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Historia

Así se gestó la Revolución Francesa: no fue política sino cultural

Coincidiendo con la exposición sobre Maria Antonieta de Londres, se publica este valioso ensayo de Robert Darnton que explica cómo la idea de la revolución fue tomando forma en la sociedad francesa

Dibujo sobre el asalto a la Bastilla
Dibujo sobre el asalto a la BastillaLa Razón

He aquí un enfoque que se aleja de los análisis clásicos centrados en las condiciones económicas y políticas de la Revolución Francesa para explorar cómo las representaciones culturales, las ideas y las tensiones comunicativas contribuyeron a la emergencia de un cambio radical en aquella época. A través de un muy detallado estudio sobre la circulación de rumores, textos subversivos y prácticas culturales populares, en la presente obra, «El temperamento revolucionario» (que cuenta con una traducción de Jordi Ainaud i Escudero), el historiador Robert Darnton propone una nueva interpretación sobre la Revolución Francesa, en la que la transformación política no es el primer acto, sino el resultado de una vasta y compleja red de prácticas discursivas. De este modo, la Revolución no comienza con el estallido de la Bastilla ni con las primeras demandas políticas, sino mucho antes, en los espacios de intercambio y en la dinámica cultural de la sociedad francesa.

Para el autor, el estallido de la revolución no se produjo con la toma de la Bastilla

La Revolución Francesa se ha abordado, en numerosas ocasiones, desde el prisma de las luchas sociales, la crisis económica o los conflictos entre el Estado y la monarquía. Sin embargo, el historiador estadounidense plantea que las raíces de la misma se encuentran en la esfera cultural, donde se generaron nuevas formas de concebir la autoridad, la libertad y la justicia. La diferencia con otros enfoques radica en que, para el autor, la ruptura que tuvo lugar en 1789 no fue únicamente de índole política, sino esencialmente cultural. Este giro implica reconocer que la Revolución no se gestó solamente en los salones de la ilustración ni en las aulas de las academias, sino que se construyó desde los márgenes de la sociedad: en los cafés, en las plazas y en los círculos de conversación de la ciudad gala.

El proceso cultural que Darnton describe se desarrolla a través de la circulación de textos y rumores, que aunque muchas veces no se alineaban con la verdad histórica, modificaron las percepciones de los ciudadanos y les dieron una nueva lectura de la realidad política. Para el autor, lo que realmente movilizó a las masas no fue la comprensión racional de una situación de explotación económica o política, sino la creación de un nuevo imaginario colectivo sobre el poder y sus representantes. En este sentido, el uso del rumor como herramienta de resistencia es clave en el análisis del ensayista Darnton, quien ve en él un vehículo de subversión que permitía al pueblo descalificar a la monarquía y redefinir las relaciones de poder.

Así, Darnton aborda cómo los rumores sobre la Corte y los políticos no eran meras falsedades, sino que funcionaban como un espacio donde la gente común podía construir una versión alternativa de los hechos. Estos rumores se difundían principalmente a través de la Prensa clandestina, pero también en conversaciones informales entre los parisinos.

Murmullos y desinformación

El autor destaca que los rumores reflejaban la desconfianza hacia los poderes establecidos, además de estructurar una forma de crítica cultural. De esta manera, los rumores no debían ser vistos únicamente como desinformación, sino como parte de un proceso dinámico que alimentaba el sentimiento de insatisfacción popular. El resultado es que la propaganda y el rumor se apropiaban de las ideas ilustradas y las transformaban en una forma de denuncia. Por ejemplo, los comentarios sobre los excesos de la monarquía no eran invenciones gratuitas, sino manifestaciones de un malestar profundo con la administración monárquica: «Los rumores no se limitan a desinformar; crean un espacio para la resistencia simbólica, permitiendo que los marginados del sistema se apropien de la verdad y la reescriban a su favor», señala.

Darnton analiza cómo los rumores, libros prohibidos y panfletos socavaron el Antiguo Régimen

Cabe subrayar que el autor no propone un análisis idealista de la resistencia cultural. Reconoce que los rumores también podían ser manipulados o distorsionados por las élites para sus propios fines, pero enfatiza que, en última instancia, la circulación descontrolada de información contribuía a la desestabilización del orden preexistente. Es en este espacio de incertidumbre y desconfianza donde las ideas revolucionarias encontraron terreno fértil para su expansión. Otro eje fundamental en la obra de Darnton es el estudio de la Prensa clandestina y los textos subversivos que circulaban entre las clases populares. No en vano, los panfletos y libros prohibidos se convirtieron en instrumentos de resistencia dado que, a través de estos textos, se plasmaban las tensiones entre la realidad oficial y la percepción popular. Es más, eran vehículos de difusión de las ideas de la Ilustración y, a la vez, representaban una forma de apropiación de esos ideales por parte de las clases más bajas.

Visto así, el autor ofrece una reflexión sobre el carácter de la cultura popular y su capacidad para transformar los discursos ilustrados. Si bien la Ilustración había sido una producción de la élite intelectual, su apropiación por los sectores populares, quienes a menudo carecían de una educación formal, transformó su significado y su función. Darnton explica que los textos subversivos no solo se leían como una crítica a la monarquía, sino como un medio para construir un imaginario alternativo en el que las figuras de la nobleza y la iglesia eran representadas como corruptas y decadentes. De tal modo que lo que comienza como una discusión teórica sobre el poder y la justicia se termina convirtiendo en una verdadera revuelta simbólica.

fue primero Fue una revolución cultural, un proceso de reconfiguración de los valores y las creencias de la sociedad francesa

Un tercer aspecto relevante que Darnton explora es la importancia de los espacios públicos como lugares de encuentro y debate. En el Palais-Royal, en particular, se dio una interacción entre distintas clases sociales que permitió la expansión de las ideas subversivas. La mezcla de aristócratas, comerciantes, plebeyos y artesanos generaba una fricción cultural en la que los principios ilustrados adquirían una nueva dimensión. Este proceso de hibridación entre las distintas clases sociales, que por un lado eran desiguales en términos de poder y riqueza, pero que compartían un espacio común de reflexión, fue un factor determinante para que las ideas políticas trascendieran los círculos académicos y se difundieran en la sociedad.

La plaza pública, el café, el teatro y la misma calle se convirtieron en sitios de intercambio ideológico y político. En estos espacios, las fronteras entre lo popular y lo ilustrado se difuminaban, y los ideales de la Ilustración se transformaban en una fuerza disruptiva que movilizaba a la población. Hemos de pensar, por tanto, que la Revolución Francesa fue tanto el resultado de un descontento material con el orden establecido como una profunda transformación en las formas de pensar y en los imaginarios colectivos. De ahí que, por medio de «El temperamento revolucionario», Darnton nos invite a reconsiderar las causas de la Revolución Francesa desde una perspectiva que no depende exclusivamente de los factores materiales o políticos. Según él, fue primero una revolución cultural, un proceso de reconfiguración de los valores y las creencias de la sociedad francesa que tuvo lugar mucho antes de que las primeras barricadas fueran levantadas.

Este planteamiento permite entender que los cambios políticos no son únicamente consecuencia de la lucha de clases, sino que surgen de un proceso de resignificación cultural en el que los discursos, los rumores y los textos subversivos juegan un papel determinante. Es, en suma, un estudio completo sobre los mecanismos de comunicación popular y sobre cuál fue el camino de los discursos ilustrados, hasta concluir que la Revolución Francesa, en su origen, fue una cuestión de percepción: una revolución de las mentes antes de convertirse en una revolución política.