Elvira Roca Barea: “Si fuera positiva con el futuro de Europa sería idiota”
39 ediciones después, la autora de “Imperiofobia” amplía el “best-seller” sobre la Leyenda Negra y anima al mundo panhispánico a cambiar de rumbo “si no quiere la subordinación política, económica y cultural”
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Cinco años atrás, Elvira Roca Barea atendía en el mismo lugar y casi a la misma hora: mediodía en Almagro, 24, Madrid. Incluso en la misma sala de la sede de Siruela. La excusa de entonces fue Imperiofobia, un ensayo que empezaba a sonar con fuerza y a molestar a algunos. Tiempo después, la cita es la misma, con Imperiofobia de por medio; sin embargo, entre unas y otras, han pasado 39 ediciones y 150.000 ejemplares vendidos para consolidar el «best-seller»; más otros títulos de la filóloga. Aun así, reconoce que «nada ha cambiado»: «Mismo barrio y casa», dice esta «maestra de pueblo con mayúsculas», puntualiza.
Pero sí hay algo que ha alterado las páginas del libro. «Había dos cosas y media que se podían mejorar», la revisión de un capítulo y otros dos completamente nuevos. Uno de ellos, el último, nacido a ritmo del Guacarrock de la Malinche, de los mexicanos Botellita de Jerez: «Escucho la música de allí».
−Tras las primeras críticas me preguntó si yo entendía el éxito de su libro. ¿Ya lo comprende?
−No, sigo igual. Creo que esas cosas nunca se sabrán. Estoy demasiado cerca como para entenderlo. Me dicen que se lee muy bien.
−Se tiene que notar la mano de una maestra...
−La intención era que se comprendiera por el mayor número de personas. No quería refugiarme en el estilo erudito. ¿De qué sirve si no llega a la gente? Cuando un orador no se hace entender es su propia culpa y no del auditorio.
−¿Por qué revisarlo?
−Quería desarrollar lo que había sido una globalización económica y también hablar de la creciente oleada de hispanofobia en forma de indigenismo que hay en toda América, que ha ido a más hasta llegar a niveles enloquecidos. Y, luego, también quería abordar de otra forma los imperios.
−¿Ya no se tiran estatuas o es que la actualidad nos ha hecho mirar hacia otro lado?
−Como todas las modas violentas eso también pasa. Fue su momento de gloria, pero la verdad es que el fenómeno de la hispanofobia es una corriente ininterrumpida desde hace años. En realidad, no hay diferencias entre esto y los murales de Diego Rivera o los grabados del siglo XIX con caras de «serial killer».
−¿Por qué levantó ampollas Imperiofobia?
−No fue el libro en sí, sino el vender más de 100.000 ejemplares. Eso dio urticaria a algunos.
−¿Sintió el acoso?
−No porque ya lo esperaba. Me sorprendió que reaccionaran tan tarde. Sé muy bien cómo se manejan los machos alfa de las cátedras. Ellos pontificaban, pero apareció una maestra de pueblo y...
−¿Molestó más que fuera una «outsider» o que fuera mujer?
−Desde luego que el vocabulario que emplearon no lo utilizan con los hombres.
−¿Fue envidia?
−Ese, en sus cabezas, debía haber sido un éxito suyo, pero llegó una tía y los adelantó. La envidia es propia de la naturaleza humana, aunque tiene dos caras: su lado más destructivo y otro que es la competencia para superarse. En la parte destructiva ahora encontramos la rusofobia. Asusta porque se ha eliminado por completo el sentimiento crítico occidental. No hay posibilidad de discrepancia. Es el silencio absoluto y vamos hacia un problema de dimensiones épicas, con una desinformación absoluta de la población sobre las causas y las consecuencias.
−No le veo muy positiva.
−Si fuera positiva con el futuro de Europa Occidental sería idiota. Estamos sembrando tempestades desde hace tiempo y poco nos ha pasado. Estamos muy perdidos.
−Por si fuera poco, la amenaza nuclear ahí está.
−Eso es un farol. Lo que no es un farol es el acoso a los que fueron territorios del Imperio ruso. No tengo dudas de que algo pasará en el Cáucaso. Por otra parte, ¿alguien pensaba que Occidente ganaría algo poniendo a Rusia en manos de los chinos?
