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Por qué Rafa Nadal nunca sería Ministro de Educación

El trabajado triunfo del manacorí en su decimocuarto Roland Garros ha vuelto a reabrir el falso debate sobre los modelos de esfuerzo y referentes de comportamiento
Alessandra TarantinoAP
La Razón

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Ni la victoria de Rafa Nadal y su decimocuarto Roland Garros podía verse libre de toda polémica. Es el signo de los tiempos. Pese a ser una de las figuras públicas que más cariño y admiración despierta entre el público, considerado casi (los “casi” son ahora imprescindibles) por unanimidad el mejor deportista de nuestra historia, no es ajeno a la ira de los constantemente ofendidos. La lista es larga: va de los ciclistas franceses, que deslizan acusaciones de dopaje, a los ciberactivistas constantes, alérgicos al mérito y el esfuerzo. A los primeros ya se encargaba la Agencia Española de Medicina Deportiva de contestar con un comunicado que en apenas doce puntos explicaba qué son las infiltraciones anestésicas y por qué no se consideran dopaje. También la Agencia Mundial Antidopaje, AMA, a través de su director general, se pronunciaba al respecto aclarando que esas infiltraciones estaban permitidas y, por lo tanto, no era dopaje. “Nadal ha ganado 14 títulos en Roland Garros”, concluía Olivier Niggli, “y si los 13 anteriores lo consiguió sin necesidad de esas inyecciones, es probable que el decimocuarto no haya sido gracias a ellas”. Fin del asunto.
Los segundos podrían enmarcarse en las ya agotadoras batallas culturales, emprendidas por un sector de la izquierda más radical que ve en valores como el esfuerzo, el mérito o la disciplina una amenaza para la igualdad. Confundiendo de manera flagrante la igualdad de oportunidades -deseable y necesaria- con una igualdad de resultados -injusta e inmerecida-, Rafa Nadal encarnaría a sus ojos todo aquello que detestan: alguien talentoso que ha dedicado tiempo y esfuerzo a desarrollar sus capacidades y que, con sacrificio y disciplina, ha logrado superarse, destacar y triunfar. ¿Un ejemplo a imitar? ¿Alguien a quien admirar? No. Todo lo contrario. Ya se alzaban las voces moralistas que veían en eso una actitud inadmisible, un peligro para la infancia, que podría interpretar que hay que ganar a toda costa, esforzándose hasta el dolor y sin desfallecer, que no es admisible la derrota, que hay que ser el número uno siempre. El fin de los partidos sin goles y las carreras sin vencedores, de los cursos sin repetidores.
No cree Nacho Rodríguez Díaz, psicólogo y orientador educativo que desde 1998 trabaja con adolescentes y niños tanto en IES como en colegios, que debamos preocuparnos por una lesión de todos los niños por sobreesfuerzo que responda a una ambición desmesurada, culpita de Nadal: “Lo que llamamos personajes públicos influyen en lo que hacen nuestros niños y adolescentes, pero lo hacen según la repercusión que hayan tenido en los adultos que les rodean. Si esos modelos son positivos para padres y hermanos mayores, también lo serán para los niños, aunque es más como algo imitativo que como trascendencia de valores. Influye también la repercusión que tenga en la relación con otros niños o adultos (si hace que reciba más atención por parte de sus compañeros y por parte de familiares mayores)”.
