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Filosofía

La Gnosis judeocristiana: la fascinación del conocimiento oculto

Esta fascinante corriente de pensamiento esotérico sigue influyendo en las artes cientos de años después

Una imagen de la adaptación al cine de "Dune", influido por la gnosis
Una imagen de la adaptación al cine de "Dune", influido por la gnosisLa Razón

La hibridación entre filosofía y religión de las épocas helenística y romana es uno de los fenómenos más interesantes de la historia y que, además, se produce en el contexto más amplio de la revolución que conlleva el afortunado encuentro entre las culturas griega y judía, que pronto deviene simbiosis y fascinación mutua. No se puede dejar de señalar que el cristianismo es un producto de primera fila de ese mundo, hijo del pensamiento griego –un modo amplio de ver el mundo que incluye también la retórica y la literatura– y de la religión judía, con sus milenarias tradiciones y narrativas. Entre la pléyade de fenómenos religiosos y culturales que se atestiguan en los primeros siglos antes y después del nacimiento de Cristo, uno de los más sugerentes pero también más intrincados es la llamada gnosis. La discusión sobre los llamados gnósticos, que elaboran una suerte de religión filosofizada o una filosofía religiosa, según se mire, es larga y compleja,– entre la gnosis judía y los que prefieren centrarse en la cristiana–, acrecida especialmente por los muy relevantes hallazgos en 1945 de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi, profusamente comentados e interpretados desde hace décadas. En fin, se trata de un tupido bosque exegético que incluye religiones, lenguas y culturas en contacto y un sinfín de problemáticas más que afectan a la autoría, las fuentes, los grupos, los subgrupos y su contestación por parte de los cristianismos dominantes, más un largo etcétera.

A poner orden en el laberinto de la gnosis viene ahora un libro claro, accesible y completo, escrito con intención didáctica y profunda erudición, como solo puede hacerlo una persona que lleva dedicándose toda su vida al estudio de los cristianismos antiguos en sus textos, el profesor Antonio Piñero. Su “Gnosis” (Trotta) contiene en su propio título ya una definición de este concepto, un “conocimiento de lo oculto” que trasciende la fe y que se basa en una revelación filosófica transmitida entre grupos pequeños mediante epístolas o tratados redactados por una serie de líderes carismáticos. Se podría hablar de otras gnosis, como fenómeno religioso general, desde el Islam al hinduismo, e incluso hasta la “new age” (me interesa también recordar el uso de este paradigma, en las recreaciones religiosas de las ficciones narrativas de la fantasía modernas, desde “Dune”, con sus cofradías y misticismos, a “Juego de tronos”, entre otras). Pero, cuando hablamos de gnosis, por excelencia nos referimos a los grupos entre filosofía griega y religiosidad judeocristiana que estudia el libro de Piñero. La gnosis cristiana, como evidencia, no es sino una derivación de la judía que deriva del movimiento que intenta armonizar el Antiguo Testamento con categorías del pensamiento griego, principalmente de una vulgata pitagórico-platónica.

En ese sentido, la gnosis aplica a la religión algunos de los elementos básicos del método filosófico griego desde la época presocrática: también el filósofo-fisiólogo de esta, es decir, el investigador de la naturaleza, pretendía desvelar aquello que está oculto. No otra cosa sería la “aletheia” (verdad), un des-ocultamiento o un des-olvido (jugando con la etimología de “lethe” más la alfa privativa), que recuperaría en lo moderno Heidegger. En todo caso, en este ambiente fascinante de intelectuales judeocristianos, que reelaboran sus creencias sobre la base de ideas sobre la monada y la cosmología del pitagorismo medio y o del “Timeo” de Platón, aparece una historia sagrada y una comunidad alternativa a las cristianas o judías “mainstream”, que ayuda a esclarecer el libro de Piñero. Su imprescindible introducción va seguida de una amplia antología de textos estructurada en nueve capítulos, donde se va desgranando la gnosis, desde su definición y primeros principios hasta el nacimiento del universo, del ser humano, la doctrina sobre la salvación, la escatología, la ética y lo que podemos sabemos de su comunidad.

