David Trueba, "El hombre bueno" y el amor de mínimos | Festival de Málaga
David Trueba dirige a Jorge Sanz, Vito Sanz y Macarena Sanz en un poema minimalista, un ejercicio de escritura más teatral que cinematográfico
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Con las hechuras de una película sorpresa por lo poco que sabíamos de ella antes de llegar a la Costa del Sol, pero con el aval de un David Trueba que cuando baja la pelota al piso suele sorprender para bien, "El hombre bueno" desembarca en el Festival de Málaga como una película de mínimos. Tras consagrar la celebrada "Saben aquell" a la puesta en escena, jugando a la comba con la tristeza, la alegría y el imaginario colectivo, Trueba vuelve aquí a sus mimbres más teatrales, levantando una película de mínimos sobre el amor de los mismos.
Vito Sanz y Macarena Sanz (que no son familia) son aquí una pareja al borde del colapso que acude a Jorge Sanz (con el que tampoco riman en sangre) para proponerle un trato: este viejo amigo y jefe del marido, ahora un huraño bohemio con casoplón en Mallorca, deberá decidir qué es lo más justo ante la inminente separación que se cierne sobre el matrimonio. Tal y como hiciera en "Casi 40" (2018) y "A este lado del mundo" (2020), Trueba reduce su escala al llegar a competir por la Biznaga, planteando un discurso, por momentos, conscientemente enajenado de lo contemporáneo. Es como si el director de "Vivir es fácil con los ojos cerrados" (2013) hubiera perdido todo el interés por el revestimiento y la floritura en su película, dejándola en una reducción espesa y pegajosa que impide alinearla con sus manierismos autorales más disfrutables.
Aunque la idea que plantea Trueba, luminosa y bienintencionada, se hace disfrutable por el desempeño de sus actores, la gasolina argumental de "El hombre bueno" se apaga rápido. La sucesión de conversaciones expositivas, que alcanza su cénit cuando el personaje de Jorge Sanz hace casi de terapeuta de los dos extremos de la pareja, no termina de discurrir por la pantalla con la agilidad que se le presupone a uno de nuestros maestros modernos del diálogo. Es difícil atreverse a adivinar si ello obedece a las limitaciones del guion, del montaje o de la propia escala de la película, pero la sensación que deja "El hombre bueno" es la de un filme que, por no tomarse en serio a sí mismo, acaba por no tomarse en serio ni los puertos trascendentales en los que a veces quiere atracar.
La prueba empírica de esto último, si es que existe tal cosa en el cine, pasa por las secuencias que abren y cierran la película. Como si de un viaje familiar se tratara, la película nos presenta a la familia en digital, con ese desenfoque de movimiento tan feo de la cámara moderna que en un principio parece película casera, pero que se queda ahí en la mayor parte de secuencias. Lo que para otro cineasta (pensamos, por ejemplo, en "Aftersun" de Charlotte Wells) hubiera sido un recurso más de imaginería, a Trueba ni siquiera le interesa desde lo formal, volcándolo en la película como si fuera un peaje y hasta descuidando lo técnico, dejando que veamos la sombra del operador de cámara (¿o es en realidad la hija de la pareja?) sujetando una Go-Pro desde el asiento trasero. Sea como sea, y más allá de que se funda con el fondo, la forma de "El hombre bueno" parece tan desinteresada que, en efecto, deja de interesar.
Las virtudes de la película, que pasan por la verdad en el discurso de sus intérpretes, tienen mucho que ver con lo maniqueo de su textualidad: Trueba se sabe todos los resortes del conflicto, pero también es consciente del cinismo con el que se suelen destilar en el cine. Por eso, y porque la puesta en escena no le importa lo más mínimo, "El hombre bueno" podría ser perfectamente una película de animación, donde las voces están grabadas con anterioridad y lo que se ve, en realidad, carece de toda relevancia. Planteada como una película para escuchar, pero poco arriesgada como para ser el trabajo de alguien a quien reverencia, la película puede ser entendida como un Trueba menor, una nota al pie de un todo que se olvidaría rápido de no ser por lo bien que están los tres Sanz.