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Contracultura

Black Lives Matter, del activismo a la corrupción

Cinco años después de la muerte de George Floyd, el movimiento «woke» no puede presentar ningún avance tangible, solamente postureo y sospechas de corrupción

Disturbios a raíz del #blacklivesmatter ANDY RAINEFE

Mientras escribo estas líneas, el centro de Los Ángeles se encuentra bajo un toque de queda provocado por los fuertes disturbios posteriores a la aplicación de las leyes ICE, por las que Donald Trump pretende aplicar las políticas de reemigración con las que ganó las elecciones del pasado noviembre. La foto icónica de estas revueltas ha sido un macarra musculado, con el rostro escondido por una capucha negra y ondeando una bandera mexicana sobre un coche ardiendo. La izquierda global, adicta desde 2002 a glamurizar cualquier desorden en los barrios pobres, ha aplaudido este estallido social en redes. La compañera del gobernador demócrata de California, Jennifer Siebel, hizo un llamamiento a no participar en nigún tipo de violencia, pero las escenas que recogen los telediarios han entusiasmado a la mayoría del progresismo, el mismo que aplaudió los desórdenes de Black Lives Matter desde 2020.

¿Sirvió de algo?

En el fragor de las protestas, reacción a la muerte de George Floyd durante una detención policial, muchos enviados especiales se encontraron situaciones que no esperaban, por ejemplo entrevistar a afroamericanos dueños de pequeños comercios que condenaban los disturbios porque solamente servían para deteriorar los barrios pobres, empezando por sus propios negocios. También se dieron escenas bochornosas de activistas blancos que se manchaban la ropa de rojo sangre para realizar performances presuntamente empáticas, en las que 'actuaban' como si fuesen víctimas negras. Se dieron incluso situaciones más delirantes: manifestantes portando pancartas con el lema "Desfinancia a la policía" eran atracados en los guetos y terminaban llamando a comisaría para que les protegiesen de las bandas del barrio. Aquello se convirtió en una comedia disfuncional, de esas que le salen tan bien a Woody Allen ridiculizando a la progresía estadounidense.

Mucha gente no lo sabe, pero el movimiento Black Lives Matters vive bajo la intensa sospecha de corrupción, con símbolos como una fastuosa mansión valorada en seis millones de euros propiedad de este movimiento en Topanga Canyon, uno de los enclaves más exclusivos de Los Ángeles (la mansión fue visitada con frecuencia por Humphrey Bogart y Lauren Bacall en la era dorada de Hollywood). Alegan que la compraron como "campus de fraternidad para artistas negros", pero se supone que son una organización antirracista, no gestores de resorts culturales. La Red Global Black Lives Matter, según un reportaje de The Times en 2022, recibe un aluvión de donaciones desde la muerte de George Floyd y hoy maneja 42 millones de dólares en activos.

Los críticos con el movimiento también han presentado documentos fiscales que señalan que una de las fundadoras, Patrisse Cullors, pagó a una empresa propiedad del padre de su hijo 970.000 euros para producir eventos culturales. Al hermano de Cullors le ingresaron 840.000 por servicios de seguridad. La activista ya fue cuestionada por haber amasado un patrimonio de 3,2 millones de dólares. Ella alega que son "ataques de medios de derecha", pero la madre de una de las víctimas de brutalidad policial, que resultó muerto en 2016, ha mostrado en público su decepción con el movimiento por "estar más interesados en las ganancias que en ayudar a las familias". El nombre de esta madre es Lisa Simpson, tiene 55 años y trabaja administrando una gasolinera. Denuncia que parte del descontrol de las finanzas tienen que ver con el hecho de que muchos donantes de BLM son millonarios blancos que "quieren lavar su conciencia" y en realidad "no les preocupa mucho dónde termine su dinero". También manifestó sentirse indignada por el hecho de que Black Lives Matter estuviese adquiriendo propiedades de lujo mientras ella luchaba por conseguir un piso.

