Estreno

Crítica de “Moonage Daydream”: Bowie en cuerpo presente ★★★★☆

Un fotograma de "Moonage Daydream"
Un fotograma de "Moonage Daydream"ImdbImdb

Dirección y guion: Brett Morgen. Música: Tony Visconti. Estados Unidos, 2022. Duración: 135 minutos.

¿Habría leído Bowie al filósofo Jacques Derrida? ¿Anticiparía que iba a protagonizar un documental hauntológico como “Moonage Daydream”? La hauntología piensa la estética de la ausencia generada por la paradoja fantasmática. El fantasma llega del pasado pero aparece aquí y ahora. Así es cómo Brett Morgen presenta a Bowie en su portentoso “Moonage Daydream”. La voz del cantante británico narra el documental como si Morgen lo hubiera entrevistado ayer, los conciertos suenan como si fueran en directo, y las imágenes parecen seguir la lógica de un flujo onírico (el largo prólogo se debate entre los delirios psicodélicos de Kenneth Anger y la meditación cósmica del Terrence Malick de “El árbol de la vida”) que responden al pensamiento de un Bowie en cuerpo presente.

Bowie regresa de las catacumbas de la Historia para presentarse como algo nuevo, incluso en el siglo XXI. Morgen podría haber seguido a rajatabla el quiebro de temporalidades, y probablemente entonces habría evitado toda tentación cronológica. Existe esa linealidad difusa, aunque las múltiples fases de la carrera del autor de “Ashes to ashes” se superpongan de forma mercurial, orgánica, y Morgen, que ha contado con acceso libre al archivo de Bowie, cinco millones de documentos si sumamos conciertos, diarios, pinturas, grabaciones y etcétera, se permita el lujo de potenciar o sobrevolar algunas de sus etapas creativas. Más allá de su estratosférica aportación al mundo de la música, “Moonage Daydream” demuestra hasta qué punto cada una de esas etapas estaba asociada con la búsqueda de una identidad mutable, y que, con esa metamorfosis evolutiva, que convirtió en credo ontológico, estaba defendiendo, a capa y espada, con el descaro de un dios que ha nacido en otro planeta, las disidencias de lo “queer” en el contexto de la cultura de masas.

Como escuchamos de su propia voz, para que la conciencia de su diferencia, tan obvia en su reencarnación como Ziggy Stardust, fuera productiva, tenía que aislarse de ese mundo que tanto le seducía. Así las cosas, el mismo documental se debate entre un discurso expansivo, hiperbólico, inabarcable, y una presencia privada e íntima, que constantemente se pregunta por qué lugar ocupa en esa cosmogonía de lo múltiple que él contribuyó a (re)inventar. Este crítico tuvo la impresión de asistir a un exuberante autorretrato multimedia, escrito y protagonizado por un artista que aún tiene mucho que decir sobre el tiempo en que vivimos.

Lo mejor

La idea motriz del documental -un viaje lisérgico conducido por el propio Bowie- es fantástica.

Lo peor

Seguro que los puristas musicales echarán de menos canciones, entrevistas y cambios de look.