Lola Herrera vuelve a estar encima de los escenarios madrileños; esta vez, con "Adictos", en el Reina Victoria

Lola Herrera: “Hay que votar con cabeza, no por simpatía o por joder a alguien”

Incombustible, la actriz continúa fiel a su compromiso con el teatro por una cuestión de felicidad; ahora disfruta con “Adictos” en el Reina Victoria, donde lamenta los excesivos vicios que nos dominan: “Existe un consumo desmedido. Hay que saber que no se puede tener todo”

No es que le guste especialmente el lamento, pero Lola Herrera se ha hecho a los tiempos para quejarse de la queja: “Nos quejamos de todo. Da igual que llueva o haga calor, vivimos en una queja continua. Estamos saturados”, dice con tono elevado. Pero si a las fieras se les amansa con la música, a ella se le calma con teatro. Sus 87 años no dan para hacer más de una cosa al mismo tiempo, afirma, y, si de elegir se trata, ahí Lola no tiene dudas: “No lo cambio ni por la televisión ni por la Metro-Goldwyn-Mayer”. Es sobre las tablas donde siente el placer. Atrás queda la ya eterna “Menchu” de Cinco horas con Marioy, ahora, abraza un nuevo proyecto, Adictos (Teatro Reina Victoria), donde, junto a Ana Labordeta y Lola Baldrich (y con firma de Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez y dirección de Magüi Mira), analiza una era excesivamente dominada por la tecnología y una sociedad “enganchada a todo”.

−No la veo excesivamente positiva con la actualidad.

−No, para nada. No soy una persona negativa. Solo soy realista. La realidad es la que tiene unos rasgos negativos con unos grandes interrogantes. Si no eres tonto te das cuenta de que hay cosas que no se quieren mirar, pero, oye, eso también es respetable para el que lo quiera hacer.

−Dicen que una persona negativa es un optimista bien informado...

−Puede ser. Yo la verdad es que trato de ver lo mejor de cada situación, pero si no lo hay... Una de las cosas que más me preocupan es que han decidido por nosotros y se han adueñado de nuestras voluntades. Han tomado las decisiones por nosotros, nos ponemos lo que nos dicen, nos metemos donde quieren... Estamos hasta arriba de órdenes indirectas, pero estas son tajantes y nos dejan sin voluntad. Es una cosa tremenda.

−¿Y a quién echamos la culpa de ello?

−Se puede achacar a cualquiera. En todas partes cuecen habas, de una u otra manera, pero se cuecen en todas partes y nosotros, como tontos, esperamos a que se terminen de cocer para comérnoslas. Estamos dormidos.

−¿Salimos a la calle a gritar o eso ya no se lleva?

−Hay que empezar por votar, al menos, en los sitios en los que se puede hacer. Votar con cabeza y con sentido común, no por la simpatía de una foto o por joder a alguien. Que cada uno piense en sus propios intereses, cada uno los suyos, que es legítimo. Pero todo eso se ha diluido y la gente se va con el que le cae bien.

−¿La tecnología hará que nos apartemos de nuestra propia naturaleza?

−Pero no nos aparta solo esto. En cada etapa se ha ido haciendo lo que se ha podido. Nos hemos creído lo del bienestar, e, indudablemente, hay sociedades que están muy mal y nosotros tenemos cubiertas una serie de necesidades, pero nos han lavado el coco y nos hemos dejado. Vivimos en un mundo en el que debemos ser muy responsables cada uno, sin necesidad de echar la culpa a los que intentan que tomemos esas decisiones.

−¿Cómo se comienza esa revolución?

−Eso ya no lo sé. Yo creo que se combate no entrando al trapo en todo. Esto se tiene que romper por algún sitio porque estamos en un momento delicado, difícil: no se va a poder consumir porque no vamos a tener dinero para ello. Existe un consumo desmedido. Hay que tener 18 camisetas, 18, pantalones y 18 de todo; y no se puede pasar un fin de semana sin ir a algún lado... Hay que saber que no se puede tener todo.

−Las falsas necesidades...

−Las necesidades nos echan la red.

−Usted vivió de lleno la posguerra, entonces hubo pocos caprichos.

−Hay que partir de lo que uno realmente necesita.

−¿La crisis será una constante de este siglo?

−Tendremos una crisis continua. Son pequeños desastres que se arreglan de alguna manera con parches, pero a la raíz, desde mi ignorancia, no se va. Estamos inmersos en debates superficiales. Ahora se lleva debatir, pero no se puede saber de todo y hay gente que opina de todo. Debemos escuchar a las personas que de verdad tienen criterio sobre un determinado conocimiento.

−¿Este mundo es una mentira infinita?

−En mi opinión, sí. Es que nos mentimos hasta a nosotros mismos. A lo que hay que sumar las mentiras que nos cuentan. No nos molestamos en pensar ni un poquito.

−¿Acaso hay tiempo para pensar en este frenesí?

−También es verdad. También se encargan de que no tengamos ese tiempo ni nada. Quieren tener distraído al personal.

−¿Se puede decir que esta obra, Adictos, es una denuncia?

−Al menos, tiene la consideración de hablar de todo ello. Y eso está bien porque en el telediario es una cantinela que te cuentan 16 veces y al final no quieres ni escucharla. El teatro es otra cosa. Vas con el ánimo de escuchar una historia.

−¿Es ficción?

−Es una mentira con mucha verdad. Que cada uno lo analice para hablar de lo que está pasando. Y tampoco hace falta hacer grandes dramatismos, es la realidad. Desde mis 87 años puedo decir que hay que pensar más en las realidades propias.

−Y, jugando con el título, ¿a qué es adicta?

−Pues, como cada uno de los ciudadanos, a casi todo. Me han creado todas las adicciones. De pequeña tenía una faldita para cuatro temporadas, ahora al revés, cuatro para una sola. Ya me lo decía mi madre: “Lolita, hija, no compres tanto. ¿Para qué tantos vestidos para un solo cuerpo?”.

−¿Y a qué no podría volverse adicta?

−A la tiranía. A la injusticia. Al desastre.

  • Dónde: Teatro Reina Victoria, Madrid. Cuándo: hasta el 23 de octubre. Cuánto: desde 16 euros.