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Psicópatas de cine (IV)

Chucky, el muñeco diabólico y manipulador

Con el estreno en 1988 de esta cinta, se inicia el cine paródico de psicópatas desatados e ilógicos

El referente inmediato de Chucky es Reagan MacNeil, la niña de «El exorcista»
El referente inmediato de Chucky es Reagan MacNeil, la niña de «El exorcista»Archivo

La década de los 80 fueron años de grandes cambios en el cine popular, en especial en el cine de terror, con un considerable aumento de la violencia gratuita de los psicópatas. Uno de las películas más escalofriantes es «Hellraiser» (1987) y su protagonista el malvado «Pinhead», la máscara del dolor sadomasoquista, que dará pábulo a la saga más desagradable del cine de terror: «Saw. Juego macabro» (2004), protagonizado por Jigsaw, el asesino del puzzle. Una marioneta con cara de calavera blanca y espirales pintadas en las mejillas.

«Pinhead» es ser venido de otra dimensión, tiene la cabeza cuajada de pinchos geométricamente dispuestos y amenaza con torturas inimaginables hasta entonces. Esta cabeza pinchuda es una máscara icónica del cine de terror gore de los 80, además de un nuevo y sofisticado asesino que tortura con saña y ensarta a sus víctimas con anzuelos que les procuran dolores que exceden el placer sadomasoquista. Al «Pinhead» de Clive Baker, como a los asesinos posteriores, le une el placer por la tortura, el ensañamiento con las cuchilladas y desgarros y la mucha sangre derramada. Se diferencia en el grado de su monstruosidad y sadismo y sus caracterizaciones exageradas o burlescas. Tanto a Jack Torrance como a Chucky son dos psicópatas poseídos por una desmesura asesina inmisericorde.

Tanto Jigsaw como Chucky son marionetas manipuladas; brazos ejecutores cuya inocente apariencia contrasta con su sadismo vengador. De ahí que produzcan atracción y rechazo al mismo tiempo por el placer morboso que procuran. El referente inmediato de Chucky es Reagan MacNeil, la niña de «El exorcista» (1973), poseída por el demonio Pazuzu, como Chucky ha sido poseído por un criminal moribundo mediante un rito vudú que convierte al muñeco amoroso en un asesino en serie tan mortal como el robot de «Terminator» (1986). El interminable final del muñeco diabólico es idéntico al del robot Cyberdyne 101.

Ambos se resisten a morir y se revuelven contra sus ejecutores, animados por un deseo de venganza más allá de la desmembración y la muerte. Son seres que parecen máquinas, se mueven como autistas terminales y su monstruosidad reside en una psicopatía asesina inasequible al desaliento. Chucky, como Norman Bates, disfrutan matando y matando, con una risa burlona y rabiosa insistencia sádica. Es en esta compulsión a la repetición del acto criminal, en su obsesión por asentar violentas navajadas, en donde el espectador encuentra el morboso placer que procuran los psicópatas posmodernos, ya sea un psicópata realista, un muñeco diabólico o un autómata. Con «Chucky. Muñeco diabólico» (1988) se inicia el cine paródico de psicópatas desatados. Su objetivo es encadenar el mayor número de golpes de efectos, sustos y muertes violentas, sin atender a la psicología ni la lógica.

El reinado del terror

El sentido del humor negro, la autoparodia y una divertida ironía es consustancial al cine sanguinolento de los años 80 y 90. Los homenajes a los clásicos son continuos. Pero aún más las referencias a otras películas «slasher» y sus desmesurados iconos del mal. El desenfado, la mezcla de cine fantástico y comedia juvenil se inicia con la posmodernidad del cine de Lucas y Spielberg. Es evidente en «Gremlins» (1984), renovador el género fantástico. Las burlas a la seriedad del drama gótico mediante divertidas salidas de tono y humor negro se harán hegemónicas en el cine de terror de los 80.

Como Gizmo, Chucky también es un juguete bondadoso que es poseído por un maleficio y transformado en un sanguinario asesino en serie. que actúa con el desparpajo grotesco de barraca de feria. Comete las mayores atrocidades burlándose de sus víctimas con carcajadas tan hirientes como las proferidas por Reagan, la niña del exorcista, con esa risa loca del hiena sarnosa. El muñeco diabólico es un manipulador que susurra maldades a sus propietarios con la intención de imponer el reinado del terror. La capacidad manipuladora de Chucky y sus insidias hace de él en un temible oponente, que mata con sadismo y siempre consigue, al final, que el más inocente cargue con sus crímenes.

La posmodernidad de Chucky consiste en saltarse todos las cautelas de la credulidad por el grotesco placer de hacerlo. Recuerda los dos miniaturizados asesinos manipulados de «Muñecos infernales» (1936), pero sin la elegancia y sutileza de Tod Browning. Son seres ambivalentes: bondadosos por fuera pero con un aura superoscura por dentro que infligen las leyes de la normalidad. Chucky es el epítome del disparate de las sagas de terror. Siempre en el límete de la parodia, inherente al cine de terror clásico, ya sea en las comedias de Abbot y Costello contra Drácula, Frankestein y el Hombre lobo en los años 50 como en «Scary Movie».