La hambruna que contribuyó a salvar el Reino de Asturias
Fue una de las más terribles vividas en la península y obligó a los musulmanes a desalojar el Duero, lo que rebajó la presión bélica y reforzó el estado cristiano
Madrid Creada:
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«Unos ángeles, enviados por orden divina, causaron estragos entre todos los habitantes de España con un hambre insoportable», reza un documento, la crónica mozárabe, datado y escrito en el 754 d. C, mientras Ajbar Machmua, una fuente árabe, nos informa que «en el año 136 de la hégira, siguió apretando el hambre, y la gente de España salió en busca de víveres para Tánger, Asila y el Rif berberisco, partiendo desde un río que hay en el distrito de Sidonia, llamado río Barbate, por lo cual los años referidos son llamados años de Barbate. Los habitantes de España disminuyeron de tal suerte, que (los musulmanes) hubieran sido vencidos por los cristianos, de no haber estado éstos preocupados también con el hambre».
A finales del siglo VII y durante el VIII, hubo una extensa sequía en Hispania. Uno de los momentos más intenso sobrevino entre el 690 y 711 –fue uno de los factores que influyó en la caída del reino godos de Toledo y que favoreció la conquista musulmana, como informaba un artículo firmado por Jon Camuera, Francisco J. Jiménez-Espejo, José Soto Chica, entre otros investigadores, publicado en «Nature Communications»– y, otro pico posterior, pero de fue tan potente o más que el primero, y que aunque ya fue apuntado en el artículo citado, no ha atraído tanta atención, que devastó la península Ibérica desde el norte y hasta el sur. Comenzó en el 750 y se prolongó hasta el 780 con unas consecuencias catastróficas. Su impacto agostó los sembrados, arruinó las huertas, volvió difícil la vida más allá de las riberas de los ríos y, sobre todo, abrió las puertas a una hambruna que provocó el desplazamiento de un abundante número de poblaciones que se trasladaron a áreas de clima más benigno. Un lugar que brindara, a una sociedad agrícola, de recursos más escasos y mucho más vulnerable que hoy en día, más probabilidades de supervivencia.
Durante esta época, la antigua diócesis romana, había quedado dividida entre un poder omnívoro y en plena expansión, los musulmanes, y un reducido reino cristiano, circunscrito a los márgenes que otorgaban las cordilleras de Asturias. El destino de este territorio, que se había rebelado en el 722 en Covadonga, erigiéndose como la única entidad política opuesta al avance de los invasores en Hispania, dependía de manera exclusiva de su capacidad para soportar a partir de entonces la presión que ejercieran sus adversarios, que se apostaron en distintos enclaves a su alrededor para organizar expediciones de castigo. Hubiera sido cuestión de tiempo que a los musulmanes le sobreviniera una oportunidad propicia que les permitiera asestar un golpe de mano fatal para los sucesores de Pelayo.
Pero eso no sucedió. Una de las causas fue esa atestiguada hambruna que empobreció villas y ciudades. «Fue uno de los peores periodos de sequía sufridos en cinco mil años. Y tuvo evidentes consecuencias políticas para nuestra historia. Contribuyó al llamado desierto en el Duero. Las guarniciones y asentamientos en esta parte quedaron abandonados, en buena medida, porque la agricultura se tornó más difícil. La meseta Norte, ubicada entre 700 y 800 metros, vio cómo caían las temperaturas de forma sensible y como disminuía severamente la pluviosidad. Llovía aún menos de lo que llueve ahora, que estamos inmersos en una sequía, solo que esa sociedad era más frágil. Las fuentes como el AJbar Machmua señalan que, amén de las guerras civiles y la presión militar astur, la sequía y el hambre promovieron que los musulmanes evacuaran zonas como Astorga y los datos aportados en el estudio antes citado publicado en Nature Comunications apoyan esos testimonios. Todo lo cual ayudó a que Asturias se consolidara. El motivo de esto es que quedaba un colchón entre el emirato del sur y Asturias. Esto dificultaba las operaciones militares y, cuando la sequía cesó, permitió a los cristianos recolonizar las tierras abandonadas y expandirse», comenta el historiador José Soto Chica, autor de «Imperios y bárbaros» y «Los visigodos. Hijos de un dios furioso», donde ya se apuntaba el impacto que la crisis climática pudo tener en la caída del Reino visigodo y el surgimiento de al-Andalus, y que, junto con otros investigadores liderados por Jon Camuera y Francisco Jiménez Espejo, publicarán en breve un nuevo artículo en el que se amplía lo ya apuntado en el primero.
Esto, unido a la revuelta de los descontentos bereberes, que aconteció en 740 y 741, que decidieron partir hacia el sur para combatir contra los árabes, sedición que resultaría aplastada, contribuiría a que el Duero se convirtiera en una tierra de nadie. Algo que ahondaría la sequía y la hambruna, que hizo también que se retiraran los musulmanes asentados en lugares, como Galicia, Astorga, etc. «Este sería un factor más que se sumaría a lo que ya había y que resultaría esencial para explicar la evacuación de esta zona», aclara Soto Chica.
Esta despoblación no fue el único beneficio. Mientras los musulmanes, huyendo de la carestía de alimentos, decidían retroceder, una masa nada despreciable de personas se refugió en el norte. Esto redundaría en un aumento demográfico de la cornisa cantábrica, lo que, décadas después, favorecería el poder cristiano, al contar con mayor población para repoblar el Duero e incrementar las filas de sus ejércitos. «Hubo una clara llegada de mozárabes. La zona del norte, Álava, lo que hoy es Cantabria, Asturias y Galicia recibieron gente que provenía de Toledo y de otras regiones meridionales. Nosotros ya sospechábamos que estas migraciones no estarían solo motivadas por el desapego hacia los musulmanes. Tenían que concurrir también otros factores y puede que la sequía fuera uno relevante, al empujar a no pocos a emigrar al norte, porque, por poco que llueva en la Cornisa y en la Cordillera Cantábricas, siempre lloverá más que en las mesetas y en el Sur. También hubo quienes optarían por alejarse del poder de Al-Ándalus, porque no quería padecer la presión de impuestos y allí la situación era más favorable. Esta emigración reforzó demográficamente a Asturias y sus posibilidades militares y estratégicas por el desierto».
Abderramán I y la campaña de Carlomagno
► Los cristianos no fueron los únicos que se beneficiaron de esta coyuntura a pesar de la mortandad. También contribuyó a la llegada de un nuevo actor, Abderramán I, y a que lograra convertirse en el primer emir independiente de Córdoba. «Aprovechando la hambruna y la agitación política y social, desembarca en Almuñécar. Las fuentes cuentan que sus soldados, hambrientos, recogían la hierba del camino porque no había nada que comer, pero al final triunfa, pues la situación económica era de práctico colapso. Aunque los musulmanes tenían una tradición vinculada al regadío, la sequía les afectó. Eso provocó guerras civiles en su territorio», dice Soto Chica. A quien no le salió bien es a Carlomagno. Pudo tomar Zaragoza, pero la imposibilidad de sostener a su ejército en un país sin alimentos, hizo que se retirara. Si no lo hubiera hecho, la marca hispánica se hubiera establecido ahí. La historia hubiera sido otra para nuestro país.