Es complicado resumir aquí lo que ya de por sí está admirablemente resumido en las imperdibles páginas 37-55, pero para comodidad del lector digamos que la gnosis –en un relato sintético común, tras su gran variedad de grupos– tiene en la cúspide de una pirámide ontológica-teológica descendente a uno supremo, Dios padre y madre, ininteligible e inefable, a un Hijo autogenerado y luego a la corte divina del “pleroma”, o plenitud, con entidades generadas por parejas, o eones, combinando lo masculino y lo femenino, que resuenan por todas partes a platonismo y pitagorismo. En aquella corte divina y primordial hay un lapso, o caída, de uno de sus miembros –la Sabiduría superior o también quizá el Logos–, que comete un error o un pecado, al pretender llegar antes de tiempo al conocimiento perfecto del Uno más allá del tiempo y el espacio. Ese error causa la caída de lo espiritual a lo material que significa para el gnóstico el origen del mundo y, por tanto, del mal. Esa Sabiduría, en su impaciencia, intentó formarse en el conocimiento inefable y supratrascendente sin su correspondiente pareja, por sí sola y antes de que el Padre lo hubiera decretado. Nos recuerda a los mitos donde una divinidad intenta procrear por sí misma, experiencia que suele salir mal o que genera imperfecciones en diversas mitologías (citemos sólo a Hera en Grecia, Tiamat en Mesopotamia, Coatlicue en México e Izanami en Japón). El producto último será nuestro imperfecto mundo terrenal, aquello que llamamos “realidad” (que obviamente no es real para los platonizantes gnósticos, que miran hacia los entes eternos), al generar esta Sabiduría superior otra inferior y esta, a su vez, al llamado Demiurgo (asimilado a veces al Dios del Antiguo Testamento), que será el artífice que creará la materia.

Por eso, para el gnóstico, el Padre supremo no tiene culpa del surgimiento del mundo material, que es por esencia deficiente, y, por tanto, es inocente de todo el mal que hay en él. Pese a la barrera que impide acceder a esos estratos inferiores al pleroma, al final, el Padre, en su providencia, permitirá la reintegración de la Sabiduría superior, una vez arrepentida de su lapso. Esta cosmogonía gnóstica, por lo demás, recuerda a la típica estructura narrativa del mito y el folclor, en cuyo comienzo suele haber una carencia o una falta, como vio Vladimir Propp en los cuentos maravillosos. Pero, al final, todo acabará bien y la carencia será subsanada con el retorno y el cierre del círculo, pues la Sabiduría superior será posteriormente rescatada por un héroe salvador. En efecto, el Padre lo facilitará al permitir que el pleroma genere un nuevo eón, el Salvador, para rescatar al eón caído y redimirlo. Con él se asimila, por supuesto, la figura de Cristo.

Esta teología mítica engendró históricamente una comunidad religiosa elitista y filosófica con la idea de que algunos humanos portan aún la chispa divina, los “hombres espirituales”, cuyas almas pueden “des-olvidar” aquellas realidades supraterrenas pese a la cárcel del cuerpo (según un viejo motivo mistérico) y retornar hacia arriba, algo neoplatónicamente. La humanidad queda dividida en tres clases, de las cuales sólo esta, la suprema, será totalmente redimida en una salvación completa en la región superior del universo, al lado del pleroma, donde llevará una existencia feliz junto con el demiurgo y sus ángeles, que al final también se arrepentirán de sus errores. En el escalón inferior, claro, están los “hombres materiales”, que viven solo para lo terrenal y en el intermedio los “psíquicos” (que suelen ser los cristianos ortodoxos) que sólo pueden aspirar a una vía ética y a una salvación mediocre. La sociología de estos grupos sectarios, interesantísima, sería objeto de estudio diferenciado.

El magnífico libro de Piñero, en suma, nos abre todas las puertas de la comprensión de estas comunidades, en su gran polifonía de manifestaciones, a través de las fuentes que ha rescatado y compilado pacientemente a partir de diversas obras, tanto apócrifos, cartas y tratados gnósticos conservados, como, por supuesto, de las refutaciones de los teólogos ortodoxos que los combatieron. Es curioso pensar que paganos impenitentes como Plotino y teólogos cristianos como San Pablo o San Ireneo se opusieran a las ideas de esta corriente, y notablemente a la consideración de que el mundo material era perverso. En fin, no puedo dejar de mostrar mi entusiasmo por esta obra, que ofrece una guía solvente, condensada y clara para no perdernos por el intrincado bosque de la gnosis antigua. Todos los que quisieron saber sobre ella y nunca se atrevieron a preguntar, como hubiera dicho Woody Allen, se verán recompensados con la lectura de esa clarividente introducción y de la completa antología de textos.

Datos del libro comentado: Antonio Piñero, "Gnosis. Conocimiento de lo oculto. La gnosis judía y cristiana explicada por sus textos". Trotta, Madrid 2025.