Museo Reina Sofía

El cubismo cruza el charco

El Museo Reina Sofía y la Fundación Telefónica exhiben los fondos de sus colecciones, que muestran la deriva de este movimiento y su proyección en Latinoamérica.

Al fondo, «La guitarra» (1918), de Juan Gris, uno de los protagonistas de esta muestra, junto a la escultura «Marinero con guitarra», de Lipchitz
Al fondo, «La guitarra» (1918), de Juan Gris, uno de los protagonistas de esta muestra, junto a la escultura «Marinero con guitarra», de Lipchitzlarazon

El Museo Reina Sofía y la Fundación Telefónica exhiben los fondos de sus colecciones, que muestran la deriva de este movimiento y su proyección en Latinoamérica.

No hay un cubismo, existen varios cubismos, los que los artistas fueron improvisando sobre el sendero que abrieron Picasso y Braque. Lo que principió como un camino único después fue bifurcándose con nombres como Juan Gris, María Blanchard, Vicente Huidobro... «El discurso narrativo habitual se centra en el cubismo esencial, lo que se ha venido a denominar el cubismo analítico y el sintético, de los que, por cierto, no hablaron nunca ni Picasso ni Braque. Esta muestra se sale de ese cauce», explica Eugenio Carmona, comisario de la muestra «Cubismo(s) y experiencias de la modernidad», la exposición que el Museo Reina Sofía inauguró ayer. Un recorrido que se ha montado con fondos de esta institución y con la colección cubista que la Fundación Telefónica ha depositado en esta pinacoteca. La compañía ha cedido por cinco años renovables un total de 59 obras, pero las que se exhiben en esta ocasión son 39. «Lo bueno es que se aparta de lo común y eso nos permite diferenciarnos de los demás museos del mundo, porque no nos centramos en los compases fundacionales, sino que hablamos de otros artistas y, sobre todo, en la deriva que este movimiento adquiere más adelante en Latinoamérica, algo que es muy importante para la historia del arte. El acento de esta unión de obras está puesto en Juan Gris, aunque no por eso hemos renunciado a los padres, como se puede contemplar por los lienzos de Picasso», comenta Rosario Peiró, jefa del Área de colecciones del Reina Sofía. Gracias a esta suma de lienzos se pueden ver juntos a pintores como André Lhote, Albert Gleizes, Metzinger, Joaquín Torres-García e, incluso, Dalí, representado por una obra que deja traslucir la influencia que dejó el cubismo en su pintura. «Generalmente todo el mundo piensa que existe un cubismo, pero la realidad es que con los años se volvió mucho más plural gracias a la apropiación que hacen de él distintos creadores. Lo cierto es que este hito no termina en 1914, sino que prosigue su evolución y llega a desarrollarse un segundo cubismo, que es el que representaría Juan Gris, y que no es el de los padres. Esta parte es extremadamente interesante porque podemos observar cómo se adapta o sobrevive en el fondo del estilo de otros artistas, como se ve de una manera sencilla en Torres-García o en Dalí. A través de este montaje se asiste a la diversidad y las diferentes posibilidades que se plantearon», prosigue Carmona.

Entre Francia y América

La muestra no solo reúne a artistas cuya contribución ayudó a evolucionar al cubismo. También están presentes Fernand Léger o Robert y Sonia Delaunay, que tensaron los cabos, adaptaron este estilo a tiempos posteriores y lo llevaron hacia nuevas corrientes e istmos. «Las dos colecciones se han complementado de una manera perfecta. Dialogan de una forma natural. A Telefónica se deben muchos nombres procedentes de Latinoamérica, que es de gran relevancia. Por ejemplo ahí está Diego Rivera, un muralista esencial en México, y del que se conocen muy poco sus cuadros cubistas. Vicente Huidobro fue el factótum de este segundo cubismo. De hecho, estos pintores de origen americano encontraron posteriormente dificultades en Francia para desarrollar su obra. Esto se debe a que después de la Primera Guerra Mundial, los franceses intentaron convertir esta corriente en un arte nacional, pero el problema es que para los artistas de la otra orilla del Atlántico el cubismo era una de las epifanías de la modernidad y no renunciaron a asumirlo y usarlo para desarrollar después sus propuestas», comenta Carmona.

La muestra conjuga pintura, revistas, fotografías, cine y películas reales, unas expresiones que estaban en pleno auge cuando el cubismo irrumpió, y que afectaron a su evolución. Ahí está el director George Méliès, uno de los pioneros del séptimo arte, o una cinta que recuerda el desastre de la Primera Guerra Mundial. «Las batallas de Verdún y el Somme fueron verdaderas matanzas. Murieron muchos soldados. Muchos de ellos muy jóvenes. Esto afectó al cubismo. Se llegó a airear que había que continuar pintando de esta manera, porque si se abandonaba, significaría como perder la guerra porque este estilo representaba la auténtica modernidad. Por este motivo muchos artistas continuaron ceñidos a este estilo y no lo abandonaron. Se había convertido en un sinónimo de arte puro», afirma Carmona. Esta reorganización del cubismo, como aclara el comisario en un texto escrito para esta exposición, fue alentada por Amedée Ozenfant a través de la revista «L’Elam» y contó con el respaldo del marchante de arte Léonce Rosenberg, que abriría la galería L’Effort Moderne, uno de los escaparates para estos artistas. «La disyuntiva que lentamente se planteó es entre un cubismo que avanzaba hacia el prestigio del que gozaba la abstracción y aquellos otros que, sin embargo, defendían que debía tener un apoyo en la realidad, que debía ser descriptivo. Estas posturas marcarían el recorrido que vino poco después», concluye Carmona.