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Estreno

Crítica de "The Palace": Polanski y los monstruos ★★

Director: Roman Polanski. Guion: R. Polanski, Jerzy Skolimowski y Eva Piaskowska. Intérpretes: Oliver Masucci, Fanny Ardant, John Cleese, Joaquim de Almeida. Italia, 2023. Duración: 100 minutos. Comedia.

Un fotograma de "The Palace"
Un fotograma de "The Palace"Imdb

El profesor Domènec Font comentaba, al hilo de las críticas que habían considerado como “desfasadas” las últimas películas de grandes maestros de la historia del cine -hablamos de títulos como “Lola Montes”, de Ophüls; “Gertrud”, de Dreyer; o “Siete mujeres”, de Ford-, que se trataba de “films expulsados del tiempo y del espacio, remotos e inaccesibles”, que “en su anacronismo y su ilegibilidad (…) acaban siendo una contraprueba de su poder subversivo”. A los noventa años, Polanski también ha hecho una película desfasada, remota e inaccesible, diríamos que inexpugnable en su ignominia, aunque su poder subversivo es de otro calibre.

“The Palace” solo puede entenderse como un gesto fúnebre, el de un cineasta que no solo se orina en su propia lápida sino en la de todos los que vertieron ríos de tinta, para bien o para mal, con el fin de celebrar o castigar su autoría. Por un lado, este crítico siente una cierta simpatía por el corte de mangas, por lo que significa la propuesta de pintar un cuadro de George Grosz con el trazo grueso con el que se graba un especial de Fin de Año de Los Morancos, sobre todo después de ganar el Gran Premio del Jurado con una obra de ‘qualité’ como “El oficial y el espía”. Por otro, si nos atenemos a los resultados, el visionado de “The Palace”, que haría que la secuencia de la vomitona de “El triángulo de la tristeza” pareciera recién salida de una comedia de Mitchell Leisen o Preston Sturges, es profundamente descorazonadora. No por su cinismo ni por su misantropía ni por su violento feísmo: simplemente no tiene la más mínima gracia.

Polanski retrata un mundo que conoce al dedillo -el del Gstaad Palace, un hotel de lujo en los Alpes suizos que lleva visitando desde hace medio siglo- para señalar, entre otras cosas, el esperpento de las clases privilegiadas. En uno de sus famosos ‘huis clos’, impregnado del terror por el cambio de milenio, se dan cita mafiosos rusos, estrellas del porno, emprendedores que se han excedido con el autobronceador, adictas a la piel de plástico (irreconocible la Sydne Rome de “¿Qué?”) y sus cirujanos plásticos, hijos bastardos, perros con diarrea, ‘sugar daddys’ y un pingüino sin brújula.

En esta auténtica parada de los monstruos, que funciona casi como una vieja comedia de sketches, Polanski parece creer que el retrato de un mundo en decadencia, al que desprecia, solo puede hacerse desde una puesta en escena que esté a la altura de su mal gusto. Esa decisión sería un modelo de consistencia estética si realmente los personajes tuvieran algún interés, o las situaciones cómicas se desplegaran más allá de la desgana. Tal vez “The Palace” sea, después de todo, la película confesional de un cineasta que, a estas alturas, no tiene ningún problema en despreciarse a sí mismo tanto como a sus criaturas y, por supuesto, a su público. Tal vez el tiempo la coloque en su lugar, donde ese “desorden aparente” que elogiaba Eric Rohmer al hablar de las obras testamentarias signifique algo más que la estupefacción ante un plano final que, eso sí, quedará grabado en nuestra memoria eternamente, cosa de la que no pueden vanagloriarse muchas películas mediocres.

Lo mejor:

Que Polanski entienda el cine como un gesto autodestructivo.

Lo peor:

Que una filmografía tan extraordinaria no tenga un final más digno.