Enrique Vila-Matas: “No escribo sobre terror para no asustarme yo mismo”
El escritor barcelonés regresa a la narrativa con su muy esperada novela “Montevideo”
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En 1969, un joven reportero llamado Enrique Vila-Matas se estaba lavando las manos en el baño de un hotel de San Sebastián. Se encontraba en la ciudad para asistir al famoso festival de cine que tenía en esa edición como a uno de sus principales invitados al mítico realizador Fritz Lang con el que coincidió en ese preciso momento en el lavabo. Lang se miraba en el espejo y se cambió el parche de ojo ante la sorpresa de un atónito Vila-Matas. “C’est la vie, mon ami”, le soltó el realizador. La anécdota real podría parecer un breve cuento de un autor que sabe conjugar realidad y ficción, novela y ensayo. “Montevideo”, su última novela, que acaba de publicar Seix Barral, es el regreso de un escritor en estado de gracia, una obra maestra en la que recupera algunas de sus obsesiones e incorporando algunas nuevas con la ayuda de Cortázar.
¿De dónde surge “Montevideo”?
El origen se remonta a veinte años atrás cuando visito Argentina. Vlady Kociancich, una escritora de origen serbio que murió este año y que había sido novia de Bioy Casares y muy amiga de Borges, me habló de dos cuentos que iban en paralelo y se escribieron al mismo tiempo: “La puerta condenada” de Cortázar y “Un viaje o El mago inmortal” de Bioy. Los dos personajes, el protagonista de Cortázar y el narrador de Bioy, viajan a la misma ciudad, a Montevideo, acabando en el mismo lugar, el hotel Cervantes. Este sería el primer origen. Después, un día entré en internet para saber sobre el hotel, encontrándome con toda la gente que hablaba mal sobre él porque era un hotel de mala muerte. Después escribí sobre él un artículo diciendo que si algún día iba a Montevideo, me gustaría visitar el hotel Cervantes. Luego, cuando ya pude ir al Cervantes, pedí la habitación de Cortázar, pero ellos no sabían nada del tema, comportándose de una manera un poco extraña. Siempre he creído que a los del hotel lo que más les interesaba era revitalizar la presencia de Carlos Gardel, destacar que estuvo allí. Les importaba un bledo Cortázar. Sin embargo al final me dijeron: “Pero, ¿vendrán turistas si lo ponemos? A los japoneses les interesan mucho estas cosas”. Al principio de la novela, el protagonista es un tipo muy indeciso que acaba mareado por Paul Valéry y durante tres años deja de escribir. Le pasan cosas que nunca le habían pasado. Es entonces cuando llego a la idea de ir a Montevideo. Es allí donde me propongo, según la idea de Beatriz Sarlo, la fusión entre ficción y la puerta de Cortázar: estar en el sitio real y en el sitio de la ficción mirando qué hay en la habitación contigua. Es un punto muy interesante para mi porque no sé qué hay en la habitación contigua cuando escribo esto. Tengo que entrar en la literatura fantástica sin saberlo.
¿Es la primera vez que entra en este género?
Ya lo había hecho en “La asesina ilustrada”, algo de lo que ya hace mucho tiempo porque es un libro de 1977. Ahora entré en lo fantástico sin darme cuenta. Busqué “La otra parte”, de Kubin, aunque luego pensé que era igual que no lo leyera. No lo utilicé. Tampoco quise entrar en el terror para no asustarme yo mismo. Es verdad que veía, al mismo tiempo, los monstruos de Lovecraft y todos ellos, comparados con el cine actual, me parecían que no daban terror ni nada. Así que tuve que meter mis propios monstruos.
Cortázar también juega con lo fantástico y lo real.
Algo que siempre me ha gustado muchísimo es el llamado relato porteño que es claramente Bioy Casares donde Samanta Schweblin es sin duda la sucesora. Me ha gustado siempre esa unión entre realidad y ficción tan entremezclada.
