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Contracultura

Esther Vilar contraataca: «El feminismo de hoy me parece de pésimo gusto»

La autora del polémico «El varón domado» habla sobre su obra 50 años después de su lanzamiento

La escritora Esther Vilar
La escritora Esther VilarSVEN SIMONAFP

Esther Vilares argentina. Socióloga, psicóloga y médico, tiene 88 años. La imagino como una ancianita entrañable viviendo apaciblemente en Múnich, retirada y alejada del mundo. No digo Múnich al azar: sé que está allí porque es desde allí desde donde contesta, amablemente, a mis preguntas. Una ancianita tranquila que logró, hace cincuenta años, lo impensable: unir a mujeres conservadoras y progresistas, a amas de casa y trabajadoras emancipadas, a infatigables activistas del feminismo y displicentes pequeñoburguesas. En su contra. Hace cincuenta años se publicaba su obra «El varón domado» y sacudía las bases del feminismo más radical. Pero también incomodaba a las menos beligerantes. Ese ensayo, una aguda reflexión que diseccionaba con precisión e ingenio, con irreverente lucidez, la vida de la mujer acomodada, causó un revuelo tal que su autora llegaría a recibir agresiones y amenazas y, su obra, a ser denostada. Y es que este libro singular, que ahora Deusto reedita en nuestro país, nos enseñaba las costuras de un movimiento y una condición que se sustentaban sobre contradicciones que, en esas líneas, eran señaladas crudamente. La gran aspiración del libro, como señala Arcadi Espada en el prólogo de esta edición, era, quizá, demasiado sofisticada y profunda para que atravesara sin más el miasma social de prejuicios, incapacidades e intereses varios: un llamamiento a la mujer para liberarse de sí misma antes que de su inexistente verdugo varón. El valor hoy de «El varón domado» («un panfleto escrito en pocas semanas en pleno ataque de rabia contra el monopolio de la opinión pública por parte del movimiento feminista de entonces») es el mismo que hace cincuenta años y por eso es plenamente actual. «Según la editorial», señala Vilar, «este libro merece ser releído ahora porque los problemas descritos aún no se han resuelto. España fue uno de los primeros países donde se publicó, hace ahora cincuenta años, y es lógico que sea allí donde se reedite». Y así es. Hoy, como entonces, el feminismo hegemónico monopoliza la opinión pública y trata de silenciar cualquier voz disidente. «El feminismo actual me parece de pésimo gusto», explica. «El hombre se queda en un estado de culpabilidad permanente porque lo pintan como responsable de todos los males en nuestra sociedad. La mujer parece incapaz de razonar y solo está interesada en el revanchismo por todos los malos tratos que haya podido recibir. Pero me pregunto… ¿Es realmente mucho mejor ir a trabajar en una fábrica desde la mañana hasta la noche para alimentar a la familia que quedarse en casa a cuidar de los hijos que una misma quiso tener? ¿Es tan fácil ser llamado a una guerra para matar o ser matado? ¿Quién tiene que renunciar, en la mayoría de las ocasiones, a los hijos en caso de divorcio: el padre o la madre? ¿Quién de los dos tiene una vida cinco años mas larga? ¡Hay que razonar un poco, por favor!».

Estas preguntas que se hace Vilar hoy podrían ser, perfectamente, las que trataba de contestar en su libro entonces. Ya en aquella primera edición alertaba sobre estas consignas aceptadas que, a poco que se razone (como ella misma pide) quedan desmontadas. De aquellas páginas se desprenden preguntas que hoy siguen sin ser contestadas, porque no interesa hacerlo. ¿Por qué el hombre que odia a la mujer invertiría tanto tiempo en aligerar su vida? ¿Por qué en facilitar sus libertades? ¿Por qué en cuidarla, ayudarla y protegerla? ¿Por qué se pondría en peligro, trabajaría más años, sería más pobre, renunciaría al control sobre su vida reproductiva? Parece, pues, que el primer interesado en que la mujer aparezca como elemento sometido era (sigue siendo), precisamente, el feminismo. Y por eso hoy, como entonces, el discurso de este libro sigue siendo vigente y, más aún, necesario. Pero es fundamental entenderlo. «Yo no creo que no se entendiera lo que quería decir», apunta al respecto la autora. «Pero algunos podían aceptarlo y otros no, bien porque su experiencia era diversa o bien porque estaban indoctrinados por los métodos de doma a los que el varón esta sometido desde temprana infancia».

Etiqueta de maldito

Si en su momento la publicación de este libro fue todo un fenómeno por subversivo (se ganó rápidamente la etiqueta de «maldito» y su autora fue acusada de misógina, fascista y reaccionaria) no es hoy menos meritorio. En este nuevo mundo de corrección política exacerbada y de ultrafeminismo tuitivo y adanista, atreverse a leer y pensar fuera del cauce institucionalmente bendecido, decirlo en voz alta, puede ser una quimera. Y algunas de las reflexiones contenidas en esta obra son hoy también dinamita. Como esta: «Cualquier cualidad que una mujer encuentre útil en un hombre, la califica de masculina; todas las demás, sin utilidad ni para ella ni para nadie, las considera afeminadas». Es en la mirada de la mujer donde se forman los roles arquetípicos, no en la del hombre. O esta: «A los doce años a más tardar, la mayoría de las mujeres ya ha decidido su futuro, convertirse en prostituta». Y ella misma aclara a qué se refiere: «dejar que un hombre trabaje para ella a cambio de poner a su disposición su vagina cada cierto tiempo». El matrimonio tradicional interpretado como desacomplejada y cruda transacción libre de bienes entre dos adultos: sexo por dinero. ¿Se podría decir hoy algo así? ¿Es hoy más complicado que antes? En alguna ocasión ha reconocido Vilar estar contenta de haber escrito el libro entonces porque años después no se habría atrevido. Hoy reconoce que hacer algo así siempre resultó difícil, pero «me parece que hoy, además de difícil, podría ser incluso peligroso». Y a los que se atreven a dedica el libro, en un párrafo que ya avanza lo indomable de las páginas a las que precede, y es importante señalarlo, por cuanto clarifica: «a los pocos hombres que no se dejan adiestrar, a las pocas mujeres que no están a la venta y a los afortunados que carecen de valor comercial por ser demasiado viejos, demasiado feos o por estar demasiado enfermos».

Esther Vilar escribió hace cincuenta años un libro valiente en el que desarrolla una tesis que hoy sigue siendo provocadora: que son las mujeres las verdaderas beneficiarias de un sistema sociopolítico gracias al cual son capaces de someter al varón al mismo tiempo que se presentan como víctimas. Hoy, además, exigen una revancha. Por eso hoy este libro es tan necesario como lo fue entonces. No solo frente a un feminismo que, como entonces, pretendía imponer su discurso acallando toda disidencia, sino porque en este momento de excesiva corrección política y cultura de la cancelación es necesario proteger al discrepante, al impertinente, que es el que ensancha nuestras libertades. «Tenemos esa responsablidad», dice Vilar, «la de cuidar nuestra libertad de expresión con todas nuestras fuerzas. Si esta desaparece, desaparece poco a poco todo lo demás».