Juan Diego Botto: “El cinismo es el disfraz de los cobardes”
El Premio Nacional de Teatro debuta como cineasta con “En los márgenes”, un drama social protagonizado por Penélope Cruz y Luis Tosar
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Toda la película está contada desde el vértigo de aquellos que viven en el alambre. El nervio puro de tres personajes, con la cara de Luis Tosar, Font García y Penélope Cruz, que están a punto de ser desahuciados de sus viviendas, de sus trabajos, de sus simulacros de vida. “En los márgenes”, además del debut de Juan Diego Botto en la dirección, es una de esas películas que es fácil etiquetar como comprometidas o asociar con el contenedor prejuicioso del cine social, pero que en realidad son alegatos conscientes, orgullosos de lucir sus heridas y sus fallos. No se trata tanto de epatar en el acercamiento a los microcosmos, sino de hacerlo con verosimilitud. No es tanto conciencia, como empatía.
Botto, Premio Nacional de Teatro, lleva años conociendo de primera mano la España vaciada (de bolsillos, de neveras) de la mano de Olga Rodríguez, periodista y aquí su co-guionista, para firmar un estudio directo y subrayado sobre ese país que, como explica en entrevista con LA RAZÓN, cree esquivo de los espacios informativos, de la España del día a día. Nuestra precariedad, entiende el actor y director, nos es común por vivencia, no por difusión. Lejos de los moratones financieros que durante años le han provocado poder sacar adelante la película, Botto se sienta visiblemente cansado tras una intensa campaña de promoción, pero dispuesto a defender su película, empática, incluso cuando la conversación oscila hacia la vocación eminentemente política de la misma.
-¿Es “En los márgenes” una película sobre la dignidad?
-Sí, podríamos decir eso. Es una película sobre un montón de gente que solo quiere tener una vida digna, una vida normal, tener una casa normal, un trabajo normal y poder vivir tranquilamente. Y, por otro lado, es una película sobre un montón de gente que hace lo posible por cuidar a otros.
-He leído mucho sobre el germen, la documentación, pero quiero preguntarle por el acercamiento. Por ese mirar a una realidad que no es la suya, la cotidiana. ¿Hay pies de plomo? ¿Cómo se acerca para evitar lo condescendiente?
-El trabajo fue casi periodístico, pero no para obtener una fotografía, sino para realmente conocer todas las partes del proceso. No fue una cuestión de días o de meses, fueron años. Para realmente entender estas historias y atrevernos a contarlas conocimos a una serie de personas con las que Olga Rodríguez, la co-guionista, me puso en contacto porque conocía de antes. Y a través de unos fuimos conociendo a otros. Viendo a esas familias, ganándonos su confianza, entrando en sus casas, conociendo a sus hijos… Todo eso a la vez que pasábamos tiempo con gente de banca, con agentes sociales, con abogados… Lo que nos permitió tener la fe en que entendíamos la historia es que fueron años de proceso. Fue tanto tiempo que nos habían contado ya sus intimidades, sus broncas de pareja y sus problemas personales. Habíamos roto la primera barrera de observación superficial para buscar en los secretos del corazón de cada uno.
-¿Qué le han dicho cuando han visto la película?
-Ha sido lo más bonito de todo. Ni Venecia, ni San Sebastián, ni hostias. Lo más bonito de todo fue hacer un pase con un montón de afectados y afectadas, y entre ellos los que nos habían contado sus historias para la película. Primero ver la película, escuchar sus comentarios, sus risas, sus llantos y luego, cuando se encendieron las luces, los abrazos, sus caras llenas de lágrimas, su gratitud. Y esa frase, repetida, de “es que has contado nuestra vida tal cual”. Fueron tan generosos en su entrega, contándonos sus intimidades, que tenía el temor de hacer una película incompleta. En una hora y cuarenta minutos tienes que sacrificar mucho y construir una narración que funcionara como producto cinematográfico. Tenía miedo a que me dijeran que aquello no era así, que había cambiado demasiado. Pero no, todo lo contrario. Me acuerdo de hablar con uno de ellos, Kiko, con el que estuve cinco minutos abrazado, sin poder parar de llorar. Y me acuerdo de Mati, que es otra mujer, avalista, que se había emocionado muchísimo.
