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Contracultura
Ateos y Semana Santa: ¿tradición o hipocresía?
La religiosidad popular y la tradición familiar son dos elementos fundamentales para poder comprender las contradicciones que se dan en Semana Santa, especialmente en Andalucía

Bien. En esta divina contracultura del Domingo de Ramos vamos a tratar de dilucidar si la participación –ya sea activa o pasiva– de los ateos, los agnósticos y los creyentes no practicantes en la Semana Santa, que es masiva, es un hecho hipócrita, o si, por el contrario, es un acto sincero que responde a cuestiones que trascienden la fe: la familia, la identidad, el pueblo, la cultura, la infancia... Para intentar poner luz a este debate espigaremos testimonios de actores que, de una u otra manera, participan de esta «fiesta de las cofradías», más o menos directa o intensamente, sean o no creyentes.
Si uno se documenta un poco sobre la participación de los ateos en la Semana Santa –especialmente en Andalucía, donde se viven estos días de manera muy particular–, se va a topar más temprano que tarde con un concepto clave para poder desentrañar, entender este asunto, esta suerte de contradicción: la religiosidad, y especialmente la religiosidad popular: algo que cabe diferenciar «de» o contraponer a la religión, a la religión oficial. Pues bien, tras darle unas vueltas a este llamativo concepto, uno entiende que la religiosidad habla sobre las distintas formas de expresión de la fe, individuales o colectivas, así como del comportamiento del sujeto respecto al credo que profesa. Y que puede haber una correspondencia respecto a la religión instaurada o no. O sea, que coincidan religión y religiosidad. No es el caso del ateo cofrade, ya que las procesiones de Semana Santa, siendo uno de las mayores expresiones de religiosidad popular, aunque pertenezcan al universo católico, no forman parte de los rituales oficiales de la Iglesia, ya que dependen por completo de los laicos: por ello en algunas ocasiones pueden colarse elementos heterodoxos o sincréticos.
Y si hablamos de heterodoxia tenemos que mentar sí o sí al primer pregonero heterodoxo de la Semana Santa sevillana, el presentador de Canal Sur Manu Sánchez, cuyo pregón, recogido en un librito por la editorial El Paseo, se tituló elocuentemente: «Confesión de un ateo y cofrade». ¿Y ante quién se confesó este periodista nazareno –que es el gentilicio de su tierra, Dos Hermanas–? Pues nada menos que frente al anterior arzobispo de Sevilla, monseñor Carlos Amigo. Relata Manu: «Tomé aire y lo solté: ‘‘Padre, me confieso, soy ateo y cofrade’’. Y él me dijo, ante la sorpresa de todos y con impasible serenidad vallisoletana: ‘‘¿Y cuál es el problema?’’. A lo que dije aliviado: ‘‘Ah, ¿entonces esto se puede?’’. A lo que se apresuró a replicar entre risas: ‘‘Pues claro que se puede: ¡y ateo y de la Macarena!’’».
Apuntala en el mismo sentido el periodista sevillano Javier Caraballo que «la ‘‘igualá’’ es la igualdad y eso es lo que ha resuelto desde antiguo las contradicciones a las que se enfrentaban quienes ansiaban participar en la Semana Santa andaluza en contra de sus propias creencias. ¿Rojo, ateo y macareno? Ningún reparo existe porque, para todos los andaluces, la Semana Santa es un fenómeno propio que trasciende las ideologías».
Pero antes de seguir, acabemos con lo dicho por Sánchez: «Tras mi confesión, Carlos dijo algo maravilloso: ‘‘La Semana Santa tiene que ver con la religiosidad, no con la religión’’. No podía estar más de acuerdo, porque lo primero es algo intrínseco al ser humano que cristaliza de una forma u otra según la cultura dominante. Y la segunda, el resultado concreto de la cultura dominante nuestra».
El periodista madrileño Jorge Bustos experimentó por primera vez la Semana Santa de Sevilla en la primavera de 2022: una vivencia que ha reflejado en su libro «La pena alegre» (Renacimiento, 2025), cuyo sintético título recoge la esencia de la «fiesta» cofrade hispalense inspirándose en el nombre del pregón del maestro Antonio Burgos: «La pena cabal de la alegría». Escribe Bustos en esta serie de crónicas que «no está nada claro que la Semana Santa sevillana tenga que ver con la religión». «No es lo mismo religión que religiosidad –continúa este remarcando tal diferencia–. Que todo esto se articule a través del culto a una escena bíblica labrada por un imaginero hace 300 años no debe confundirse con la observancia coherente de una vida cristiana. (...) Es verdad que el ateo ve antropología donde el creyente reafirma la experiencia de la fe, pero da lo mismo: Sevilla es tan generosa con su misterio que permite a unos y a otros disfrutar de él. Tan misterioso resulta Dios como el hombre». ¿Y cómo es posible esa contradicción de conjugar la pena con la alegría, de celebrar como una fiesta la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo? Lo explica bien un hombre de fe «berroqueña», el escritor Enrique García-Máiquez: «Entonces me asaltaron los cargos de conciencia por conmemorar tan epicúreamente la Pasión de Cristo –escribe sobre su adolescencia–: las primeras salidas por las noches, la luna llena, el olor a azahares, la música, las amigas de un luto esplendoroso… Sólo logró apaciguarme una saeta [spoiler]de don Pedro Muñoz Seca: ‘‘Virgen de la Macarena/ ¡ponte la cara bonita/ que ya sabemos to er mundo/ que el domingo resucita!’’».
Lo familiar, lo identitario
Hemos hablado de la religiosidad como un elemento fundamental para entender la contradictoria Semana Santa del sur, alegre y penosa, fervorosa y atea, soleada y lluviosa. La otra columna que sostiene este escorzo barroco, este milagro carnal, es, sin duda, la del elemento familiar o tradicional.
En un artículo de «El Español», la periodista Lorena G. Maldonado, que al igual que Bustos tampoco es creyente, habla así de su Semana Santa de Málaga: «Si yo renunciaba a la Semana Santa estaría anulando mi infancia sureña de incienso, y aquella vez que madrugué como nunca para ver la Misa del Alba con mi abuela, con el cielo rayano en naranja y las señoras cantando saetas en el barrio de la Trinidad, y este creer en Dios a ratos, y estas dudas y siempre este fervor extraño ante lo insólito, y aquel hacer bola con la cera sobrante de los cirios de los penitentes».
Tiene escrito Pepe Lobo, autor de «Yonkis y gitanos» (Libros del KO), un relato glorioso, «Heavy metal is painful», donde a través de la vivencia de un chaval metalero, «un pedazo de inútil que sólo servía para tocar la batería», ha conseguido explicar mejor que nadie cómo esta religiosidad se proyecta hacia arriba, pero no hacia Dios Padre Todopoderoso, sino hacia nuestros mayores, su legado y nuestras costumbres : «No me gusta la Semana Santa, no me gusta un carajo. Ni aguanto bullas, ni creo en Dios, ni conozco más pasos que el Gran Poder y La Macarena. Pero el Sábado Santo salgo en la Soledad de San Lorenzo. Porque toda mi familia es de allí, vamos al barrio a ver a mi abuela, almorzamos con ella, nos vestimos mi padre y yo, me meto en la fila y ya. Ni siquiera sé si me gusta; lo hago. A mí que más me da, si veo a mi abuela contenta. Es mi gente, ¿no?».
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