Lucía Vallejo: arte para escapar de nuestras jaulas
La artista reflexiona sobre cómo nuestros juicios nos aprisionan en una exposición en la isla del Lazareto, en Menorca
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Hay una frase de Virginia Woolf que da origen a todo: «Los ojos de los demás, nuestras prisiones; sus pensamientos son nuestras jaulas», dijo la escritora en una ocasión y podríamos firmarlo casi todos hoy de nuevo. Sin embargo, para Lucía Vallejo (Bilbao, 1975), ese enunciado puede completarse diciendo que «nuestros ojos son nuestras propias cárceles porque nosotros mismos también nos enjaulamos y hacemos que nuestras inseguridades y sufrimientos impidan que demos lo mejor que tenemos», explica sobre la inspiración de su exposición «Our thoughts, our cages», instalada en la isla de Lazareto (Menorca), ubicada en el interior del puerto de Mahón, enclave que acogió el primer centro de cuarentena de viajeros y migrantes de la historia. Una exposición en la que resuenan la vida y la muerte, la pandemia y las enfermedades mentales, disfrutar del momento o vivir con angustia.
De todas esas dicotomías ha hablado Vallejo a lo largo de su producción artística pero cuando llegó a Lazareto (que, como tal, es un término en varios idiomas que designa estos centros de recepción de inmigrantes), se enamoró de las jaulas. Unas imponentes celdas donde se clasificaba a los recién llegados en función de si estaban diagnosticados (¿cólera, peste bubónica, fiebre amarilla?) o no diagnosticados y podían enfermar en cualquier momento. «Es fácil imaginarse la angustia que tenía esta gente cuando estaba viviendo esto. Los no diagnosticados tenían esa angustia de los que no saben si están enfermos o no, y qué va a pasar con ellos. Los otros podían ver el cementerio a pocos metros. Era una sensación muy poderosa estar en ese cruce de caminos. Y se parece a lo que hemos vivido con el Covid. Esa sensación de claustrofobia y de no saber qué te va a pasar», comenta Vallejo, que ya había trabajado con la idea de las jaulas inspirándose en Louise Bourgeois, «con piezas de personas que tratan de encajar en la sociedad. En este caso, me encantó el espacio en la idea de la jaula y de la angustia», explica la artista.
En la muestra, comisariada por María del Corral y Lorena Martínez del Corral, hay, por tanto, dos tipos de jaulas: la metafórica (los pensamientos) y la física (las celdas). Y, en el centro de la exposición, hay una pieza donde están las dos: una jaula en la que gira con el viento una pieza dorada. Por un lado, está revestida de oro de 22 quilates. Por la otra, oro falso. «Habla de que tratamos de aparentar que estamos bien, pero a veces no es verdad. Habla de las enfermedades mentales y de cómo pueden ser una cárcel interior, porque físicamente nadie aparenta estar enfermo pero puede estarlo psicológicamente. Todos nosotros», dice la artista sobre una circunstancia muy habitual en estos días. «Das un semblante perfecto para Instagram. Haces ver que todo es maravilloso, pero, por dentro, no lo es. La pieza gira y vas viendo el oro exuberante y la parte de atrás, no tan bella. Y así es como somos». Incluso para los que sabemos poco de oro real y falso, la diferencia es evidente. «Te lo aseguro. Uno resplandece y el otro, no». En ese proceso de las enfermedades mentales, muchas veces son los ojos de los demás nuestras jaulas, y nuestra mirada sus prisiones. «Eso es. Se trata de un proceso bidireccional», apunta Vallejo, que se ha liberado con el arte de algunos de esos tormentos que nos afligen. «Sin duda. Sufrí mucho con la muerte de mi mejor amiga y también estuve a punto de morir en el parto de mi hijo. Vi la muerte de cerca en un periodo muy corto y me di cuenta de la fugacidad de la vida. Eso también sale en mi obra. Hablo mucho de ello. Los miedos y la angustia los he sacado, los he convertido en algo bonito».
Ese era el mensaje de sus trabajos anteriores en los que el polvo, incluso de oro, simbolizaban el alma que no podemos llevarnos al más allá. «Las cenizas que simbolizan lo que somos. Y esa es la idea que me interesa expresar, que nos vamos sin llevarnos nada y dejamos poca cosa más que polvo. Y esa es la forma de expresar el alma», dice la artista, que ha colocado una momia en una de las salas del Lazareto, como testimonio de los que no lograron cruzar al otro lado y también como corporeidad de esos malos pensamientos que no se van: «La tristeza por alguien querido que ya no está siempre la vas a albergar. Pero, de alguna manera, la angustia se puede trabajar. Unos lo hacen con el psicoanálisis y los artistas con nuestro trabajo. Aunque no quieras hablar de ello, siempre termina saliendo».