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Arte, Cultura y Espectáculos

Cuando la vida era un «happening»

Se cumplen 60 años del primero que encendió el mundo del arte con una llama que aún hoy no se ha extinguido. Su autor fue Allan Kaprow.

«!8 Happenings in 6 parts» se celebró en la Reuben Gallery de Nueva York. Su autor, Allan Kaprow, dividió el espacio en tres recintos separados por plásticos
«!8 Happenings in 6 parts» se celebró en la Reuben Gallery de Nueva York. Su autor, Allan Kaprow, dividió el espacio en tres recintos separados por plásticoslarazon

Se cumplen 60 años del primero que encendió el mundo del arte con una llama que aún hoy no se ha extinguido. Su autor fue Allan Kaprow.

En un año de aniversarios tan monumentales y redondos –Leonardo, El Prado, la Bauhaus–, quizá una de las conmemoraciones que queden desatendidas, olvidadas entre el estruendo y los oropeles de los grandes nombres e instituciones, sea la del 60 aniversario del primer «happening» de la historia, en la Reuben Gallery de Nueva York. Bajo el título de «!8 Happenings in 6 parts», su autor, Allan Kaprow, dividió el espacio de esta galería en tres recintos separados por material plástico semitransparente, en cada uno de los cuales había dispuestas sillas para que un expectante público atendiera a las acciones de los intérpretes. En los tres ámbitos de las galerías sucedían cosas simultáneamente; la audiencia, por tanto, solo tenía una información parcial de lo que acontecía.

Los espectadores, no obstante, podían cambiarse de recinto, pero solo obedeciendo instrucciones que se les habían entregado por escrito. Los seis performers participantes cumplían meras acciones físicas, episodios de la vida cotidiana: exprimir naranjas, lecturas de textos y pancartas, monólogos, proyecciones de films y de diapositivas e, incluso, ejecuciones de pinturas en directo a cargo de nombres tan relevantes como Robert Rauschenberg y Jasper Johns.

Una moda en los sesenta

La llama se había encendido. La actividad artística más transgresora hasta el momento, cuyas representaciones eran atendidas realmente por un pequeño grupo de iniciados y entusiastas espectadores, se acabaría convirtiendo en una moda imparable y global durante los 60. Casi nadie había asistido a un «happening», pero todo el mundo hablaba de ellos. El exitoso término creado por Kaprow –y que venía a indicar algo que simplemente sucede, sin ningún relato o sentido que lo avalara- se empleó como un «concepto-comodín» para calificar las situaciones más inverosímiles. El semanario «New Republic» anunciaba, por ejemplo, en su portada: «Bobby Kennedy es un happening». El sacerdote Howard Moody ofreció un sermón a su feligresía de la Judson Memorial Church titulado «La Navidad es un happening». Y la publicación «Saturday Review» se llegó a preguntar si, en el fondo, la historia de los Estados Unidos no sería un enorme «happening». Cualquier situación mínimamente «especial» o inaccesible desde los parámetros habituales del conocimiento era susceptible de ser considerada como un «happening».

En el principio fue Japón

La historiografía artística más ortodoxa dirá que el primer «happening» de la historia fue la «Theater Piece Nº 1» que, en 1952, John Cage concibió de la mañana a la tarde en el Black Mountain College. Y citará el precedente del grupo japonés Gutai, creado en 1954, y cuyos componentes transformaron el acto de pintar en procesos imbuidos de una cierta «atmósfera happening» –«pintaron» con barro, lanzando flechas, explotando botellas llenas de pintura, con un coche de juguete, con los pies mientras colgaban de cuerdas suspendidas del techo... Pero, en medio de todo este trasiego de situaciones provocadoras, ¿cómo diferenciar el «happening» de la simple excentricidad?

Quien mejor diseccionó sus características fue –como no podía ser de otro modo– el creador del término, Allan Kaprow. En su opinión, deriva del teatro. Pero se aparta de él en el hecho de que no contiene trama alguna, posee una estructura abierta, no se puede sustraer al contexto en el que se realiza, vence la distancia entre el público y la obra, es efímero, da cabida al azar, otorga una escasa importancia a la comunicación verbal, no se ensaya y posee un carácter amateur. En realidad, cuando se examina la escena neoyorquina de los 60, se concluye que pocos cumplen la totalidad de estos requisitos. Además, y pese a que internacionalmente fuese su practicante más reconocido, Kaprow supuso tan solo una de las numerosas concreciones que la idea de «happening» tuvo durante este periodo. Junto a él, otros «happeners» destacados fueron Red Grooms, Robert Whitmans y dos futuras estrellas del Pop Art como Jim Dine y Claes Oldenburg. Pero es que, además, la relevancia adquirida por esta nueva manifestación artística fue tal que no tardó en convertirse en un fenómeno global y arraigar el contextos como el japonés o el europeo –casos como el de Jean-Jacques Lebel, Wolf Vostell, Joseph Beuys, el Grupo Zero y el Accionismo Vienés constituyen ejemplos mayores de esta bendita diseminación.

