Las «águilas» del Renacimiento español, en El Prado
El Museo dedica la primera exposición a la generación de artistas de nuestro país que se formaron en Nápoles y que sirvieron de puente entre España y la revolución llevada a cabo por Miguel Ángel, Rafael y Leonardo da Vinci
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El Museo del Prado ha saldado una cuenta con una generación de creadores. «Otro Renacimiento», una muestra integrada por una suma total de 75 obras (44 pinturas, 25 esculturas, 5 libros y 1 retablo), narra uno de los viajes artísticos más relevantes y fructíferos del pasado para nuestro país. El punto de partida es la incorporación del Reino de Nápoles a la corona española en el primer tercio del siglo XVI, entre 1503, cuando las fuerzas de Gonzalo Fernández de Córdoba derrotan al ejército francés y toma esta población en nombre de los Reyes Católicos incorporándose a sus territorios, y 1530. El recorrido da cuenta del ambiente cultural que se desarrolló durante esas fechas en la ciudad italiana, con una población cinco veces superior a la que en ese momento acogían centros como Roma o Florencia y que a lo largo de esta época concentró en sus barrios una amplia y heterogénea ciudadanía de pintores, escultores y arquitectos procedentes de naciones distintas y que portaban consigo una generosa paleta de técnicas, influencias y maneras de corrientes diversas.
Un clima internacional, favorecido por la naturaleza portuaria de la urbe, que permitió la expansión de las incipientes ideas que habían nacido a finales del Quattrocentro y los inicios del Cinquecento. «Este lugar se convierte en una especie de “meeting point”, donde no solo hay españoles, sino también franceses, italianos, flamencos. Allí se expanden las corrientes italianas vigentes en ese instante», comenta Miguel Falomir, director de la pinacoteca.
La exposición, patrocinada por Fundación BBVA y comisariada por Andrea Zezza, profesor asociado de la Universià degli Studi della Campania, y Riccardo Naldi, de la Università degli Studi Napoli, es una aproximación iné-dita a los trabajos de una serie de artistas que viajaron a Italia para formarse y que a su regreso a España trajeron consigo las sobresalientes innovaciones pictóricas que habían introducido algunos de los grandes genios del periodo como Miguel Ángel, Rafael y Leonardo da Vinci, que, aunque jamás residieron ni visitaron esta capital del sur de Italia, la égida de su talento y la sombra intratable de sus aportaciones y novedades se expandieron con extremada rapidez a través de la corte de sus discípulos y de las docenas de seguidores que los rodeaban y que emulaban su estilo.
Tendencias y talleres
Durante el siglo XIV, muchos artistas venían directamente a España para encontrar trabajo, pero, a partir de esta fecha, perdimos esa preeminencia y la formación en Italia se convierte en algo imprescindible para los creadores debido a los adelantos que se estaban dando allí y al fecundo aire constructivo y rupturista que predominaba en las ciudades y el espacio cortesano que rodeó a los mecenas. «Allí acudieron muchos españoles para formarse –prosigue Falomir– y, después, al regresar, es cuando se ponen al servicio de la Corona Real. Al pasar por estos talleres dirigidos por artistas de prestigio provoca que cuando vuelvan lo hagan ya precedidos de cierta fama. Estos artistas son las “águilas” del Renacimiento español, como los denominó ya en esos años Francisco de Holanda en un libro. La mayoría de ellos dejaron unas obras maravillosas».
Lo interesante de estas figuras es cómo decodifican el nuevo arte. Ellos no adoptan solo las normas que gobiernan el gusto y que sobrellevan consigo las tendencias que se abren paso. Las adaptan a su pincel o cincel y también toman el camino que mejor se ajusta al aliento de sus sensibilidades. «Es otro Renacimiento. Muy diferente al que conocemos. Confluyen distintas tendencias, es menos codificado, más libre, algo que se puede apreciar en Giovanni da Nola, un italiano, conocido como el ‘’Miguel Ángel de Nápoles’' y del que hemos traído una “Virgen de la Anunciación”», explica Falomir.
Los artistas españoles, además de asimilar estas innovaciones y las maneras modernas de afrontar el arte, debían después amoldarlas a la tradición española. De hecho, en España tuvieron que enfrentarse a duras resistencias debido a la arraigada presencia que tenían los gremios de artistas en nuestro país, que eran más bien rigoristas, llevaban mal las desviaciones no aprobadas por ellos y se mostraban severos con quienes dejaban que el vuelo de su imaginación abarcara más de una disciplina. Estos creadores habían asumido el espíritu vigente en ese momento en Italia, donde un solo hombre abarcaba una multitud de mentalidades y podía ser al mismo tiempo escultor, pintor y arquitecto, como lo fue Miguel Ángel en Roma, pero esa actitud no era precisamente «Trending Topic» en España. «En ellos, el Renacimiento se convierte en algo distinto. Como este es menos puritano, menos clásico, menos dependiente de la antigüedad y se presta menos a lo normativo, resulta más exportable lo que hacen», aclara el director del Prado.
Entre estas «águilas» se cuentan artistas fácilmente reconocibles para muchos, como Bartolomé Ordóñez, que trabajó el mármol y la madera, y falleció de manera prematura en 1520, que desarrolló su trabajo en Barcelona y fue un escultor de relieve, intachable, y del que se puede apreciar su original talento en su «Llanto sobre cristo muerto» o «San Mateo y el ángel». A su lado destaca la siempre impresionante presencia de Diego de Siloé, como queda de relieve en tallas policromadas del rango de «Cristo flagelado», «San Juan Bautista» o «San Miguel Arcángel».
Rafael y Leonardo
En esta línea aflora el nombre de otro imprescindible, Alonso Berruguete, que también pinta y esculpe, y del que aquí se exhiben claras pruebas de su temperamento, como los óleos «Alegoría de la Templanza» y «Salomé», y la madera de un San Sebastián. «Hasta ahora no se les había concedido la importancia que merecían ni aquí ni en Italia», aclara Falomir.
A lo largo de la exposición quedan en evidencia las influencias de cada uno. Es indiscutible cómo Pedro Fernández, uno de estos talentos, adapta ciertas lecciones leonardescas en «Descanso en la huida a Egipto», de manera especial, en su composición del fondo de esta tabla, con ese característico paisaje que Da Vinci supo introducir en sus óleos. Pero este mismo artista recogería a su vez otras fuentes pictóricas y, por ejemplo, en «La sagrada familia» encuadra la escena con una arquitectura, una ruina de aires romanos con la que abre el perímetro de sus gustos. Pero si existe un artista italiano que se ha colado en el imaginario de estos creadores ha sido Rafael.
En la exposición hay un cuadro de él. Una de las tres piezas procedentes de los fondos del Museo del Prado (muchas provienen de Italia y de colecciones particulares). Es «La Sagrada Familia con Rafael, Tobías y San jerónimo (La Virgen del pez)». A partir de esta obra se puede intuir la huella del artista en los pintores españoles. Queda patente en la obra de Pedro Machuca, alma también de muchas ambiciones y bifurcaciones, que explora la arquitectura y la pintura. Su «Descendimiento de la cruz» incorpora «rafaelismos», como grupos de individuos independientes que interactúan entre sí. Lo que él hace es acentuar el dramatismo del maestro italiano saturando la tragedia de la escena que representa. Algo que tampoco es de extrañar y que funciona casi como una metáfora de cómo, al final, el carácter, la cultura o la tradición natal acaba imponiéndose de alguna manera sobre lo aprendido en escuelas o talleres.