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Selvático Animal

Cecilia Zango: "El flamenco viene de muchos lugares"

La artista extremeña acaba de arrancar la gira "Exótica", con la que defenderá su disco de idéntico título por toda la geografía española

Cecilia Zango, cantante.
Cecilia Zango, cantante.La Razón

Nada más comenzar a conversar con la cacereña Cecilia Zango adviertes que tiene aún muy viva la ilusión de su primer disco largo, «Exótica», publicado el pasado abril, un trabajo pop en donde el flamenco y lo latino se abrazan y al cual le ha dedicado dos años de su vida. La intérprete y compositora, que de niña ganaba concursos de guitarra clásica, completó sus estudios en el Real Conservatorio Superior de Madrid y se licenció en Historia y Ciencias de la Música en la UAM (Universidad Autónoma de Madrid).

Tener una formación académica no es un imperativo para un músico, en absoluto, ya que hay mucho artista de enorme talento que jamás ha pisado un aula, pero sí que ayuda a desbrozar el camino: «Sí, claro que sí –asiente rotunda–. Incluso cuando estaba en el conservatorio, llegaba el verano y me apuntaba a tres “master class” y a un curso. Aunque si lo pienso, creo que era más por el ansia de juntarme con los que eran mayores que yo y con profesores internacionales que eran maestros del instrumento. Me encantaba escucharles, tocar con ellos, que nos contasen sus trucos… Eso me flipaba y sentía que aquel era mi sitio. Yo nunca fui de las alumnas que destacaban en clase. En guitarra, por ejemplo, cuando empecé a destacar, a lo mejor sacaba un cinco y ese mismo mes ganaba un premio nacional. Pero está claro que además de la técnica están la interpretación y el aura que transmites en un escenario. Son muchas cosas las que completan a un artista».

El dosier de prensa que distribuye su discográfica asevera que en ella convergen «tradición y vanguardia», mientras que Cecilia lo resume como fusión: «En “Exótica” toco muchos palos distintos. Aquí no se escucha tanta bachata, y yo en el disco he metido una bachata flamenca. Luego he jugado con una jota extremeña, le he dado un aire más electrónico. No he hecho un álbum de pop en español, o de reguetón, sino que abarca muchos sonidos. A mí me gusta mucho eso, explorar las músicas que son también exóticas para mí, las músicas de raíz de otros países. Mi disco es pop, porque es popular, y la guía y el esqueleto de todo lo que compongo es pop. Quizá cuando empecé el disco tenía un ansia de intentar hacer algo distinto, pero luego me he dejado llevar porque he encontrado mi sitio. Tengo ya un estilo, unos dejes cantando, unos giros, unos aires que he ido cogiendo de un sitio y de otro y los he hecho míos. Me cuesta mucho ponerme una etiqueta, en mi caso resulta complicado. Pero lo que hago está más enfocado a lo latino y a la música española, al flamenco, y también al afro».

El sexo en las letras

¿Qué opina del exceso de sexo en las letras del reguetón y el trap?: «Yo no soy tan explícita en mis letras –advierte–, me gusta dejar el mensaje un poco más abierto e interpretable. No es mi camino ahora mismo, ni me llama mucho la atención. Creo que muchas veces si quieres dar un mensaje más sexual o incitar, o excitar, más, puedes llegar a eso sin ser tan explícito. Muchas veces, al ser tan explícito te alejas de eso. Pero como todo lo prohibido, todo lo que no te dejan hacer o lo que no se puede decir, es algo que atrae a los jóvenes. Yo he escuchado mucho a Tego Calderón y él es muy explícito, pero también utiliza muchas palabras que no sé lo que significan, que las he tenido que buscar porque no las utilizo, y sí veo riqueza ahí porque hay un camino de investigación. Hay mucha conexión entre España y Latinoamérica y nos intercambiamos muchas palabras y frases hechas, como “esto se siente como”, que nosotros no lo decimos así y ellos sí, y yo lo empecé a utilizar. Ese intercambio es inevitable, al igual que lo es que lleguen los géneros más rápido y pasen de moda también más rápido».

Cecilia, que ha actuado este fin de semana en el Europride, la mayor celebración y reivindicación de los derechos LGTBI+, que este año ha sido en Lisboa, tiene una clara vocación internacional. Así lo ha declarado en distintas entrevistas, su deseo de triunfar más allá de las fronteras españolas. Le pregunto si Rosalía no les habrá hecho algo de daño a las nuevas generaciones de mujeres cantantes al inocularles ese veneno del éxito mundial. ¿No será mejor triunfar primero en casa y ya después abrir mercado fuera? «Sí, por supuesto –concede–. Pero dentro de lo internacional incluyo lo nacional. Es verdad que Rosalía, en un principio, fue más querida y apreciada fuera, y luego ya se le ha dado el valor que tiene. La cultura española relacionada con el flamenco es una cosa que fuera de España llama mucho la atención. Aquí tiene su público, pero quizá no está tan valorado. Sin embargo, fuera resulta exótico. El flamenco –añade– no deja de ser una música que ha nacido de la fusión, del camino, de lo nómada, de los indios, del pueblo gitano, de África… viene de muchos lugares. El flamenco ha tenido su asentamiento en España, pero sus raíces son de muchos sitios. Y “La leyenda del tiempo” de Camarón al principio fue un fracaso, no tuvo apenas ventas, ¡y fíjate lo que es ahora! Entonces no se veía bien que metiera esas armonías tan nuevas para la época, le criticaron muchísimo».

