Sylvia Polakov, la vida era una fiesta
La que captó imágenes de Antonio Banderas, Isabel Preysler o Adolfo Suárez ha fallecido hoy, según se ha publicado en su perfil oficial de Instagram
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Sylvia Polakov no fue una fotógrafa al uso. Hizo retratos desde su soleado estudio de la calle Alfonso XII, pero también agitó las fiestas de Madrid desde los años 70, cuando llegó desde Barcelona con una cámara y una maleta. Y muchas ganas. Sus casi dos metros y una simpatía desbordante le valieron para estar en los sitios indicados. En Barcelona la quiso detener la Guardia Civil por su aspecto similar al de un travesti (espalda ancha, altura fuera de lo común) y asunto zanjado con un colérico «¿quéee voy a ser yo un tío» No perdía el tiempo. Tampoco hacía perderlo. Tenía la fotografía en su cabeza y disparaba con el convencimiento de quien sabe que no iba a fallar. Puntería a lo Polakov, con un estilo que es difícil de clasificar. Pero aún más, su carácter: a veces impertinente, a veces dulce, cariñosa e incluso cañera «pooor favor claro que sí». Pero siempre fotógrafa. Siempre Polakov.
Su vida es digna de una novela. O de una de estas miniseries que hoy cualquier estrella pasada tiene en Netflix. Apasionaba a desconocidos y era buscada por la jet. Se movió con soltura por arriba y por abajo, sin saber muy bien donde estaba la frontera entre uno y otro. Fue concebida en el carnaval de Río en Brasil, nació por accidente en Buenos Aires, vivió en Londres y finalmente en Barcelona, desde donde vino a Madrid para no volver. Se consideraba de Madrid: «Gata, y no rusa como todo el mundo piensa».
Sylvia atesoraba anécdotas de la España más famosa de su tiempo, los 70, los 80 y los 90. Pero también de los dos mil. Le gustaba la época del destape, a la que ella contribuyó fotografiando a una jovencísima Tita Cervera para «Interviú». Icónica. Pero también a Amparo Muñoz, a la que desnudó y puso un cinturón sobre sus pechos en una de las fotografías más míticas y recordadas de la miss.
También cultivó su amistad con Salvador Dalí durante su juventud, que la invitaba a su casa de Cadaqués, y de la que hay fotografías. Flirteaba con la jet, el poder, la cultura y el Madrid de la movida. Ni cansaba ni se cansaba. Podría decirse que este tipo de mujer incombustible debería de llamarse Polakov, de la misma manera que las lolitas eran quienes podían remitir a la novela de Nabokov. No diré más, pero a Sylvia en algunos momentos también era una lolita. Reía con sus labios finos las gracias de modelos, princesas y deportistas a la misma vez que guardaba secretos a Paco Umbral o Lola Flores. Pero también saludaba con reverencia a la Reina doña Sofía, que fotografió en la que es la mejor instantánea de Su Majestad.
Pero para majestuosa, ella. Con la humildad de un artesano anónimo, se podía ruborizar en el mismo instante de encolerizarse ante una injusticia. Protestaba y aplaudía a partes iguales. Se indignaba y alababa en una misma frase, y además era capaz de recordar cada detalle de cada sesión de fotos. Desde la moda al retrato personal, desde el posado de la Obregón («yo la convertí en elegante») a la tarde en Liria con la duquesa de Alba. Caminaba por Madrid mientras pensaba que fotografiar. Trabajaba la rapidez en su cabeza, y luego la ejecutaba. Y contestaba con ocurrencias que estaban entre lo naif y lo sublime. ¿Todo en orden Sylvia? «¿Cómo que todo en orden? ¡Todo en desorden!», respondió una vez en 2009 cuando la crisis dinamitó los reportajes de las cabeceras más famosas para las que trabajó, como «¡Hola!». Ahí firmó más de 250 reportajes que son historia viva de España. Nadie se le resistía. Todos querían que la belleza pelirroja les sacara guapos. Desde Emilio Botín a Adolfo Suárez, pasando por Aznar, Cela, Koplowitz o Vilallonga. Su archivo podía parecer la lista de invitados a una de las fiestas de los años 80, que por supuesto fotografió. No sabía hacer otra cosa, aparte de bailar, claro. Siempre bailar. Y ahí queda.