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Las tres vidas del Padre Pío español

Pese a ser capaz de estar en dos lugares al mismo tiempo, de leer el alma de las personas y el futuro y hasta de levitar, la vida de este hombre era desconocida hasta ahora, que se publica un libro que recuerda su figura

El monje de Montalbán constituye hoy otro vivo ejemplo del Evangelio
El monje de Montalbán constituye hoy otro vivo ejemplo del EvangelioLa Razón

Casi nadie le conocía hasta ahora, pese a ser capaz de estar en dos sitios distintos al mismo tiempo, leer el alma de las personas, levitar o profetizar el futuro. Ahora, en mi nuevo libro El Padre Pío español (Custodian) que sale a las librerías este miércoles 16 de marzo, ve por fin la luz este gran desconocido bautizado así por mí, dadas sus sorprendentes semejanzas con el capuchino italiano canonizado por el papa Juan Pablo II en 2002.

El monje de Montalbán constituye hoy otro vivo ejemplo del Evangelio, cuyo poder intercesor ha hecho posible, como sucedió en su día con el Padre Pío, que algunas personas recobrasen la vida, los ciegos viesen, los paralíticos caminasen o los incrédulos creyesen. Tal vez el poder de resucitar a los muertos sea, precisamente, el mayor de los dones que criatura terrenal alguna pueda recibir desde lo Alto. Tratándose del monje de Montalbán, salvar almas equivalía a salvar vidas, y viceversa.

Del arsenal de documentos inéditos volcado ahora en El Padre Pío español, emerge la resurrección acreditada de tres personas distintas a manos del monje de Montalbán, gracias al poder conferido por Jesucristo. Igual que con la hija de Jairo, este fraile franciscano hizo resurgir así de sus cenizas, como el Ave Fénix, a la hijita de la sevillana Teresa López, de tan sólo un año de edad. El inopinado descubrimiento de su causa de canonización permite conocer con detalle cómo la pequeña Teresa nació tan enferma, que se puso al borde de la muerte. El médico agotó todos sus remedios para intentar salvarla, excepto el último recurso: una arriesgada operación de estómago. Pero tras la intervención, la niña murió. Sus desconsolados padres comunicaron la trágica noticia a toda la familia y ésta se dispuso a velar a la difunta.

Una vez más, la Providencia quiso que, al cabo de dos horas del deceso certificado por los médicos, irrumpiese en la vivienda el fraile para pedir su acostumbrada limosna. Al contemplar la desoladora escena, se dirigió a los padres asegurándoles que la criatura no estaba muerta, sino dormida. Imagínese el lector los rostros estupefactos de los presentes al escuchar aquella misma afirmación evangélica de Jesús. Acto seguido, el fraile se dirigió a la camita donde yacía la pequeña y le dijo con autoridad: “¡Oye, oye, ea, despierta ya!”. Nada más pronunciar la última palabra, la niña abrió los ojos y gozó ya de buena salud el resto de su vida.

De la “Positio” o proceso de canonización extraemos ahora también el testimonio del sevillano José Cano Villavicencio, cuyo hijo en quien él había depositado todas sus esperanzas para la sucesión de su noble familia, falleció sin que los médicos tampoco pudiesen hacer nada para salvarle. Máxime, cuando el propio monje de Montalbán había vaticinado a los padres que aquel hijo se encargaría algún día con gran habilidad del negocio familiar. Al inmenso dolor del padre, se sumó así la tremenda indignación con el fraile que había faltado a su palabra. De modo que hizo llamar a éste para exigirle encarecidamente que cumpliese su profecía y devolviese la vida al hijo que llevaba ya tres horas muerto.

El fraile aguantó en completo silencio, con santa paciencia y humildad, el torrente desbordado de improperios y amenazas que brotó de la boca de aquel padre desconsolado. Y una vez que terminó de hablar, repuso con el mayor convencimiento del mundo: “El niño no está muerto”. Poco después, se encaminó seguido por la comitiva hacia el depósito donde yacía el cadáver y, una vez allí, le despojó del lienzo que cubría su rostro. Fue entonces cuando todos los presentes pudieron observar, admirados, cómo el niño recobraba la vida como el mismo Lázaro.

Otra resurrección acreditada en la “Positio” se produjo con el hijo de la también sevillana Bernarda de Zamora. Se da la curiosa circunstancia de que la mujer convino con su esposo, en riguroso secreto, que el monje de Montalbán sería el padrino de bautismo de la criatura que esperaban. Al día siguiente de tomar esta decisión, se presentó en su casa el fraile a pedir limosna y, para su sorpresa, les llamó “compadres”. Los esposos se miraron desconcertados porque no le habían dicho aún nada. La criatura nació poco después con tal debilidad, que mientras la vestían y limpiaban para recibir el bautismo, se quedó muerta en brazos de su madre. Los alaridos de Bernarda sobrecogieron a los presentes, entre quienes se encontraba el fraile.

Lloraba también la madre por el hecho de que su hijo no hubiese podido limpiar su alma del pecado original con la gracia del sacramento. Apiadado de su llanto incesante, el fraile entró una vez más en acción. Oró en silencio ante una imagen de la Virgen que presidía la estancia, ungió luego el rostro de la criatura con un poco de vino y, cogiéndola en brazos, la envolvió con su hábito para llevársela consigo hacia la Iglesia, seguido por algunos de los presentes.

Una vez allí, los testigos no tardaron en dar crédito a lo que veían sus ojos cuando el fraile extrajo al niño del interior de su hábito y éste rompió a llorar de repente mientras le mojaba la cabecita en la pila bautismal. Administrado el sacramento, volvió a cubrir al recién nacido con su manto y se lo entregó poco después a su madre, diciéndole: “Tome, comadre, a mi ahijado que estaba muerto, pero el vino le ha dado la vida”. Y ahora, con la publicación de su increíble vida y milagros, muchas personas tendrán oportunidad de conocer e invocar al monje de Montalbán, poniendo a prueba de nuevo su gran poder intercesor.

Las tres vidas del Padre Pío español
Las tres vidas del Padre Pío españolLa Razón
  • El Padre Pío español (Custodian), de José María Zavala, 320 páginas, 19,90 euros.