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La Galicia de "Matria" toma Berlín

La ópera prima de Álvaro Gago se presentó ayer en la sección Panorama de la 73 edición de la Berlinale, un retrato íntimo de las relaciones maternofiliales
María Vázquez protagoniza la ópera prima de Álvaro Gago, «Matria»
María Vázquez protagoniza la ópera prima de Álvaro Gago, «Matria»Imdb
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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¿Será «Matria» el «Cinco lobitos» de esta Berlinale? Ambas coinciden en que son óperas primas protagonizadas por mujeres que hablan de las relaciones maternofiliales y que han encontrado su plataforma de lanzamiento en la sección Panorama. Como Alauda Ruiz de Azúa, Álvaro Gago también es un experimentado cortometrajista. En el caso de Gago, «Matria» puede entenderse como una prolongación de su galardonado corto homónimo, que ganó en Sundance. Ramona (espléndida María Álvarez) trabaja en una fábrica conservera y parece que lucha contra un encuadre que se le queda pequeño, como la vida. Tose, protesta, busca trabajo, necesita dinero para su hija, su pareja la agobia, su hermana la reconforta, y ella sigue adelante, y la cámara se pega a su energía eléctrica, una corriente infinita, pero está insatisfecha, se cansa, se enfada, necesitaría un abrazo.
Ramona es gallega. Existe el mito de la sociedad matriarcal gallega, a la que el título alude sin disimulo. «Es un mito completamente falso, y la idea del título es ponerlo en crisis», afirma Gago. «Cuando vives fuera, te lo crees, pero ese mito de la mujer gallega, poderosa en lo social, lo político y lo familiar, está muy lejos de la realidad. La mujer que cuida de todos, que se lo echa todo a cuestas, se asocia con una imagen de fortaleza cuando, de hecho, solo hay opresión en esa fortaleza. Puede que haya razones históricas en ese mito: en el pasado se asociaba una figura poderosa a quien trabajaba fuera de casa. Si en otras partes de España esa figura era el hombre, en Galicia era muy habitual que fueran las mujeres. Por otro lado, la sociedad gallega siempre ha tenido más vínculos con sociedades celtas, vascas y germanas, que se consideraban matriarcales».
En el realismo despojado, nervioso, de «Matria» es fácil detectar la huella de los Dardenne. «Imposible no pensar en todas sus películas, y en sus libros», confiesa Gago, que también cita al fotógrafo Virgilio Vieitez y a la pintora María Antonia Dans como influencias. Y sigue: «Pero no solo me quedaría con los Dardenne. También con los autores del Free Cinema, especialmente los primeros documentales de Lindsay Anderson, Karel Reisz y Tony Richardson. Con “Jeanne Dielman”, de Chantal Akerman, a la que homenajeo en un plano, y con “Morvern Callar”, de Lynne Ramsay, en otro. Con el Neorrealismo italiano, de Visconti y De Sica. Con Jonas Carpignano, el director de “A Chiara”». Gago señala también como referentes las personas reales en que se basan los personajes, para que no se nos olvide que la vida, y no solo la ficción, alimentan «Matria»: Francisca, su hermana Manola, Janet, hija de Francisca, y las trabajadoras de la conservera.
«Matria» es solo la punta del iceberg de una amplia presencia española en la Berlinale. Da la impresión de que el festival quiere firmar las actas de un milagroso renacimiento de nuestro cine tras la pandemia. «Siempre hay que desconfiar de los milagros», afirma Gago. «Con Beatriz Navas a la cabeza, el ICAA está haciendo muy buen trabajo, y eso se ha demostrado con una selección de proyectos más diversa, que refleja lo que se está haciendo en todos los territorios del país. Eso sí, por naturaleza, y eso me viene de mi padre, tiendo a ser poco triunfalista. La euforia está bien, pero que dure un día. El éxito está en el trabajo. En seguir haciendo películas, porque las películas no tienen otro fin que existir en sí mismas. Y llevar al cine a las escuelas, a los institutos, democratizar los puntos de vista. Nos llevaríamos más de una sorpresa si una persona que no ha tenido medios para hacer cine, de repente pudiera filmar». Esperamos, pues, esa película del futuro.
He aquí un apocalipsis bipolar: el pandémico y el tecnológico. Por un lado, la australiana «The Survival of Kindness» presenta una sociedad derrotada por una enfermedad que le ha arrebatado el lenguaje y la ha devuelto a una suerte de atavismo tribal donde los opresores llevan máscaras de gas y los oprimidos pertenecen a minorías étnicas. Por otro, la estadounidense «Blackberry» cuenta el auge y caída del abuelo de los smartphones en clave documental. Mientras la película de Rolf de Heer sabe construir una atmósfera perturbadora, donde la imagen de la bondad debe aceptar el fracaso de la humanidad en un viaje por desiertos nihilistas y bosques petrificados, la de Matt Johnson, que pretende reeditar los logros de «La red social», se hunde velozmente en su propia inanidad cuando el espectador descubre que no hay nada más allá de su sinopsis.