No te digo adiós, Teresa
Siempre optimista en su pensamiento y obra, inmensamente disciplinada en su trabajo y en sus relaciones con colegas así como con los directores de orquesta de calidad
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Me llega la muy triste noticia del fallecimiento de nuestra queridísima amiga y enorme artista Teresa Berganza. He quedado totalmente conmocionado. Han sido tantas las ocasiones en las que hemos trabajado juntos, conversado, intercambiado opiniones… Y claro es que su sabiduría musical y su técnica vocal eran inmensas. Nadie ha sido capaz de superar sus habilidades en la interpretación de coloraturas, realizándolas tan impecables como si ejecutase esas agilidades en cualquier instrumento; nadie ha sido tan perfecto en la afinación de todos los intervalos, incluidos aquellos a los que la mayoría de los cantantes no dan importancia por no tratarse de notas agudas; poquísimos han sido tan precisos como ella en las cuestiones rítmicas; casi nadie otorga al solfeo la enorme importancia que ella siempre reivindicaba, relevancia que solo tiene para un buen músico como era ella.
Poquísimos han tenido su enorme personalidad escénica y su versatilidad para introducirse en los personajes de características más dispares siempre con una credibilidad pasmosa… Y un sinfín de cualidades musicales y artísticas que no podrían enumerarse en el más prolongado de los escritos. Pero es que Teresa era casi más valiosa como persona que como artista. Jamás un comentario negativo en público sobre un colega, siempre dispuesta a ayudar a todos los artistas de valía, siempre optimista en su pensamiento y obra, inmensamente disciplinada en su trabajo y en sus relaciones con colegas así como con los directores de orquesta de calidad.
Poseedora de un humor fino e incisivo carente de cualquier maldad para sus compañeros. Pero, eso sí, siempre implacable con la injusticia, con la ineptitud, con la falsedad, con la traición, con la tiranía de algunos directores de escena, con la ignorancia de los intendentes de algunos teatros famosos… Y únicamente se la veía triste ante el poco o nulo agradecimiento que muchos de sus protegidos le mostraron por sus siempre valiosísimos y desinteresados consejos y ayudas. Yo no te olvidaré nunca, querida amiga… es que no podría.
No olvidaré tus magistrales interpretaciones bajo mi dirección, pero aún menos la gran cantidad de momentos en los que hemos tenido la oportunidad de estar juntos en privado, al principio de nuestra amistad con mi madre, y después con mi querida esposa Alessandra. En todas esas ocasiones pudimos disfrutar de tu humor, de tu sabiduría, de tu implacable sagacidad e incluso muchas veces: de tu tan divertida “espontánea mordacidad”, que aplicabas empezando por ti misma. De tus conversaciones siempre originales e interesantes, de tus opiniones siempre inteligentes, de tus apreciaciones artísticas y humanas, en fin, de tu presencia, de tu persona, de todo cuanto ahora, hoy, hemos perdido para siempre. No te digo adiós, Teresa: es que no podría… Tengo grabadas todas tus actuaciones conmigo, desde aquella vez que cantaste con la Orquesta Sinfónica de RTVE las “Siete canciones populares” y “El amor brujo” de Manuel de Falla en los años 80 del siglo pasado.
Unos años antes nos habíamos encontrado por primera vez en Viena. Han sido casi cuarenta años de amistad profunda y sincera, dentro y fuera de escena. Hemos tenido conversaciones telefónicas “kilométricas”, muchas de ellas hasta hace muy poco, sobre nuestras opiniones en común alrededor de la interpretación, la creación y la dirección musical, tras tu lectura del libro: “En Dirección a la obra”. Hemos tenido encuentros en casi todas las ciudades del mundo… Tendremos que esperar hasta nuestro próximo encuentro, no sabemos cuando, ni donde, esperemos que en un lugar superior a este mundo. Hasta entonces, no te digo adiós, Teresa, te repito nuestra despedida de siempre: “¡Te queremos!. Hasta la próxima!”.