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Estreno
Crítica de "Estrany riu": poesía líquida ★★★★
Director: Jaume Claret Muxart. Guion: Jaume Claret Muxart, Meritxell Colell. Intérpretes: Jan Monter, Nausicaa Bonnín, Jordi Oriol, Bernat Solé, Francesco Wenz y Roc Colell. España, 2021. Duración: 106 minutos. Drama.

Decía Gaston Bachelard que la liquidez es un principio del lenguaje, “el lenguaje debe estar henchido de agua”, porque “el agua da materia uniforme a ritmos diferentes”. Así las cosas, la vemos pasar entre las primeras imágenes de “Estrany riu”: esa bicicleta que corre veloz dejando atrás los colores de lo real, desdibujando las flores y las hojas de los árboles, haciendo una ráfaga de luz de los cuerpos y las sonrisas, es la forma en que Jaume Claret Muxart, en su precioso debut en el largo, tiene de invocar la sustancia poética de lo líquido, que fluye, moja y humedece la experiencia de una edad que ralentiza y acelera el estado del mundo, y que la cámara transmite en toda su frescura, permitiéndonos sentir el sonido radial del tiempo que pasa, en un último verano.
“Estrany riu” participa de esa necesidad sinestésica de cierto cine contemporáneo de transformar las imágenes en la textura de una experiencia física, sensible. La excusa argumental es tan sencilla como un viaje familiar en bicicleta a la orilla del río Danubio, unas vacaciones estivales que tal vez no vuelvan a repetirse en ese formato que es menos idílico de lo que fue cuando los hijos eran más pequeños y los padres más jóvenes. Ahora, para Dídac (notable Jan Monter), el primogénito, la adolescencia empieza a ser esa enfermedad pegajosa y febril, que llega sin avisar, y lo impregna todo de dudas y deseo.
La película le atiende como protagonista absoluto de un viaje cuya duración va diluyéndose a medida que transcurre el metraje, como si de la concreción de la acampada y los conflictos familiares nos desplazáramos a un estado próximo a la abstracción, que aspira a retratar la vibración sensual del paso a la edad adulta. En ese tránsito, porque se trata de transitar hacia la otra orilla de las cosas, la película incluye escenas tan extrañas como una noche de cruising en un camping, que podría ser completamente imaginaria, como también lo podría ser la visita que toda la familia hace a la Escuela de Diseño de Ulm, vacía durante el verano, o, mejor dicho, solo habitada por el objeto de deseo de Dídac, que tal vea sea un fantasma.
“Estrany riu” alimenta la imaginación romántica de su héroe -advirtamos que la madre de Dídac (Nausicaa Bonnin), actriz de teatro, estudia y recita una obra de Hölderlin- en un tercer acto sin diálogos. Su despertar sexual es un despertar al tacto entre los cuerpos, que es también una reproducción del fluir de la corriente del río y de la noche, de un primer amor que no necesita palabras para expresar su delicado entusiasmo. En este tramo de la película, Claret se muestra tan enamorado como Dídac del misterio del deseo, y acaso el río se detiene en exceso entre los juncos, pero hay que entender esa calma morosa como un cambio de velocidad que exige el propio discurrir de la vida. En este tramo comprendemos que la familia ha desaparecido porque el río tiene que desembocar en solitario, buscando una suerte de horizonte que le es propio. Es cuando “Estrany riu”, que parecía una película naturalista, costumbrista, un relato de iniciación pastoril, se transforma en cine abiertamente fantástico, que siembra dudas sobre la materia de sus imágenes, abriéndose al sueño de un futuro posible.
Lo mejor:
Su textura líquida, el modo en que el paso iniciático se traduce en una puesta en escena de lo sensible.
Lo peor:
En el tercer acto coquetea, revoloteando, con un cierto ensimismamiento.
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