Otro colectivo enfurecido con BLM son los exiliados y disdentes cubanos. En la cima de su popularidad, Black Lives Matter se alineó con el régimen caribeño cargando la responsabilidad del racismo en la isla al bloqueo de Estados Unidos, la excusa más socorrida para justificar cualquier injusticia del castrismo. Cuando organizan mesas redondas sobre la situación cubana, Black Lives Matter escoge invitados como la periodista Liz Olivia Fernández, presentadora de una serie de Oliver Stone y Danny Glover titulada "La guerra contra Cuba", que reproduce la ideología gubernamental. También se incluyó en la mesa al poeta, ensayista y crítico cultural Roberto Zurbano Torres, premiado por el régimen y conocido por minimizar el impacto del movimiento juvenil San Isidro y por sugerir que Cuba debería estar preparada para una "racialización de las protestas", orquestada por "el escenario mediático de Miami". Black Lives Matter culpa de todo al bloqueo y las sanciones de Estados Unidos y elogia al gobierno castrista por dar asilo político a "revolucionarios negros" del pasado.

Es importante señalar que se puede estar a favor del movimiento por los Derechos Civiles del siglo XX, incluso del combativo 'black power', pero verle las costuras a la generación Black Lives Matter. Culturalmente son dos mundos, ya que la versión actual no ha producido ninguna figura de la talla de Marthin Luther King Jr., Malcolm X, James Brown, Angela Davis, Muhammad Ali, Sidney Poitier, Rosa Parks, Medgar Evers y W.E.B du Bois, por citar algunos nombres relevantes. Por su parte, Black Lives Matter solo ha dado dos iconos reconocibles, sin el voltaje de antaño: el rapero Kendrick Lamar, a quien ese trató de convertir de manera artificial en una especie de Marvin Gaye de la era Obama, y el jugador de fútbol americano Colin Kaepernick, que se arrodilló durante el himno nacional antes de un juego, provocando una pasajera moda de réplicas, hoy inexistente. El entorno de Black Lives Matter formuló propuestas culturales tan absurdas como la de escribir 'blancos' en letras minúsculas y 'NEGROS' en mayúscula. Ya casi nadie se reclama activistas de este movimiento, más allá de quienes reciben nómina.

El politólogo Yesurún Moreno firmó en 2021 un afilado artículo titulado "Los barrancos del activismo start-up", basado en las teorías del sociólogo francés Pierre Bourdieu, que explica que vivimos en una sociedad dominada por el simulacro. Define gran parte de nuestra vida social como "una forma hiperreal que nos domina a todos y que reduce cualquier acontecimiento a una escenografía efímera, transformando la vida que se nos concede en supervivencia, una apuesta sin apuesta". Moreno explica que las tres fundadores de Black Lives Matter provienen de universidades de élite de Estados Unidos y están vinculadas al activismo queer y los estudios de marketing, alejadas del sentido de comunidad religioso y barrial que definió al movimiento de por los Derechos Civiles y al Black Power.

La rebaja del voltaje funciona así: Black Lives Matter sustituye la autodefensa "la conciencia de clase por la autodeterminación individual" y "las asambleas de partido por los grupos de Whatsapp y Telegram". Se reemplaza también "la exposición racional de los agravios padecidos estructuralmente por el discurso victimista (que se expresa más mediante la fiesta que por el activismo político). Y es que, quizás, el 'clicativismo' puede ser el virus troyano que se cuela en toda lucha legítima para desactivarla", explica Moreno. Más allá de interpretaciones académicas, un estudio del prestigioso Pew Research Center revelaba que los estadounidenses consideran Black Lives Matter un movimiento fracasado. En 2020 un 52% de los encuestados opinaban que este movimiento social mejoraría las vidas de los afroamericanos, pero hoy solo lo sigue creyendo un 27%, lo que significa que hay un 73% que no considera que haya traído avances.