Eduard Fernández: “Me hierve la sangre cuando se pone en duda el salvar de la muerte a seres humanos”
En “Mediterráneo”, el actor se pone en la piel de Óscar Camps, fundador de la controvertida Open Arms, la ONG que nació para rescatar a los refugiados que morían en las costas griegas
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Aunque ahora sus múltiples premios de interpretación digan lo contrario, Eduard Fernández (Barcelona, 1964) nació para el waterpolo. Campeón de joven, el actor ha llevado al extremo sus dotes en la natación para dar vida a Óscar Camps, el fundador de la ONG Open Arms que se lanzó al mar a rescatar refugiados tras pasar varias noches sin dormir por la foto del pequeño Aylan, fallecido en las costas griegas. En «Mediterráneo», dirigida con pulso firme y sin concesión a la lágrima fácil por Marcel Barrena, Fernández lidia con las sombras de un personaje controvertido pero, según él, «real y sincero».
Presentada en una de las galas paralelas al reciente Festival de San Sebastián, “Mediterráneo” es una narración sin épica del génesis de Open Arms, del pasado lleno de errores vitales de su fundador y también un vehículo de lucimiento para un Fernández que, confiesa, tenía miedo al principio de acabar haciendo un panfleto. Flanqueado por un Dani Rovira cada vez más seguro y creíble en papeles dramáticos y una siempre espléndida Anna Castillo, como su hija, el actor catalán reflexiona con LA RAZÓN sobre la película, ese maldito kilómetro sentimental que nos hace sentir ajenas, a veces, estas tragedias, y su relación con Camps y la preparación del personaje. Además, este próximo 5 de octubre, “Mediterráneo” opta a representar a España en los próximos Premios Oscar, compitiendo con “El buen patrón” y “Madres paralelas”.
-¿Cómo se sube al proyecto? ¿Cómo se interesó por lo que cuenta “Mediterráneo”?
-Cuando me llegó el proyecto, primero lo miré con recelo. Sabía que iba sobre el Open Arms, y conocía la labor de la organización, pero no quería formar parte de un panfleto. Quería saber qué más había. Me gustó mucho que Marcel Barrena, el director, lo alejara de lo documental, que se centrara en lo humano. Por eso creo que cualquier espectador se puede sentir identificado. Estamos hablando de un socorrista, Óscar Camps, de Badalona, que está haciendo su trabajo y ve cómo evoluciona la situación en Grecia. La película habla del compromiso y de cómo nos podemos identificar con causas a priori ajenas. Y eso es lo que me parecía más interesante del guion. A menudo decimos “¿Qué puedo hacer yo, solo, para cambiar las cosas?”, pues mira, uno solo puede hacer muchas cosas.
-Imagino que sabe que Camps tiene muchos detractores, que es una figura ciertamente controvertida...
-No creo que sea criticable. Hay gente que ha puesto en duda Open Arms, o las intenciones de Camps, pero creo que lo que hace es lo que siempre hizo como socorrista, que es salvar vidas. Nada más. Los problemas políticos o sociales que se puedan generar una vez esas vidas están en tierra son otro asunto. Y eso no tiene nada que ver con Camps o el Open Arms. Y si hay problemas que se generan por su actividad, la solución no es ni mucho menos dejar que esa gente se muera. Es matarlos.
-¿Conocía a Óscar Camps antes de subirse a la película?
-Personalmente, no, pero ha sido muy fácil. Tenemos una edad parecida, tenemos una procedencia cultural parecida, yo había hecho waterpolo de joven y me ha encantado desde siempre el mar... Fue muy fácil. Para mí, la viva imagen de la felicidad es un chiringuito en la playa, por explicarte. Cuando acepté el papel, nos empezamos a conocer y me di cuenta de que era, en realidad, una persona muy tímida. Así aprendí a interpretarle y conocí sus motivaciones más personales.
-En la película se indaga un poco sobre su pasado, con decisiones vitales de las que igual no está muy orgulloso. ¿Cómo es interpretar a alguien que podrá ver la película, que está vivo?
