Cómo estudiar a los clásicos en la era de la cancelación
Tanto desde los estudios postcoloniales como desde la teoría de género, se ha puesto en cuestión la visión de la antigüedad: todos quieren definir el canon de la historia, pero esa tarea no puede hacerse con anacronismos. Un libro aporta las herramientas
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¿Cómo investigar el mundo antiguo, tan lejano pero a la vez tan cercano al nuestro? Crítica de fuentes, concepto de originalidad o autoría, tendencias estéticas o ideológicas… Hay muchos aspectos que tener en cuenta para llevar a cabo cualquier acercamiento preliminar en materia de historia antigua, filología clásica, arqueología, filosofía antigua o historia de las religiones. Cada aproximación trata, desde puntos de vista diferentes, la comprensión del mundo antiguo: es notable la manera en que, desde finales del XIX hasta hoy, nuestros tiempos corren parejos con las diversas turbulencias ideológicas –desde el imperialismo al postcolonialismo– que van a transformarlos para siempre.
Figuras emblemáticas de la filosofía, hermenéutica o psicología, desde Nietzsche a Freud, desde Marx a Lévi-Strauss, de Beauvoir o Foucault, cambiaron radicalmente el panorama de la aproximación a la antigüedad. En la modernidad se presentaron diversidad de cuestiones metodológicas que han problematizado aspectos del discurso histórico desde visiones poliédricas. En lo más reciente, desde los estudios postcoloniales a la teoría de género, se ha puesto bajo la lupa la visión monolítica de la antigüedad heredada del XIX con una serie de preguntas incómodas, lo que ha propiciado una interesante relectura de la antigüedad de una forma incesante. Esta continua «querelle» con las interpretaciones anteriores –y también con la propia historia, de forma a veces insólita– llega hasta nuestra propia contemporaneidad, globalizada e hiperconectada, en ocasiones de forma polémica: el recorrido acaba hoy con la innegable influencia en nuestros estudios de movimientos socioculturales como el «me too», el «black lives matter» y la llamada «cultura de la cancelación».
Todo gira en torno, como no podía ser de otra manera, a la configuración del clasicismo y del canon, a lo que significa la antigüedad clásica para Occidente. Pero el historiador ha de justipreciar todo ello «cum mica salis», como dicen los clásicos: sin caer en exageraciones, simplificaciones o anacronismos, teniendo en cuenta el abismo que media con la antigüedad, las intérpretes tradicionales, y añadiendo siempre una mirada contemporánea que, como es obvio, nos ayuda no solo a entender aquel mundo sino también a comprendernos mejor a nosotros mismos a través de él.
Pero la pasión por el estudio de la antigüedad no es nada nuevo. Desde la literatura clásica hubo un sinfín de aproximaciones a la historia del ser humano sobre la tierra, con miras y funciones diversas, desde la antropología histórica hasta la etnogénesis de varios pueblos. Piénsese, para empezar, en la obra de los viejos mitólogos que, desde Hesíodo, se fijaron como objetivo narrar las primeras etapas del ser humano sobre la tierra. Claro que no había ninguna constancia lógica o fidedigna y sus informaciones procedían de una musa o un dios, acaso de un mito alado y tradicional. Pero la poesía didáctica clásica derivó hasta otra aproximación más científica, tras la era de la filosofía, como la que encarna el romano Lucrecio en «De rerum natura». Entre medias hay, ciertamente, diversas antropologías y antropogonías filosóficas, como la del «Protágoras» de Platón. Y, como es obvio, ya en la propia antigüedad hubo diversas aproximaciones a la historia de los orígenes.
Por supuesto, la configuración de una historiografía que traza un contínuo narrativo de los sucesos más relevantes de la historia política y social se debe a la tríada de grandes historiadores griegos de la era clásica: Heródoto, Tucídides y Jenofonte. También ellos sintieron la necesidad de incardinar la época legendaria en un marco cronológico e incluso las más remotas antigüedades en la delgada línea roja entre mito e historia. Las oscuridades de los comienzos daban vértigo ya a los antiguos y a menudo se recurría a explicaciones míticas o, por lo menos, alegóricas.
