Emblemas de la españolidad cañí
Fabio McNamara, un mutante de andar por casa
Hizo de su vida una obra de arte, un camino de santidad que fue posmoderno y emblema de la españolidad
En todas la épocas hay unas cuantas personas que crean tendencia. Su influencia, al ser esencial en las modas, se nota en artistas y creativos que los tienen por oráculos. En los años 70, brillaron con el fulgor de lo efímero aquellos que quisieron encarnar las fantasías de los románticos: hacer de su propia vida una obra de arte y vivir peligrosamente. Por su carácter extremado, unos quemaron sus alas en el intento, como Faetón, otros, ardieron vigorosamente como Juana de Arco al rojo vivo. Cayendo luego en el olvido.
Uno de los heraldos de la Movida que cumplía estas dos condiciones fue Fabio de Miguel, también conocido por Fanny o Fabio McNamara. Quiso ser David Bowie pero el lugar de Ziggy estaba pillado y para ser Divine le faltaban kilos y un pelucón desgreñado, así que puso todo su empeño y genialidad artística en ser Fanny McNamara, un ser mutante, transgresor de andar por casa, y cuando se lo permitían las contingencias refulgía como una estrella fugaz en los escenarios, sola o en compañía de otras, para triunfar efímera pero gloriosamente en la disco del cutre lux. Formaron un dúo explosivo Almodovar & McNamara cantando «Voy a ser mamá».
Fue la estrella total de la Movida. La que amenizaba con su lengua dotada para soltar lo primero que le venia a la cabeza. Sus ocurrencias inspiraron a cuantos artistas le rodeaban en los inicios de la Movida. Pablo Pérez-Mínguez, que fotografía a la Movida, hizo la foto definitiva de Fanny enfundada en unos leggins negros, tacones rojos y chupa de cuero Perfecto, apuntando con una pistola de juguete en plan vaquera posmo de la Finojosa: «Moça tan fermosa / non vi en la frontera, / como una vaquera / de la Finojosa».
Como arty-facto, Fanny McNamara estuvo siempre más cerca de las santas que de la superestrellas cutres de la Factory de Warhol. Su forma de sublimarse como obra de arte viviente tiene esa exaltación de las Santas que caminan gozosas al martirio con una sonrisa en los labios y las manos en el pecho apretando los lirios blancos de su pureza, pero a trompicones, por los stilettos. Una de las canciones de provocación naíf de «Parálisis Permanente, «Quiero ser santa» (1982), lo anunciaba: «Quiero ser canonizada / Azotada y flagelada / Levitar por las mañanas / Y en el cuerpo tener llagas». Aquí late la pulsión de muerte que se enmarca en ese vivir peligrosamente romántico, propio de la juventud.
Eucaristía con efectos
El otro extremo de unir arte y vida es vivir peligrosamente, y las drogas eran lo más. Y Fabio, exponente de esos jóvenes «con futuro» que se engancharon a todas las drogas duras, sobrevivió de milagro. Las drogas son, parafraseando a Fanny, una eucaristía con efectos secundarios. Una forma de desposeerse en busca de lo absoluto.
Cuando Fabio logró salir del enganche, había pasado la vida. Se acogió a la fe católica de forma obsesiva pero liberadora. Eso se nota, incluso cuando habla de de su época más loca: «No había forma de controlarme, yo tenía el demonio dentro. Todo era killerío, pasoterío, rock and roll, droguerío y cada vez iba a peor». Es esa fase dionisíaca del anarquismo chic, los personajes como Fabio adquieren el aura transgresora del maldito. Vivían una juerga orgiástica sin un mañana, ignorando que eran los postreros coletazos de la contracultura, el glam y asomaba ya el sida. Luego, quien fue modelo a seguir se quedó colgado de una ensoñación de divinidad maldita, mientras los demás proseguían sus vidas.
Fabio era un ser divino, ingenioso, que marcó con sus modelazos, actitud y carisma a su generación. Un juguete roto que fue motor del arranque inicial de la Movida desde el piso de las Costus. Almodóvar le debe el ingenio de sus primeras películas, antes de que uno se perdiera en la niebla del alma y el otro perdiera el sentido del humor. Pero Fabio McNamara, gracias a Dios, resucitó de entre las muertas vivientes y vio de nuevo la luz con el tema «Ultraceñidas» (2001): «Se buscan / dos maricas muertas / congeladas vivas en París / Ambas portaban sendas minifaldas / negras de charol, cortas, ultraceñidas / Superajustadas / con remaches, con costura atrás / y con flecos con pedrería por los suelos (en París)».
En su autobiografía, escrita junto a Mario Vaquerizo, contó cómo hizo de su propia vida una obra de arte. Cierto, una obra Di-vi-na. Un camino de santidad que es justo reconocerle con un escapulario, emblema posmoderno de la españolidad.