-Como prensa, nos encantan las etiquetas. Aquí, la de cine social. Incluso, la de la comparación con el cine de Ken Loach. ¿Cómo lleva esa parte?
-Después de la vigésima vez, uno se acostumbra. Y, por supuesto, no es lo peor que te pueden decir. Es un elogio. Admiro a Ken Loach y he visto todo su cine. Absolutamente todas sus películas, y son muchas, porque junto a Woody Allen debe ser uno de los que más dirige. Y le admiro mucho. En ningún momento pensé que se fuera a decir y, de hecho, a la hora de plantear el trabajo con la cámara no pensé en él. Pero claro, entiendo la comparación.
-Hablaba usted de la parte más bonita, quiero preguntarle por la parte más fea.
-La financiación. La respuesta es fácil, porque lo más feo siempre es el dinero. Primero porque ha sido lo más tedioso, lo que más nos ha costado. Y luego porque es la parte del trabajo, como estaba de acuerdo conmigo un director consagrado, que se lleva el 80% de tu energía. Discutir sobre el dinero, conseguir un día más de rodaje o 15 figurantes más, poder rodar de noche, usar esta u otra cámara… Todo te quema un poco más. Pero bueno, es lo que hay.
-¿Incluso con Penélope Cruz y Luis Tosar en el reparto?
-Incluso con ellos. La película se rodó en seis semanas, que está muy bien pero tampoco es una locura. Teníamos muchas localizaciones, mucha figuración y teníamos que ir muy rápido. Eso implica que teníamos que prepararnos muy bien, tener muy claro qué queríamos hacer. Planificamos absolutamente todo, no había lugar a la improvisación. No podía llegar al set de rodaje y decir: “Uhm, creo que al final no me apetece hacer este plano así”. Si no, no llegábamos.
-Me hablaba usted de lo industrial, pero hablemos de lo artesanal. ¿Cómo es el Botto director? En una especie de experiencia extra corporal, ¿cómo se ha visto?
-Donde más disfruté fue en el rodaje, me lo pasé muy bien. Con toda la angustia de no haber podido hacer ciertas cosas o volver a rodar otras, claro. Pero eso también me pasa como actor. Miras hacia atrás al final de la jornada y dices: “Hostia, tenía que haber hecho esto de otra manera”. Pasa exactamente lo mismo. Pero el placer del proceso colaborativo de una película, de trabajar y transmitir a todo un equipo la visión, es extraordinario. Y luego tenemos a Arnau Valls, que es un excelentísimo director de fotografía y operador de cámara, que venía de rodar un wéstern de Emily Blunt para Netflix. Y fue muy divertido el trabajo con él, encontrar los referentes, el estilo de la película.
El trabajo con los actores, como es lo que más conocía, es de lo que más orgulloso estoy. Podemos tener muchos errores, muchos fallos, pero los actores están soberbios. Penélope crea escena a escena, Tosar es maravilloso, Adelfa Calvo brilla… Creo que el trabajo coral de todos los actores me da mucha tranquilidad. Confió en mí gente muy reputada y creo que pueden estar tranquilos porque no he arruinado su carrera
-Utiliza una palabra que me parece clave: visión. No sé si está de acuerdo, pero la película parece moverse en el vértigo, en el miedo, en el vivir en el alambre. ¿Es una decisión consciente, de escapismo respecto al cerebro teatral?