Me ha gustado mucho el final del libro en el que el narrador le pregunta a su paciente madre sobre el gran misterio del universo y ella le responde que “el gran misterio del universo era que hubiera un misterio del universo”. ¿Se puede decir lo mismo del gran misterio que hay en su literatura?
Bueno, eso es algo que ya me gustaría. Me acuerdo mucho del cuento de Nabokov, no recuerdo ahora el título, en el que alguien revela el secreto del mundo. A mi madre la mareaba mucho con los angelitos, que adiviné enseguida, con los Reyes Magos, que también adiviné... Me acuerdo perfectamente que mi madre estaba en la cocina y le dije: “Ni angelitos, ni Reyes Magos, ¿y el infierno tampoco existe?” “El infierno sí”, me dijo. Me quedé sin palabras.
Usted se sitúa en ese espacio entre la realidad y la ficción.
Voy a un lugar para poder averiguar algo sobre mi obra y saber qué pasa en ese momento. La primera vez que hice esto fue cuando soñé que estaba en Nueva York y era muy feliz rodeado de rascacielos. Un par de años después me invitaron a ir a Nueva York, estaba en la habitación del hotel a donde había llegado solo, rodeado de rascacielos. Miré por la ventana a ver si era muy feliz y no, no me pasaba nada. Así que esta es una investigación que viene de lejos, buscando algo. Todos sabemos que el motor de estos libros es investigar algo que además me lleva muy lejos.
¿La ficción es más cómoda?
La ficción es más cómoda para crear y poder ser más libre, pero con el impedimento de que me pase. Si cuentas un sueño sabes que puedes contar cualquier cosa y toda es válido. Por eso nunca cuento sueños en mis libros. La gente se desconecta de un libro si cuentas un sueño, decía Juan Benet. Lo mejor es controlarte tú mismo la libertad. Es como esa persona que siempre ríe y carcajea: al final cansa.
¿Es mejor no contarlo todo?
Me gusta esa frase, pero también una de Kafka que aparece en el reverso de la edición en Galaxia Gutenberg de sus obras completas, creo que en el volumen de “El proceso” y que dice “cuéntemelo todo”. Me encanta la frase porque define muy bien a Kafka. Por otra parte, como decía alguien, si lo cuentas todo es muy aburrido. Es la paradoja. Por otro lado, hay un libro de Emiliano Monge que se llama “Contarlo todo”, un título que me llamó la atención aunque no lo leí. Eso podemos enlazarlo con Josep Pla que sube muy joven al faro de Sant Sebastià dispuesto a contar todo lo que ve desde allí, pero se da cuenta que no puede contarlo todo.
Ese caso de Pla recuerda a “Lieux”, el libro inédito de Perec que se acaba de publicar en Francia.
Es un libro tremendo. Casi me mareó. No pude leerlo todo. Es un proyecto para toda la vida, visitar un barrio cada cuatro años, apuntar aquello y luego volver allí. Está inacabado porque murió, pero era un proyecto que él tenía pensado para quince años. Es un documento interesantísimo.
El protagonista de “Montevideo” con quince años ve a Mastroniani en “La notte” y eso es lo que lo anima a ser escritor.
A muchos escritores les preguntan por qué son escritores y siempre hay esta respuesta de la envidia que les daba la imagen de tener un libro publicado. Pero realmente el origen viene, en mi caso, de cuando con cinco años escribí “El duende de Aragón” con un dibujo en la portada. Lo encontré hace muy poco en casa de mis padres cuando murieron. Esta vocación viene en parte de que esto lo hacía en casa de mi tía Pilar, en el suelo. Era dibujar y escribir. Lo siguiente que escribí fue “El viaje a Valencia”. He llegado a la conclusión que todo aquello era un intento de expansión, de salir fuera de Cataluña. Veo ahora que era un intento de ver qué hay a mi alrededor. Es como cuando le pregunté a mi abuela quién vivía en su edificio y me dio una lista con los vecinos. Es algo propio de Perec.