Hoy nuestro mundo aún es deudor de estas aproximaciones griegas, que heredarían los latinos, en el caso de un Salustio o de un Tácito, pero que aún muestran ambigüedades muy notables en quienes, como Tito Livio, tuvieron que vérselas con los nebulosos orígenes de Roma. Pero el estudio de la antigüedad es un asunto que no solo interesa a los historiadores. También hay un interés historiográfico en el campo de la filosofía, que se muestra incesante hasta hoy desde Aristóteles, quien, en la Metafísica, esboza una historia del pensamiento desde sus orígenes. Y otro tanto si se piensa en la literatura, desde la visión de la Poética del propio Aristóteles –en el fondo, fundador del árbol de las ciencias (también de la antigüedad) en nuestra cultura–, a otras obras de crítica e historiografía literaria, como las de Dionisio de Halicarnaso, Quintiliano o Longino, incluyendo también las vidas de los escritores. En ellas puede verse que también el énfasis por aproximarse al origen y sus conceptos clave, notablemente los de clasicismo y arcaísmo, imitación, querelle y superación, en relación con los modelos antiguos en perspectiva historiográfica y en relación con la contemporaneidad del historiador de la cultura que escribe, es omnipresente. Y, sin agotar los campos, tampoco se pueden obviar los trabajos clásicos sobre la historia de las ideas estéticas desde, por ejemplo, Platón, Plinio, Filóstrato, Vitruvio y otros que teorizan sobre arte, arquitectura o lo que hoy llamaríamos cultura material.
En resumidas cuentas, la historia ha de ser, en el ámbito de la antigüedad, un quehacer global que incluya no solo la historia llamada política o evenemencial sino también una historia cultural y de las mentalidades de amplio calado. Por eso, al abordar el estudio de la antigüedad, hoy como ayer, no resulta posible circunscribirse a una disciplina sino tratar la manera en la que, como método de trabajo, el investigador debe trabajar sobre los materiales que el mundo antiguo le proporciona para entender procesos, espacios y formas. Pero nuestra modernidad tiene aún una gran deuda con el momento estelar en el que se produce la primera teorización sobre estas ideas: el alba del nacimiento de la aproximación científica al mundo antiguo se da entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando se ideó una suerte de ciencia global de la antigüedad («Altertumswissenschaft»), marcada por diversas tendencias ideológicas e historiográficas.
De ella somos herederos hoy y cualquiera que desee aproximarse al mundo antiguo debe manejar no solo sus cronologías y conceptos históricos: la idea era, como en la «Philologie» de F. A. Wolf, una ciencia global de la antigüedad que no solo estudiara historia, sino también lenguas diversas y sus literaturas, fenómenos del pensamiento, la religión y la historia de las ideas y corrientes artísticas, así como datos arqueológicos y geográficos o climáticos que permitan hacerse idea cabal del contexto, de la cultura y las civilizaciones de los pueblos llamados clásicos en sus ámbitos naturales.
Tras el comienzo del estudio de la antigüedad y sus primeros pasos en la Edad Media y el Renacimiento, como decía, el nacimiento del moderno método se produce desde el s. XVIII. Desde entonces hasta el final del XIX se sientan las bases de los métodos para el estudio científico del mundo antiguo con la eclosión de la filología, la historia y la arqueología, con visiones pendulares, entre lo global y lo parciales, como la papirología, la paleografía, la epigrafía, la numismática y la diplomática, entre otras, con un origen unitario y una proliferación de disciplinas parciales múltiples. Pero también se verá otra tendencia muy importante que se basa en el comparatismo y que tiene un recorrido inverso, de lo múltiple a lo uno, con el ejemplo de la ciencia de las religiones y de las mitologías. A partir del siglo XX habrá un desarrollo de numerosas aproximaciones muy influyentes, como el marxismo, la sociología, la escuela económica y social, el estructuralismo, la teoría crítica, etc., que a veces se fragmentan y otras se aúnan –y que muchas veces, mal entendidas, pueden enredar al estudioso su camino– basadas en una u otra razón ideológica o tendencia científica.
En “Prolegómenos a una ciencia de la antigüedad” de David Hernández de la Fuente (Síntesis 2023) el propósito del autor es aportar un breve vademécum para todo aquel que, estudioso, estudiante o interesado, quiera ocuparse de la antigüedad, de modo que tenga una somera y precisa introducción a los entresijos iniciales de su abordaje: parafraseando a Woody Allen, “todo lo que quiso saber sobre la antigüedad (antes de meterse a estudiarla) y no se atrevió a preguntar.” Aquí se propone una reflexión previa que es útil para toda aproximación en la “longue durée”, desde el Oriente antiguo hasta la Roma tardoantigua: a fin, sobre todo, de dar cuenta de las tendencias historiográficas y las diversas ideologías que nos han influido a la hora de elaborar nuestro discurso acerca del mundo antiguo en un panorama amplio, histórico y filosófico, pero también con vistas a la literatura, la estética y la cultura material.