-Bueno, yo realmente solo sigo el guion. Por supuesto, hablé con él para entender más, pero me ciño al guion. Todo el mundo tiene un pasado, pero lo bueno es que también se gana experiencia con ello. La suya es una historia sobre cómo cambiar y cómo reconducirse para ser mejor persona y estar más a gusto en la vida.
-Y hablando de pasados, usted está muy cómodo en las duras escenas de acción de la película. ¿Tuvo que ver su pasado en el waterpolo?
-Mucho, porque esa habilidad de mantenerse a flote una vez aprendida uno se queda con ella. No es lo mismo jugar que salvar vidas, pero ayuda. Hace años ya, en otra vida casi, fui subcampeón de España de waterpolo, que jugamos la final en Madrid. De hecho, fue la primera vez que iba a Madrid. Lo que no había hecho nunca, eso sí, es subirme a una moto de agua. De siempre las odié, sobre todo cuando las veía desde la costa, pero aquí he aprendido a amarlas. Hay pocas cosas más divertidas. Entre toma y toma me iba a dar una vuelta allí a la quinta hostia y me lo pasaba genial, la verdad.
-¿Cómo ha sido el trabajo con Dani Rovira? Parece que ya ha dado el “timonazo” definitivo hacia papeles más dramáticos...
-Fue muy agradable y muy agradecido. Es muy humilde y llegó con muchas ganas de aprender. Siempre digo que es una persona “a favor de obra”, porque nos entendimos desde el principio y fue muy bonito todo el proceso. Como actores, personas, y también como personajes.
-¿Cómo es posible que tragedias humanas como la que muestra la película sigan ocurriendo en las costas del mundo desarrollado?
-¡Porque no tiene solución! No se sabe qué cojones hacer con ese problema, que de repente nos ha dado en las narices, y cuyas raíces son ya demasiado largas. Vivimos en un mundo en el que para que unos sean más ricos, hay otros que tienen que ser más pobres. Yo no soy político, y tampoco tengo una solución, ¡ojalá! Lo que no podemos hacer es dejar que muera gente porque sí. Tenemos un problema. Mucha gente, a priori, con cultura o de clases acomodadas, nos autoconvencemos o nos duele menos si vemos que está lejos de nosotros, que si no morían de esto lo iban a hacer de hambre. Cuando ves a gente más cerca de ti, gente que podría ser tú, echándose al mar desesperada... la cosa cambia. Yo pienso en mi madre, que trabajaba en La Caixa por la mañana y por la tarde pintaba casas. Me lo imagino a él echándose al mar para que nosotros tuviéramos un futuro y que viniera alguien a poner en duda si había que salvarlo o no... Me hierve la sangre. Me hierve la sangre que se ponga en duda eso. Me hierve la sangre cuando se pone en duda el salvar de la muerte a seres humanos. Es una barbaridad.
-¿Ese es el espíritu entonces de la película?
-Sí, pero también es una película grande, una película comercial. Está hecha para que la vean todos los públicos, capaz de emocionar a todas las familias, yo creo. Al completo. Y no por dura deja de ser entretenida.
-¿Podría ser “Mediterráneo” para mucha gente lo que la foto del niño Aylan fue para Óscar Camps?
-Podría ser y es, en gran parte, el principal motivo por el que he hecho la película. Era una de mis esperanzas, que la película sirviera de canal de información para mucha gente, que se hablara de nuevo y desde el conocimiento. La película también me permitió acercarme a mí, también, a esa realidad. Es tremendo, porque estamos hablando de vida y muerte. Primero las vidas, después de eso viene todo lo demás. Y hay historias terribles por la inexperiencia, claro. Me contaban que en uno de los primeros rescates habían salvado solo a los niños, para dar con una playa llena de 14 niños huérfanos. Ahí fue cuando, por ejemplo, se inventaron el protocolo de las familias, para ir salvándolas en grupos familiares.