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“La traición de Huda”: Una pequeña peluquería de los horrores

Hany Abu-Assad, nominado al Oscar por “Omar”, estrena un thriller sobre el espionaje doméstico entre Israel y Palestina
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Al final de un largo pasillo y casi en penumbra, en un hotel de Valladolid, se encuentra el director Hany Abu-Assad. Los tintes de puro «noir» le acompañan, como no podía ser de otra manera, hasta cuando intercala los sorbos de su té con el sesudo debate. Tras ser nominado al Oscar por «Paradise Now» (2006) y «Omar» (2014), el realizador palestino -recientemente nacionalizado neerlandés– estrena «La traición de Huda», una de sus películas más duras y quizá la más radicalmente política desde lo formal. A partir de una práctica real y habitual, como es el espionaje a nivel hasta doméstico entre Israel y Palestina en las largas décadas que dura su conflicto, Abu-Assad es capaz de implicarse, sí, pero también de mantener en vilo hasta al espectador más acostumbrado a la tensión cinematográfica. «Las películas sin política son anuncios de televisión. Son entretenimiento. Y es que incluso el entretenimiento es política, porque estás eligiendo evadirte conscientemente. ¿Es legítimo? Por supuesto, pero yo no entiendo mi labor como director así», explica el realizador.

Miedos cotidianos

De la mano de Maisa Abd Elhadi, Abu-Assad nos lleva hasta una pequeña peluquería en territorio palestino, donde Huda (Manal Awad) trabaja en realidad para el servicio secreto israelí intentando delatar a los defensores de la causa de aquella nación. Lo traumático del caso real, más allá de esa traición del título que pasa por establecer relaciones casi familiares con parte de la población para sonsacarles información, va mucho más allá del «en todos lados se cuecen habas» que suele acompañar a este tipo de filmes y se convierte en un crudo retrato de la guerra en frío, esa que no vierte sangre en las calles pero deja los mismos muertos: «La zona de Cisjordania y Gaza es uno de los lugares más vigilados y sobreprotegidos del mundo, por lo que la información se paga a un precio más alto que el oro. La causa palestina perdió hace tiempo esa batalla tecnológica. Lo que sí quería dejar claro en la película es que esa vigilancia suele ser invisible… hasta que deja de serlo. Quería ponerle rostro al horror de vivir con la mirada por encima del hombro y también a ese dilema moral de espías que, aun creyendo en su causa, se ven forzados a situaciones dantescas, vomitivas», se despide.