En estos días de terremoto político, la artista extremeña asegura que la política no le es indiferente, pero que ella no es «directa» a la hora de plasmarlo en una canción: «Cuando escribes siempre se te escapa algo. No tengo problema en decir cosas, pero intento no politizar lo que estoy cantando. Quien vea mi repertorio, mis imágenes, entenderá un poco lo que defiendo, las minorías a las que me dirijo muchas veces. Intento ser muy diversa y muy inclusiva, para mí eso es muy importante, y en eso sentido creo que sí soy reivindicativa. Si eres artista tienes eso dentro, esa inquietud de querer protestar. De pequeña era contra el mundo, pero siempre he tendido, en todo lo que hago, a llevar la protesta por delante», concluye.

Exotismo «made in» Cáceres

Por Javier Menéndez Flores

En el barrio de San Francisco, con aquel puente que nunca fue romano y que hoy yace dentro de una glorieta cual dinosaurio disecado, resplandecían, uno al lado de la otra, el bar Miche y la multitienda familiar Chus, «la primera de todo Cáceres». Y allí, entre el aroma a pan recién horneado y esas chucherías a las que de nada servía resistirse, pues siempre ganaban, Cecilia jura por sus dos apellidos que fue desmedidamente feliz.

Entre las clases en el colegio Donoso Cortés y las del conservatorio apenas había tiempo para mucho más, pero las comidas diarias con los primos, igual de bulliciosas que uno de esos conciertos que llegarían años más tarde, conseguían el milagro de la desconexión. Y aunque a las celebraciones en el campo ella iba siempre cargada con el cuaderno, los apuntes y la guitarra, y a veces, en las lluviosas tardes de invierno, y sin que supiese bien por qué, se le metía entre las sienes algo parecido a una melancolía con mucho músculo, qué no daría ella por escuchar de nuevo «esta niña que llega tarde a casa» (ay mi Rocío).

De Extremadura había que salir por patas si aspirabas a subir peldaños; alejarse de esa patria chica que siempre va contigo (anda, dile a Robe que te cuente, que de eso podría escribir una enciclopedia). Y en el apabullante e inagotable Madrid fuiste de cabeza, otra vez, al conservatorio, que fue mucha más universidad que la propia universidad, donde también pasaste un millón de horas entre la teoría de la pizarra y el papel y el tacto de la guitarra infinita. Esa guitarra que fue un sacerdocio en la niñez y en la adolescencia, que te dio medallas y alegrías y algunas lágrimas, y que ahora te ayuda a componer canciones que a tus alicortos profesores de entonces les habrían descolocado.

Brillito, yallah, niña, yallah, alé, alé, alé. Hay un lenguaje hecho de palabras guapísimas que no vas a encontrar en los diccionarios y que se cargan en el área de Broca y explotan en el paladar como aquellos Peta Zetas de la infancia. Has levantado tu cuartel general entre la música de «Las mil y una noches», el quejío de la Andalucía que cuando canta cierra los ojos y esas bachatas deudoras del bolero que tú conviertes en otra cosa. Y tienes doce más una canciones en las que has dejado tanto de ti que después de eso sobra cualquier explicación.

Ponle a la chica una doble de Camarón y Paco, dale, y otra de Lole Montoya y su gigante Manuel Molina. Pero deja que lo alterne con una miaja de manele, esa suerte de reguetón rumano, en las antípodas rítmicas del latino, que no le machaca la cabeza y le pone el alma en danza. Y evita Cecilia escuchar el «Random access memories» de Daft Punk porque cada vez que suena es como si empezara a llover dentro de ella y teme que tanta agua le termine por calar los huesos. Menos mal que Joan Báez, Canned Heat y la Creedence, que en el 69 levantaron Woodstock con la palanca del talento, son ese refugio que nunca falla cuando el cielo es un cónclave de nubes negras. La belleza pura, sin matices, dura un segundo, pero la personalidad, ya tú sabes, lo es todo: esa rosa que no se marchita jamás y esa mirada que siempre convence. Por eso sigues estudiando a los clásicos mientras le pones tu huella digital a cada partitura y te reivindicas en un panorama en el que uno no debe aspirar a ser el mejor, solo a ser único.