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Bárbara Lennie caligrafía “Los renglones torcidos de Dios”

La actriz protagoniza la nueva película de Oriol Paulo, basada en la nóvela homónima de Torcuato Luca de Tena sobre una detective que decide infiltrarse en un centro psiquiátrico
WARNER BROS.
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Es difícil encontrar a alguien educado en España que no lo haya leído. O que al menos no sepa de su existencia. «Los renglones torcidos de Dios», libro de Torcuato Luca de Tena, llegó a trascender su condición de novela para convertirse en una especie de manual del buen gusto barroco y de la ambivalencia narrativa: se puede contar una buena historia, añadirle misterio y giros imposibles y, a la vez, tratar grandes temas de lo humano, como la institucionalización masiva o la patologización histórica de aquellas mujeres que se atrevieron en algún momento a saltarse la normas.
Por eso, cuando se anunció que Oriol Paulo («Contratiempo») se encargaría de la dirección y que Bárbara Lennie («Magical Girl») le pondría rostro a Alice Gould en la gran pantalla, la noticia se dejó sentir como el más feliz de los matrimonios de conveniencia. Con cerca de siete millones de euros de presupuesto, cifra que nos devuelve una película gramáticamente redonda, magnética, poderosa y perfeccionista, casi «noir», “Los renglones torcidos de Dios” se estrena ahora apelando al gran cine de salas, ese que cada vez parece más raro encontrarse en la cartelera.
Trampantojo infinito
«Donde más he notado el salto dimensional es en la duración, en la cantidad de páginas de guion que rodábamos cada día y en la cantidad de gente que formaba los equipos de cada departamento», confiesa sincera una embarazadísima Bárbara Lennie a LA RAZÓN sobre su película más cara y más larga hasta la fecha. Mientras se sienta, descanso efímero en una agenda que la llevó a presentar hasta tres películas en el último Festival de San Sebastián, la actriz tiene tiempo de hacerse una foto con una fan y de responder con más amabilidad de la exigible a un señor que parece pedirle recibos por no saber quién es. Bárbara Lennie es, por pleno derecho, el (buen) momento del cine español.
«Habíamos trabajado con Oriol Paulo en “Contratiempo”, donde tenía un papel pequeño pero nos lo habíamos pasado muy bien. Me llamó durante el confinamiento y dijo que estaba trabajando en este guion que le habían encargado y que era fundamental que yo estuviera en la película. Creo que es la primera vez que un director hace eso, así que era imposible decirle que no», explica la ganadora del Goya sobre la adaptación de una novela que nos transporta a la España de finales de los setenta, donde una mujer pudiente, detective titulada, se decide a investigar un crimen internándose voluntariamente en un sanatorio. A partir de ahí, un áspero Eduard Fernández como director del centro, otra gran interpretación de Loreto Mauleón («Patria») y más misterios de los que la salud mental de la protagonista es capaz de gestionar.
Un libro, un experimento y un relato adelantado a su tiempo
La novela original de Torcuato Luca de Tena se publicó en 1979, casi un cuarto de siglo antes que la «Shutter Island» de Dennis Lehane que adaptaría al cine Martin Scorsese. Aquella primera edición, curiosamente, estaba prologada y casi homologada desde la psiquiatría por Juan Antonio Vallejo-Nájera, antes militar y que llegaría luego a la excelencia como escritor, ganando el Premio Planeta. Para preparar bien su documentación, Luca de Tena llevó a cabo un experimento propio de la época y a lo «bonzo»: se internó durante dieciocho días en un centro psiquiátrico para conocer la verdad sobre las condiciones de vida de los pacientes. De ahí la crudeza realista, viva, del relato. Y de ahí también la dedicatoria que da título al libro y que habla de esos «hombres y mujeres tenaces y hasta heroicos» que intentan enderezar renglones, «en verdad, muy torcidos».
Como calígrafa de la locura, manteniendo la mirada y llenando de carisma el extenso metraje de Paulo, Lennie se revela dentro y fuera de los límites de la pantalla: «No sabría cómo hacer mi trabajo sin la empatía con los personajes. Tiene que haber una conexión íntima y muy directa con la mujer que estás creando. En este caso no me ha resultado nada fácil, porque tardé bastante en entender qué le pasaba, de qué iba realmente la película y qué era verdad y que no», explica la intérprete, atrapada en ese juego de trampantojos desde que las páginas del libro original cayeron en sus manos: «Tengo una ternura por Alice Gould que me han generado muy pocos personajes».
De rubias y mártires
Sacando a colación a las rubias teñidas y astutas que sufren –de diferente modo– en la gran pantalla, la coyuntura exige comparar a la Alice Gould de Lennie con la Marilyn Monroe rota que plantea Andrew Dominik en la polémica «Blonde», de Netflix: «No llegué a terminar la película, me angustiaba demasiado», explica la actriz. Y sigue: «Ha habido grandes casos en la historia del cine y del arte que han mostrado la patologización de las mujeres. Escultoras, músicas o bailarinas que se salían de la norma, empezaban a molestar y el mejor lugar en el que las sabían meter era un psiquiátrico. Eran situaciones infernales. A Alice le pasa eso, pero decide darle la vuelta. Y decide que no es el sistema el que la va a encerrar, sino que ella misma se internará para volver del revés toda la institución. Y hay algo ahí muy divertido como actriz, como de heroína que quiere enfrentarse al sistema, sobre todo uno tan heteropatriarcal como era el psiquiátrico. Eso era impensable. Y hace no tanto que este país dejó de ser así», añade con vehemencia.
Y remata: «Sobre una misma realidad siempre hay diferentes miradas y, en este caso, aun queriendo contar el sufrimiento, siempre hay algo de lucha por la dignidad. De cuestionamiento, quizá, de la autoridad. Y ahí creo que las películas tienen que tomar decisiones. Oriol sí apuesta por el cuestionamiento activo, por una mujer que decide por dónde ir. No hay un camino de asunción de requisitos, como buscando siempre ser una mártir».
Sobre la felicidad que ocupa ahora mismos sus días, esa que le cambió la vida hace ya unas 37 semanas de gestación, Lennie se separa de su personaje, que en la película define explícitamente la maternidad como frustración: “Yo la definiría como lo contrario, totalmente. Todo el entusiasmo, diría. Estoy en un momento increíble, porque dar vida es una de las cosas más heavy y más intensas por las que pasaré nunca. Todavía estoy entendiendo de qué va y ya me puedo poner de parto en cualquier momento. Era un deseo que tenía desde hace tiempo y que he ido postergando por distintos motivos, pero ahora me lo he podido regalar”. Y así, despidiéndose para seguir haciendo girar la maquinaria de la industria con dos películas más pendientes de estreno, “El agua” y “El suplente”, Lennie anuncia que tiene previsto parar unos meses tras su particular Tourmalet: “¿Cómo va a responder el público? Es que no tengo ni idea. Hay estudios de mercado, te van diciendo cosas, pero vivimos en una transición constante. Y más cuando venimos de Donosti, de una especie de burbuja irreal en la que todas las salas de todos los pases estaban llenas. La realidad de las salas de Ávila, Burgos o Valladolid no será la misma, porque la exhibición está sufriendo mucho”, añade.