Imitación y repetición
Aclara el psicólogo que suele limitarse a cualidades externas (corte de pelo, vestimenta, gestos…), pero que otro tipo de valores o cualidades, en niños pequeños, “es complicado, salvo que el niño tenga una relación muy directa con lo que hace el modelo (jugar al tenis, por ejemplo), pero en ese caso, en el que sí podría el niño abstraer algún tipo de valor del modelo, sería más debido a la experiencia directa y a reglas expresadas por adultos de su entorno”. Los más mayorcitos, así como los adolescentes, ya tienen un historial de imitación y pueden haber aprendido reglas en su experiencia propia “que provengan del modelamiento de personajes públicos. Por ejemplo, un adolescente puede abstraer que cuidarse en hábitos de vida saludable como Rafa Nadal tiene repercusiones en su propia vida, si juega al tenis y quiere ser bueno en ese deporte. Bien es cierto, que este tipo de modelos también potencian otras cualidades por la repercusión social que tienen al ser ricos, triunfadores… Esa transmisión de valores sería posible en mayor grado, siempre de acuerdo al historial personal de cada uno, las experiencias positivas o negativas que haya reportado actuar conforme a lo que transmite ese modelo y lo que ello suponga en términos de identidad con sus iguales y diferenciación con adultos cercanos”.
Para Alfonso Algora, Doctor en Educación, profesor universitario con experiencia como director general en colegios de diferentes países, la clave está en el desprestigio paulatino que en los sistemas educativos occidentales se viene produciendo desde hace un tiempo. “Si bien es cierto que afecta de forma mayoritaria a escuelas y colegios”, explica el profesor, “se está vislumbrando ya esta tendencia en la educación universitaria, especialmente en países como EEUU o Canadá, precisamente por la presión de la cultura woke, donde hay una mayor presencia del “yo narrativo” (cómo soy y cómo me siento) frente al “yo empírico” (quién soy y qué mérito tengo)”. Pone el profesor algunos ejemplos al respecto bastante ilustrativos: “se tiende, especialmente en preescolar y primaria, a no premiar a ganadores, a dar el mismo premio a todos los participantes. Se crea una falsa ilusión de igualdad que, a mi modo de ver, lo que consigue es que al final la universidad y la vida laboral acaben creando profesionales infelices y no capacitados”. No sería raro actualmente, pues, que se diese el caso de “dos alumnos que se postulasen a una Universidad con la misma nota de origen, la balanza se inclinase hacia uno de ellos por circunstancias ajenas al esfuerzo académico (raza, orientación sexual, estrato económico)”.
Ante esto, claro está, el tenista encarnaría unos valores que son, precisamente, los que desprecia el sistema educativo. Sería todo aquello que se penaliza y nada de lo que se premia. En opinión de Algora, la palabra clave de todo este fenómeno es “inclusión”: “Cada vez hay una mayor proliferación de adecuaciones curriculares significativas (Significativas son aquellas que quitan contenidos para que se consiga el aprobado. Las no significativas serían las que afectan a circunstancias colaterales del aprendizaje: dar más tiempo en los exámenes, letras más grandes…), por lo que se puede dar el caso de que un alumno con adecuaciones curriculares significativas termine en el cuadro de honor con mayor nota y menores contenidos que un alumno con mayor estudio de contenidos y menor nota. Esto distorsiona la parte evaluativa del grupo. Por supuesto, es ilegal que se ponga en parte alguna que el alumno ha conseguido su título con adecuación curricular. La permisividad de las familias, y el exceso de “terapias” psicológicas hace que cada vez más alumnos requieran de estas adecuaciones, siendo un auténtico lastre para los alumnos que se esfuerzan para ser los mejores y no tienen el más mínimo beneficio por ello”.
“Lamentablemente”, prosigue, “en un mundo cada vez más polarizado y donde todo es blanco o negro, la educación en escuelas y colegios se encuentra dividida entre instituciones tremendamente exigentes que son conscientes de que al final la sociedad y el mercado laboral no entra en aspectos personales sino en criterios de mérito y capacidad, y otras instituciones - mayoritariamente públicas en España - donde se beneficia a alumnos en situación de vulnerabilidad equiparándoles académicamente a alumnos que muestran capacidad y esfuerzo”. Concluye Rodríguez Díaz, tajante: “sería una simplificación muy restrictiva pensar que nuestros niños y adolescentes pueden verse influenciados negativamente porque Nadal haya jugado infiltrado. Ojalá fuese tan sencillo: sería bastante fácil entonces educar a toda una generación en los valores correctos”.