Cargando...
Sección patrocinada por

Mujeres desconocidas

Blanca de Castilla, tres veces reina

Monarca y regente de Francia, supo gobernar con firmeza, sofocando rebeliones, negociando y consolidando el poder monárquico en pleno siglo XIII

Miniatura que representa la coronación de Luis VIII y Blanca de Castilla La Razón

Una niña palentina de doce años cruzaba los Pirineos en 1200, escoltada por su poderosa abuela Leonor de Aquitania, para contraer matrimonio con un príncipe apenas unos meses mayor que ella. Nadie podía imaginar entonces que aquella niña, tercera hija de la reina Blanca Garcés de Pamplona y de Alfonso VIII de Castilla (quién derrotó a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa), se convertiría en una de las regentes más influyentes de la historia medieval francesa, capaz de sofocar rebeliones, expandir territorios y consolidar el poder de la corona hasta convertirla en el eje central de la política del siglo XIII.

Blanca de Castilla nació en la tranquila Palencia de 1188, dentro de una familia muy importante: padres gobernantes, sobrina de los reyes Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra (I de Inglaterra) y nieta de los reyes ingleses Leonor de Aquitania y Enrique II de Inglaterra. Aún así, no estaba destinada inicialmente a convertirse en reina consorte de Francia. Según cuenta la tradición, el Tratado de Le Goulet firmado en 1200 entre Juan sin Tierra y Felipe II de Francia estipulaba que el príncipe heredero francés debía casarse con una sobrina del monarca inglés para sellar la paz entre ambas coronas. La elegida inicialmente fue su hermana mayor, Urraca, pero la leyenda sostiene que su nombre resultaba impronunciable para los franceses. La realidad, más pragmática, es que fue la propia Leonor de Aquitania quien decidió que Blanca estaba mejor preparada para ocupar el trono. Con doce años, Blanca se fue con su abuela a Francia, y se casó el mismo año, en 1200. A partir de ese momento, apoyó al padre de su marido, Felipe II, en las diversas guerras que acontecieron, sobre todo cuando se agenció diversos territorios de Inglaterra a base de negociar con el papado, siendo Blanca de Castilla un activo central que manejó las negociaciones.

Aunque no reinó hasta 1223, estaba preparada para gobernar antes incluso de ser reina. Criada desde su nacimiento por nodrizas y tutores especiales, Blanca poseía un carácter excepcional forjado en una educación privilegiada: era capaz de tratar con diplomáticos y dirigentes, empatizar con el pueblo y dirigir ejércitos. Esta formación resultaría crucial cuando, con 38 años y tras solo tres años de reinado junto a su esposo Luis VIII «el León», se encontró viuda y al frente de una regencia con un hijo menor de edad, el futuro Luis IX. Pasó casi toda su vida siendo regente de su hijo, mostrando sus habilidades hasta en dos ocasiones.

Su segundo ascenso al poder, esta vez como regente en 1226, no estuvo exento de controversias. Los opositores cuestionaron inmediatamente su legitimidad, difundiendo rumores sobre supuestas relaciones con el cardenal Romano Bonaventura y el conde de Champagne. La propaganda llegó a extremos absurdos, con la invención de que se habría desnudado ante toda la corte para demostrar que no estaba embarazada del legado papal, desmintiendo así las acusaciones del obispo de Beauvais.

Blanca de Castilla demostró ser una estratega formidable. Su mayor éxito diplomático llegó con el fin de la cruzada Albigense, iniciada por su difunto esposo. Con argucia política, comprometió a su hijo Alfonso de Poitiers con la hija menor de su adversario, asegurando así la herencia del mayor territorio feudal del sur de Francia para la corona. Esta expansión hasta Languedoc cambió para siempre el mapa político francés, expansionándose como nunca antes se había visto.

Principal consejera

Aunque cedió oficialmente el gobierno a su hijo cuando este alcanzó la mayoría de edad, siguió siendo su principal consejera. En 1248, cuando Luis IX partió a la cruzada acompañado de sus hermanos menores, Blanca volvió a asumir la regencia por segunda vez enfrentando nuevos desafíos. La catastrófica derrota de la expedición desencadenó la llamada cruzada de pastores en 1251, un levantamiento por parte de granjeros que, bajo el pretexto de ayudar al rey en Tierra Santa, dirigieron su violencia contra instituciones eclesiásticas y comunidades judías. Con mano firme, la regente ordenó disolver esta revuelta por la fuerza.

Blanca enfermó gravemente en noviembre de 1252 en Melun. Trasladada a París, falleció pocos días después, el 27 de noviembre. Fue sepultada en el monasterio cisterciense de Maubuisson, que ella misma había fundado. Considerada la primera gobernante efectiva de Francia y madre de un santo, recibió veneración duradera. Sus contemporáneos la describieron como «mujer de género, pero masculino en el carácter, una bendición para el siglo». Durante la canonización de su hijo en 1297, el Papa Bonifacio VIII la elogió como «la fuerte mujer del Evangelio».

Aquella niña palentina, elegida en segunda opción para un matrimonio político, acabó convirtiéndose en la gobernante que transformó Francia y estableció las bases del poder monárquico que definiría los siglos posteriores. La historia demuestra que, en el caso de Blanca de Castilla, ser la segunda elección resultó ser la mejor fortuna para la corona francesa.