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Estreno

Crítica de "Wonka": llega el chocoapocalipsis ★★★★

Dirección: Paul King. Guion: Simon Farnaby y Paul King, según los personajes de Roald Dahl. Intérpretes: Timothée Chalamet, Calah Lane, Olivia Colman, Hugh Grant. USA-Reino Unido, 2023, 116 min. Género: Musical.

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Timothée Chalamet en "Wonka"Europa Press

Dirección: Paul King. Guion: Simon Farnaby y Paul King, según los personajes de Roald Dahl. Intérpretes: Timothée Chalamet, Calah Lane, Olivia Colman, Hugh Grant. USA-Reino Unido, 2023, 116 min. Género: Musical.

Hubo un tiempo en que Willy Wonka no llevaba la máscara de la locura incrustada en su rostro. Si Johnny Depp, de la mano de Tim Burton, entendió al personaje de Roald Dahl como un sociópata que se parecía tanto al Conrad Veidt de “El gabinete del doctor Caligari” como al Michael Jackson en su fase más terminal, Timothée Chalamet, de la mano de Paul King, prefiere encarnar otro tipo de delirio, el de la ingenuidad de la utopía. En esta precuela Wonka aún no desconfía del mundo que le robará las recetas de su chocolate mágico. La suya es la utopía del pequeño empresario frente al imaginario oligopolista del capitalismo liberal, abundando en una ideología de resistencia a las políticas de las grandes corporaciones que los grandes estudios han tomado como argumento universal en el cine familiar. Por fortuna, “Wonka” se sitúa unos metros por encima de su mensaje ideológico, donde prevalece, claro, la reivindicación de la magia y la imaginación como antídoto a la cruda realidad. Podría decirse que tampoco es una tesis en exceso original, si no fuera porque Paul King demuestra minuto a minuto, como ya hizo en la notable “Paddington 2”, que cree en ella tanto como su joven Willy Wonka.

Basta que Chalamet se ponga a cantar, paseándose por esa ciudad con ecos victorianos donde intentará seducir a sus futuros clientes con unos bombones que les hacen levitar, para que comprendamos qué tipo de película es “Wonka”. Por un lado, el gesto de recuperar “Pure Imagination”, el tema más hermoso y emblemático de “Un mundo de fantasía”, la puesta de largo del personaje en el musical que Mel Stuart dirigió en 1971, supone tomar distancia del universo de Burton, más paródico y siniestro. Por otro, la propuesta narrativa del filme implica potenciar la dimensión dickensiana del relato (Olivia Colman como la lavandera que esclaviza a sus trabajadores, y Tom Davis como su grotesca pareja), acercándola a un tipo de musical de gran formato (más propio de películas como “Oliver” (1968) o de producciones del West End londinense) que el cine de Hollywood parece haber olvidado. Hay algo muy bello en “Wonka”: entender que el musical fue un género extraordinario para construir la utopía de la felicidad.

Puede que esta fantasía chocoapocalíptica tienda a la acumulación arbitraria de ‘set pieces’ solo por el placer de colocar a Wonka y a su principal aliada (una deliciosa Calah Lane), con la que comparte “el síndrome del huérfano”, en situaciones extremas (la incursión nocturna en el zoo en busca de leche de jirafa) que se resolverán sin consecuencias concluyentes para avanzar la trama, pero incluso en ese barroco atolondramiento hay más vida que en cualquier ‘blockbuster’ estándar. La maníaca atención al detalle de la dirección de Paul King, acompañada por su amor por los secundarios excéntricos (desde el sacerdote corrupto interpretado por Rowan Atkinson hasta el Oompa-Loompa encarnado con sabia distancia irónica por Hugh Grant) y por la ternura alienada, entusiasta y sonámbula a un tiempo, que impregna el trabajo de Chalamet, son suficientes para singularizar las bondades de una película que te acoge en su seno con un afecto contagioso. Puede, también, que las canciones de Neil Hannon no sean excesivamente pegadizas, pero contribuyen a que la atmósfera amable, cálida, del filme se consolide sin fisuras. Si el final de “Wonka” literaliza la representación de una utopía posible, es para darle un espacio a aquellos soñadores que aún no saben que serán marginados por soñar que pueden cambiar el mundo.

Lo mejor: es un musical familiar que sabe recuperar la condición esencial del género, que no es otra que construir una utopía feliz.

Lo peor: a veces su barroquismo argumental empaña la consistencia del