−¿Siente que una parte de la sociedad, la ultraderecha, se ha adueñado de su libro?
−Si lo toman así, se equivocan hasta la médula. Es una consecuencia más de la polarización porque mi trabajo no va más allá de la investigación de fenómenos que tienen siglos y que son muy anteriores a la derecha y a la izquierda. Son cuatro sexadores de pollos ideológicos que he tenido detrás todo este tiempo y que no han encontrado otra forma de dañar mi reputación. Han ido al aspecto personal porque con el libro nadie se ha metido; no han dicho ni «pío». Es disparatado llevar el Imperio español a una ideología. Es un ciclo cerrado por mucho que la extrema derecha quiera mantenerlo vivo. De todas formas, derecha e izquierda tienen comportamientos gemelos: por ejemplo, con la bandera hay una gilipollez colectiva, por exceso o por defecto.
−Viendo nuestra influencia en el mundo actual, convendría olvidar el Imperio, ¿no?
−Hay que dejar de hablar de «nuestro imperio». ¿Qué impero? ¿Quién tiene un imperio? Hay que olvidarse de la idea esencialista de la España eterna, empezando por el presidente de México. España no es una unidad inmutable con el paso del tiempo. Es una cosa enfermiza respecto a nosotros y al presente. Hispanoamérica no ha podido salir del Imperio y ahí siguen dándose cabezazos contra un muro que no existe desde hace dos siglos. Estar en ese marco conceptual es no entender el presente.
−¿Por qué no se sale de ahí?
−Es un problema de analfabetismo creciente desde hace décadas. Lo sabré yo que vengo de la mina de la enseñanza media. En 4º de la ESO ya no se puede «Trafalgar» y hace 20 años sí.
−¿Y es un problema español?
−¡No! Pasa en todas partes.
−¿Por la digitalización?
−Efectivamente, está causando estragos. Vemos cosas brillantes y salimos corriendo para allá. Estamos en un mundo enloquecido por lo digital, que está en su momento álgido. Es posible que tenga un descenso, que encuentre su sitio, pero el hecho es que es evidente el descenso intelectual. Y los profesores dejan de mandar algunos libros porque les cuestan mucho trabajo a los alumnos, con lo cual, mandas otros más simplones. Es la pescadilla que se muerde la cola: como no se lee, tenemos menos palabras en la cabeza.
−Luego dice que es positiva...
−Veo mucha luz, pero lejos de aquí. Me parece muy interesante la irrupción de Asia en el mundo. Un cambio de eje total a lo que ha gobernado el planeta hasta ahora. Estamos en una atalaya perfecta para ver cómo se produce una mutación de estas características. Soy pesimista con nuestro cotarro, pero no con el mundo.
−Hace mucho que no leo las entrevistas que hago porque me acaban endemoniando... Lo que defiendo es una reforma constitucional, no un referéndum a la catalana en claves enloquecidas. Las unidades políticas no son sagradas, se crean, se destruyen y se transforman.
−Ahí está la historia para certificarlo...
−Entonces, nosotros vivimos en un país que aparece en el siglo XIX después del desmembramiento bastante catastrófico de un imperio. Y nuestra España contemporánea tiene un problema territorial desde el minuto uno. Si entre Israel y Palestina si hizo lo de «paz por territorios», aquí hemos tenido «unidad por privilegios». Y a mí esa tesitura no me interesa. Yo soy de una región no privilegiada [Andalucía] y no quiero vivir en un país con ciudadanos de primera y de segunda. Me ofende. Ya está bien de regiones que han comprado su permanencia en la unidad del país a base de obtener beneficios sobre otras regiones. Y lo peor es que eso no ha demostrado, en absoluto, ser capaz de dar estabilidad. Es pan para hoy y hambre para mañana. En algún momento hay que cortar con ese sistema insolidario, poco democrático e injusto. Quizá un sistema tipo helvético valdría. Me imagino que nadie saldrá a decir que esto ha sido un éxito...
- Imperiofobia y la Leyenda Negra (Siruela), de Elvira Roca Barea, 616 páginas, 29,95 euros.