Don Carlo, una infamia lírica
La obra de Verdi se traslada a las pantallas de cine: seis horas, dos descansos, gente con mascarillas y gente sin ellas dentro de la sala, comiendo o haciendo que comían
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En días pasados se ha ofrecido la ópera “Don Carlo” de Verdi desde el Met neoyorquino en muchos cines a lo largo y ancho del mundo. Seis horas, contando dos descansos, sentados dentro de un cine, con gente con mascarillas y gente sin ellas, comiendo o haciendo que comían. Partiendo de este absurdo conviene tratar algunos otros con los que nos toca convivir. ¿Tiene hoy sentido la exigencia de mascarillas en interiores frente a la facilidad con la que es posible saltarse tal obligación? Desde luego que no. Pero es que también resulta anacrónico, a poco que uno piense ante las imágenes, ver a los profesores de la orquesta de pingüino mientras que el director de orquesta trabaja en mangas de camisa. La música clásica precisa una puesta al día en las formas de exhibirse. Lo curioso es que, frente a obviedades como la expuesta, algunos se dedican a criticar que sean las mujeres quienes saquen a saludar al director de orquesta al final de las representaciones. El mundo de la estupidez, atento a las irrelevancias y ajeno a lo importante.
Sólo unas líneas referentes al espectáculo retransmitido. Como habitualmente, una buena realización, entrevistas a los artistas en los entreactos y un sonido aceptable pero también mejorable. Versión en francés, que no francesa, sin el ballet, pero con la ampliada escena de la prisión y otras echadas en falta. Lo que a McVicar le ha parecido. Nézet-Séguin ausente por indisposición y Garança de baja por motivos familiares. Bien Yoncheva y Dupuis, correctos Barton, Polenzani y Relyea, mientras que muy flojo el Felipe II de Owens. Un estupendo descubrimiento el del bajo Matthew Rose. Decepcionante el auto de fe y más que discutible el final.
Schiller y, sobre todo Verdi, no nos hicieron un favor con sus visiones de Don Carlo y Felipe II. Los veteranos conocemos la historia, pero aterroriza que ésta vaya a desaparecer en los planes de estudios. Se acrecentarán las barbaridades que se leen sobre la Inquisición, que no fue un fenómeno exclusivo de España aunque ahora lo parezca, o sobre el descubrimiento y la colonización, lejos del genocidio que cometieron otras naciones. En definitiva, esa leyenda negra que se divulgó porque interesaba atacar a la nación por cuyos dominios no se ponía el sol. Si los jóvenes de hoy ya se creen todo esto, ¿qué será con sus hijos? Parece que a los españoles nos encante auto flagelarnos sin motivo.
Don Carlo, fruto del matrimonio de Felipe II con su prima carnal María Manuela de Portugal, perdió a su madre a los cuatro días de nacer. Su padre, Felipe II, contaba con 18 años. Padeció la malaria, se cayó por una escalera -no murió como el tenor Fritz Wunderlich siglos después- pero quedó muy afectado física y mentalmente tras la trepanación a la que tuvo que ser sometido. El embajador alemán le describiría como “Excesivamente pálido, la pierna derecha más corta que la izquierda, el pecho hundido y algo de joroba”. Zurdo en un tiempo que eso era mal visto, fue un joven culto y rebelde, con tendencias sádicas. Se contó que siendo niño disfrutaba asando liebres vivas y cegando a los caballos en los establos. Quiso acuchillar al Duque de Alba y atentar contra Juan de Austria.
Estos hechos y su actitud ante Flandes llevaron a que su padre en persona le encerrase en sus propios aposentos del Alcázar y luego en una torre, donde murió seis meses después con los 21 años de forma nunca aclarada del todo, pero con pocos signos de cordura. Lamentablemente Isabel de Valois fallecería en el mismo 1568, ayudando a la difusión de rumores. En la ópera de Verdi -estrenada en París en 1867- suele aparecer como un héroe y sólo Albert Boadella se salió de este guion en las representaciones de San Lorenzo de El Escorial y los Teatros del Canal. En días próximos les tengo una sorpresa en relación con este tema.