Por ajustarse a la filosofía original del término, los de Kaprow son, sin duda alguna, los «happenings» que mejor permiten entender la particularidad más genuina de este género. Conforme avanzó la década de los 60, él sintió más necesidad de abandonar el restrictivo espacio de la galería de arte y ocupar otros exteriores y de mayor extensión. De hecho, en su intento por sacarlo de los guetos de exquisitez en los que se desarrollaba se alió en 1966 con una cadena de televisión como la CBS para grabar una acción multitudinaria y de amplio alcance mediático. Su título fue «Gas», el escenario, la Amagansett Beach, en Nueva York, y la propuesta una divertida invasión de espuma que anegó a todos los bañistas y que generó una lúdica ceremonia de participación mítica en la historia del arte contemporáneo. Un año más tarde, en «Fluids», distribuyó por Los Ángeles y Pasadena veinte equipos de trabajo cuya misión era construir edificaciones de hielo de unos 10 metros de largo. Huelga decir que, conforme los bloques de hielo eran dispuestos, el calor asfixiante comenzaba a derretirlos, lo que convertía el esfuerzo en inútil. En realidad, lo que Kaprow pretendía mediante esta cadena de trabajo conducente al absurdo era, en primer lugar, reivindicar el trabajo no-productivo y, en segundo, generar entre los participantes una experiencia de cooperación comunitaria.

El sacerdote Howard Moody

Dentro del intenso y poliédrico panorama del «happening» neoyorquino durante los 60, los dos lugares alrededor de los cuales este movimiento se nucleó y adquirió vigor y reconocimiento nacional e internacional fueron la citada Reuben Gallery y la Judson Memorial Church, situada en la emblemática Washington Square. El sótano de esta iglesia fue sede de innumerables exposiciones, recitales poéticos y sesiones de «happenings» y de danza experimental –de hecho, en uno de estas actuaciones, se creó el Judson Dance Group, integrado por figuras como Yvonne Rainer, Debora Hay o Phillip Corner–. La pregunta, en lo concerniente a esto, cae por su propio peso: ¿cómo terminó siendo una iglesia uno de los epicentros mundiales del arte más transgresor? La respuesta tiene un nombre: el del ministro Howard Moody, un defensor destacado de los derechos civiles, aliado siempre con aquellos oprimidos y censurados por la ley y que, durante los momentos más oscuros del McCarthismo adquirió notoriedad por su determinado desafío a la autoridad y por su posición abiertamente disidente. Moody no dudó en sus sermones en reivindicar manifestaciones culturales como la de la poesía «Beat», rechazada como obscena por parte de las estructuras más conservadoras. En la raíz de su apoyo incondicional al «happening» se hallaba su idea de un cristianismo fundado en el cuerpo y, por tanto, alejado del predominante tipo de «fe incorpórea». Su aperturismo era tal que, por ejemplo, la orgía más mítica del arte contemporáneo –la célebre «Meat Joy» (1964), de la recientemente fallecida Carolee Schnemann– se celebró en el sótano de la Judson Memorial Church. Esta obra, que actúa como bisagra entre el «happening» propiamente dicho y la «performance», fue la puerta de entrada en la historia de una artista como Schnemann, que, hasta entonces, había formado parte del grupo de colaboradores de los «happenings» de Oldenburg.

De origen teatral, aportó la energía y voluntad necesarias para el giro que las prácticas artísticas iban a experimentar a partir de los 60 hacia las llamadas «artes del comportamiento». Con el triunfo de la «performance», las actitudes teatrales dejarían paso a la experiencia inagotable del cuerpo. Este 2019, en el cual se cumplen los 60 años de aquel primero sensu stricto de la Historia, bien merece que se rinda homenaje a estos pioneros que pretendieron acortar al máximo la distancia entre el arte y la vida. Para ellos, el mundo era un «happening».

Sillas, agua, un perro y medias viejas

En 1958, Alan Kaprow publicó el ensayo «El legado de Jackson Pollock». En él exige un «arte concreto» hecho de materiales cotidianos tales como «pintura, sillas, comida, luces de neón, humo, agua, medias viejas, un perro, películas». En este texto particular, él usa el término «happening» por primera vez para expresar que la artesanía y la permanencia debían ser olvidadas y los materiales perecederos deberían ser usados en el arte.