-No creo, pero porque partía de una serie de reflexiones previas. Mucho tenía que ver con la verosimilitud, tanto de arte como de vestuario como de cámara. Queríamos que fuera lo más verosímil posible, y eso en el trabajo de cámara se traduce en la decisión del grano de 35 mm. Porque lo fílmico parece más real. Y lo otro tenía que ver con esa sensación semi-documental que tiene la cámara en mano. A veces, llegar a situaciones un poco tarde, que parezca que estamos casi espiando a unos personajes. Hay muchas escenas detrás de cristales, ver el fondo después de una espalda de un hombro, como si fuéramos el National Geographic. Y luego hay otro elemento que para ti es vértigo y yo le llamo inestabilidad. Esta gente vive al borde del abismo, su vida es profundamente inestable. Es quizá una sensación más emocional que racional, pero hay algo en esa inestabilidad, en esa sensación de que nunca se termina de apoyar en nada, que tiene que ver con cómo son las vidas de esta gente. En cualquier momento pueden quedarse en la calle con sus hijos. Es un acierto o un error, pero es consciente.
-Sobre ese vivir en lo inestable, ocurrió un fenómeno curioso. Cuando la película se vio en Venecia, donde los medios extranjeros vieron un ojo clínico, los españoles vieron un compromiso excesivo que se llevaba por delante la película.
-Habría que preguntarle realmente a los que lo escribieron. Lo que sí creo yo es que nos ocurre una cosa con los desahucios, con la precariedad, que es que estamos muy acostumbrados a ver películas de la clase media sobre la clase media. Es el 95% de las películas que se hacen en España. Pero narramos poco nuestra precariedad. Pero es que informativamente también la vemos poco. Todos estos años hemos visto historias muchísimo más duras que las que hemos puesto en la película. Cualquiera de las historias, casi. Cualquier mujer al azar de las que yo coja en la película… (pequeña pausa) Pienso en Carmen, que con cuatro hijos y tres desahucios vive en una furgoneta. Y uno de sus hijos tiene una discapacidad cognitiva, lo cual la deja ante una disyuntiva. Su problema se traduce en dificultades motrices, pero cuando acude al Ayuntamiento le dicen que el primer año de tratamiento lo tiene que pagar ella. No puede decir que está viviendo en una furgoneta porque le quitan a sus hijos, pero es que si no tiene para pagar una casa cómo va a pagar un año de un tratamiento médico carísimo. Pero es que, si no los paga, su hijo nunca podrá aspirar a una vida normal. Y todo esto, en mitad de un proceso judicial contra un ex marido maltratador que la intentó asesinar. Si yo pongo eso en la película, no sé qué se diría, con qué se compararía. Es algo tan profundamente subrayado y dramático… Creo que pensamos que conocemos la precariedad de nuestro país y no es verdad. Tenemos una idea de cómo son las cosas que solo parte de cómo nos vinculamos con nuestra propia realidad. Bajar a ese lugar donde los servicios sociales no llegan, donde el Estado fracasa, y donde todo está sujeto con alambres es necesario. Hay que ir y hay que mirarlo.
-Si todo el cine es político y “En los márgenes”, además, se compromete, ¿la entiende como un alegato contra el cinismo?
-Sí, en la medida en la que hablamos del mundo en el que vivimos. Para mí, el cinismo es el disfraz de los cobardes, de los que miran con condescendencia a los que se atreven a fantasear con un mundo más justo, más digno. Como si ellos hubieran hecho algo para darse cuenta de que nada sirve de nada, que somos malvados por naturaleza y se sienten tranquilos en su inactividad, en su pasividad frente a las injusticias. Como si conocieran algo que los demás ignoramos. El mundo podría ser mejor si todos trabajamos para ello, para los que menos tienen. Lo que me resulta incomprensible es que alguien que tenga sus necesidades básicas cubiertas no se preocupe por quien no las tiene. Entiendo, eso sí, que si tú no las tienes no te preocupes por nadie más, solo por ti y por tu familia. Pero si tú las tienes, si tú vives bien, me resulta inaudito que no te detengas 5 minutos a pensar en aquellos que no.
-Imagino que más de 5 minutos, pero, ¿cuánto pasará hasta el siguiente proyecto de Juan Diego Botto como productor después de un proceso tan largo?
-No sé si habrá una siguiente película de Botto director. De momento vamos a viajar con esta película, pero lo que quiero es seguir contando historias. No sé si en el cine o en el teatro, pero seguiré. No me atrevo a hacer pronósticos.