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Historia

José Soto Chica descubre a Leovigildo: «La historia en España se ha politizado hasta la náusea»

El historiador presenta una rigurosa y espléndida biografía sobre Leovigildo, «el auténtico fundador del reino godo»

Jose Soto Chica
El historiador José Soto Chica entre dos coronas visigodas en el Museo Arqueológico de MadridDavid JarFotógrafos

Los inviernos eran largos, el frío arruinaba las cosechas y volvía yermos pastos que antes eran ubérrimos; el hambre diezmada a la población, la peste asolaba las comarcas como una remota maldición, dejando a su paso un manto de pobreza y desolación, y las antiguas provincias que antes formaban el paisaje de la rica Hispania romana sobrevivían ahora como un conjunto fragmentado de reinos, caudillajes y repúblicas de extraños linajes y ascendencias políticas que libraban imperecederas guerras. Un estruendo bélico de armas y cabalgadas que siempre llegaba acompañado de sus habituales mastines: el saqueo, la muerte, el asesinato, las violaciones, la codicia y el botín. Una época de severidades y enormes inclemencias en la que irrumpió un hombre imprevisto, que nadie aguardaba; un superviviente de marcada impronta guerrera, gesto implacable y actitud recia que, contra todas las premoniciones, se ceñiría la diadema de rey.

Nació en la Galia goda, con la sombra que dejó la derrota de Vouillé (507) como única leyenda cierta. Atrás había quedado el esplendor de un pueblo que había matado emperadores, había derrotado a Atila y franqueado por primera vez la Ciudad Eterna. Pero ahora los visigodos, acosados por los francos, no era un pueblo vencedor, sino derrotado, hecho de refugiados. Un devenir que él decidió cambiar. «Si Leovigildo hubiera sido escandinavo o britano, sería Beowulf, pura leyenda, pero nació en Hispania», comenta con pesar José Soto Chica.

El historiador acaba de presentar una «Leovigildo», una exhaustiva biografía publicada por Desperta Ferro sobre este monarca violento, que no conoció la paz, peleó en todos los frentes, afrontó la rebelión de su propio hijo, tenía a su peor adversario encarnado en su esposa, Gosvinta, fue jaleado por los hombres de su ejército, se sentó el trono de Toledo y fue el auténtico forjador del reino visigodo.

Pero fue más: unificó el territorio que posteriormente daría pie al mito del reino perdido a manos de los musulmanes que luego cantarían los cristianos del reino Asturias. «Leovigildo no se ha convertido en una leyenda como otras tantas figuras britanas porque reinó aquí. Pero eso tiene algo bueno. Él fue historia y, al contrario que en esos países mencionados, en el nuestro, por ese motivo, se siguieron construyendo edificios y la civilización permaneció todavía en él. Leovigildofue el fundador del reino visigodo en Hispania. Las crónicas lo citan como rey de los hispanos, no rey de los godos, y eso es porque rompió con la prohibición de que los hispanos y ellos pudieran casarse. También impulsó leyes que ponían a ambas poblaciones en igualdad de condiciones y promovió a bastantes hispanorromanos para que ocuparan cargos importantes en la corte».

La espada y la cruz

El historiador, autor de «Imperios y bárbaros» y «El águila y los cuervos» está en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid (MAN), delante de la vitrina que conserva las coronas votivas de los viejos reyes godos. Habla de ellas con entusiasmo y también de los brazos de oro de una cruz gemada que Gregorio Magno regaló a Recaredo en 599 por su decidida conversión a la verdad nicena. Un suceso trascendental en el devenir de Hispania y posteriormente para nuestro país.

Soto Chica remarca su importancia no por azar, sino porque el bueno de Recaredo fue halagado por su compasión y gran talante. Él representó lo contrario que su padre, Leovigildo, definido en su momento por los cronistas como «un servidor del anticristo», un «dragón que se sentó el solio», un rey que ocupó el trono comulgando con la herética fe arriana. «Al contrario que su descendiente, clemente y forjador de coronas de oro con piedras preciosas engastadas, Leovigildo empuñó la espada. Gracias a que él lo hizo, su hijo no tuvo que batallar tanto y pudo tener un reinado más pausado y disfrutar de estas lisonjas». Fue Leovigildo quien terminó con el caos en Hispania, extendió el poder de los godos, conquistó territorios y los unificó, derrotó a los pueblos enemigos, puso en jaque a las tropas bizantinas, hizo botín, engrosó el erario y sometió a los súbditos. «El padre hizo posible que el hijo reinara de una manera más apacible».

Soto Chica, que señala la espiga de una espada del siglo VI, apunta: «Solo disfrutó de un solo año de paz. Fue el rey que más guerreó y el que mejor conoció las tierras de su país. Marchó de una punta a la contraria». En el libro explica cómo Leovigildo quiso reproducir Constantinopla en Toledo, la Roma de Oriente en la Hispania de Occidente. Adaptó los ritos y ceremonias de la corte del emperador Justiniano y trajo el hábito, que después adoptarían sus sucesores, de revestirse con el manto púrpura y la diadema de los reyes, igual que hacían los emperadores en el otro extremo del Mediterráneo.

La rebelión del hijo

El historiador reconoce que no ha querido convertir su biografía en un relato de datos sucesivos y que todo su hincapié ha estado volcado en comprender a este hombre, con el que, considera, comparte ciertas concomitancias: los dos han sido militares, los dos son supervivientes (Soto Chica sobrevivió a una explosión de una mina durante una misión militar) y los dos son padres y han tenido dos hijos.

Este dato es de subrayada relevancia porque le ha permitido valorar mejor qué sintió Leovigildo cuando su hijo Hermenegildo, instigado por la maquiavélica, peligrosa y maquinadora Gosvinta, su esposa, lo animó para que se rebelara contra él. «¿Qué debió pensar cuando se enteró de que su propio hijo le quería emboscar para cortarle la cabeza? Por eso tardó en reaccionar. Y, por eso, también tardó en ejecutarlo. ¿Por qué lo hizo? Porque se levantaron contra él los francos y Hermenegildo podía ser una amenaza que aprovecharan sus enemigos. Al final tuvo que matar a uno de sus hijos para que el otro, el hijo bueno, pudiera reinar en paz. Le debió romper el corazón porque unos meses después él fallecería».

Soto Chica cuenta la historia con entusiasmo, pero en su paladar queda siempre una nota disonante. Algo que le apena: que en nuestro país no se disfrute tanto de este legado: «En España tenemos un problema con la historia. La usamos siempre como un objeto arrojadizo contra el otro, como un elemento agresor, pero este uso resulta esperpéntico. En Francia no sucede nada por hablar de los merovingios, pero aquí hablas del reino godo y te salen comentarios por todas partes. No puede ser. Es un desastre. Se politiza la historia hasta la náusea. Recurrir a nuestro pasado y utilizarlo como arma resulta agotador. La han convertido en un campo de batalla. En nuestro propio país. Resulta algo inaudito».