudado este libro?
No. El momento en que superé a mi padre, que me llamaba «perdedor nato», fue cuando publiqué mi primer reportaje. Luego, me contrataron como reportero independiente, gané premios, comencé a escribir libros. Esta fue mi «victoria» sobre él. En cuanto a mi estado psíquico es otra historia. Mi madre trató de asfixiarme cuando descubrió que era un niño, porque deseaba a una hija y odiaba lo que le recordara a su marido que –como me dijo– se comportaba en la cama como un toro, un actor porno, sin un soplo de ternura.
Su matrimonio era una trampa.
Su huida de casa se debe a que su matrimonio se había convertido en un campo de batalla y por la constante humillación que mi padre ejercía sobre mí... Nada en esta tierra te cura de eso. Es una cicatriz que llevas hasta la muerte.
Vuelve el nacionalismo.
No creo que los humanos se conviertan, con el paso del tiempo, en «mejores» seres humanos. Mientras la economía funcione, la tasa de desempleo sea baja, los tres pilares de la democracia (legislativo, judicial y ejecutivo) funcionen, los pueblos permanecen civilizados. Hay nazis en Alemania, pero no amenazan los cimientos democráticos. Pero que estos hombres y mujeres formen parte nuestra sociedad no es gracioso. El nacionalismo y la brutalidad están creciendo. Todavía son una minoría, no un peligro real. Pero recordemos una frase de Primo Levi: «Pasó el Holocausto y en consecuencia puede volver a pasar».