¿Por qué celebramos el Año Nuevo el 1 de enero?
El calendario romano primitivo tenía 10 meses y comenzaba el primero de marzo
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Nuestro calendario consta de 12 meses. Y hemos aprendido a que se nos presenten en un orden concreto, donde el mes de enero es el primero y el de diciembre es el último de ellos... y se nos haría realmente extraño colocarlos de otra forma. Sin embargo, en el primero de los calendarios romanos, los meses empezaban a contarse por marzo... y no por enero.
Años de 10 meses
El calendario romano fue el primer sistema para dividir el tiempo en la Antigua Roma. La leyenda dice que este fue creado por Rómulo, uno de los dos fundadores de la ciudad. Con aquel sistema, los meses tenían 29 días, 12 horas y 44 minutos que, según la luna, podían ascender a 30 jornadas.
Los romanos, como en la actualidad, consideraban que los días daban comienzo a medianoche y establecieron una duración para el año decimal aunque posteriormente fue cambiada a 12 meses gracias a la influencia griega. De esta forma, el año tenía 368 días y tres cuartos de otro, con meses de 30 y 29 días que se alternaban y que daban paso cada dos años a una temporada con 13 mensualidades.
Los romanos establecieron, así, que los años empezarían en primavera por el mes dedicado al dios de la guerra Marte llamando martius (marzo). A este le seguía el mes que se abre aprilis (abril), el del crecimiento maius (mayo) y el de el florecimiento junius (junio). Luego los meses seguían por orden del quinto al décimo, donde sí que coincidían por su nombre y la posición que ocuparían en el calendario. Quintilis sería (julio), sextilis (agosto), septembris (septiembre), octobris (octubre), novembris (noviembre) y decembris (diciembre).
Sin embargo, este calendario de 10 meses no duró mucho. En el siglo VII aC se actualizó con la incorporación de 50 días adicionales, así como la sustracción de un día de cada uno de los 10 meses, para crear dos meses adicionales de 28 días: Ianuarius (en honor al dios Jano) y Februarius (en honor a la Februa, una fiesta romana de purificación).
El fin de la corrupción
La interpretación del calendario regía la vida en el Imperio Romano. Las subidas y bajadas de los ríos, el momento de la siembra y la cosecha, el día en que la servidumbre cobraba su salario o cuándo debía hacerse un sacrificio a tal o cual deidad. Cualquier evento dependía -en mayor o menor medida- de la interpretación del calendario lunar que la República había adoptado en el siglo VII a.C. En aquel momento, el margen de error era grande, porque -de acuerdo con aquel calendario- los años duraban 304 días (en vez de 365). Lo que daba lugar a infinidad de desfases temporales.
Los encargados de ajustar estas diferencias entre el calendario y las estaciones del año eran los pontífices. Pero esta labor, que en un principio tenía un objetivo espiritual y místico, se fue haciendo cada vez más y más mundana. Los encargados de velar por la certezas de la plebe se habían vuelto corruptos.
El momento de la cosecha ya no dependía de las fases lunares, sino que se decidía por cuestiones políticas (y pecuniarias). Por ejemplo, si un cargo público quería extender un poco su mandato, podía comprar la voluntad de los pontífices... y estos se encargarían de retrasar las elecciones, haciendo unos pequeños retoques en el calendario (a pesar de las terribles secuelas que eso podría ocasionar en la vida del populacho).
La situación se había vuelto tan obscena que -en cierto momento- los pontífices llegaron a fechar el invierno en otoño. Esto significaría que miles de campesinos despilfarrarían sus semillas, plantándolas en el momento equivocado o que podrían verse indefensos ante las imprevistas subida de un río, (...). Evidentemente, aquello tenía que cambiar.
Afortunadamente, un nuevo tirano había venido a poner orden en Roma. Julio César -sabiéndose ignorante en estos menesteres- consultó a Sosígenes de Alejandría “el peripatético”; que postulaba que el año -en realidad- duraba 356 días y 6 horas (una precisión absolutamente notable para la época). De esta forma, se impuso un nuevo calendario que seguiría aplicando hasta el siglo XVI; cuando el papa Gregorio XIII implantó el actual calendario gregoriano, que corregía algunos desfases menores que también venía arrastrando el calendario juliano.
Sin embargo, los cambios que trajo el calendario gregoriano fueron mucho más tímidos que los que habían llegado con el calendario juliano. Al fin y al cabo, la labor de Julio César fue casi impecable. Y su calendario era tremendamente preciso. Por eso, el calendario gregoriano se impuso sin mayores contratiempos. Lo más llamativo fue la desaparición de 10 días en el mes de octubre de 1582.
Y tampoco fue necesario cambiar los nombres de los meses que se habían utilizado durante siglos... a pesar de haber sido nombrados -en su mayoría- en honor a los dioses paganos a los que le rezaban los romanos. Por ese motivo, cuando buscamos el origen de los nombres de los meses, no tenemos que buscarlo en el siglo XVI; sino que debemos retroceder hasta la época del Imperio Romano.
Ahora bien, lo que sí que cambió con el calendario juliano fue el orden de los meses. Enero quedó marcado como el primero de los meses del calendario y el primero de enero como el comienzo del año porque era el día en el que los cónsules tomaban posesión de sus cargos. Esto también derivó en que el nombre de algunos meses ahora quedasen un poco desfasados (septiembre, octubre, noviembre y diciembre), porque su nombre ya no encajaba con el orden que ocupan en el calendario. Ahora, unos cuantos siglos después, seguimos celebrando el nuevo año el primero de enero.