¿Sabía que el peinado de moda en el año 1940 se llamó «Arriba España»? ¿O que la melena estaba mal vista tras la guerra porque era de «rojas»? ¿Y que
tuvo una revista de moda femenina llamada «Y» (por el cromosoma) dedicada a «la mujer nacional sindicalista»? ¿O que la peluquería de señoras más famosa de Madrid se convirtió en los 40 en un centro de poder del régimen franquista? ¿Y que la muñeca Mariquita Pérez fue el modelo de la española falangista y «como Dios manda»?
Sí, era otro mundo. La
moral de aquella época ahora nos chirría y sus costumbres nos sorprenden. No obstante, se ha reducido tanto la historia de aquellos años a una caricatura de sacristía, taberna y sol ardiente en el secarral que
olvidamos que hubo una vida social muy intensa sobre la que hemos forjado la España de hoy.
Ana Velasco Molpeceres, periodista, historiadora y profesora de la Universidad Complutense, ha escrito
un libro sobre el mundo femenino de esos años titulado «La moda en el franquismo. Tul ilusión y arriba España» (Catarata, 2024). La obra está llena de
anécdotas y datos que sirven para elaborar un perfil de la feminidad y de las mujeres de entonces. Esto también es historia de género, de una mirada al pasado cotidiano, de telas y rulos, de sueños infantiles, suspiros cinematográficos y puestas de largo que va más allá de las represaliadas por el franquismo y de la Sección Femenina que presidió de principio a fin Pilar Primo de Rivera. En la España que salió de
la Guerra Civil no hubo más que pobreza, pero la gente se buscó la vida para recuperar lo cotidiano y la ilusión. En el caso de las mujeres, mostrar su feminidad contrastaba con la escasez del momento. Las medias, por ejemplo, se compraban de estraperlo y costaban un ojo de la cara. Ana Velasco cuenta que había mujeres que se pintaban una raya en el exterior de la pierna, de arriba abajo, para simular una media.
No había dinero tampoco para vestidos elegantes o sombreros, a lo sumo, el socorrido pañuelo. Lo único que tenía la mujer para ir a la moda era el pelo. Fue así como nació el estilo del primer franquismo. Se le llamó «Arriba España» porque subía el flequillo. El peinado consistía en un tupé alto, con el pelo suelto en la nuca y el resto recogido. Una mujer «bien», moralmente intachable, digna, fiel al régimen, llevaba un «Arriba España».
El pelo largo, dice Ana Velasco, era considerado «antipatriótico», de «fresca», de mujer «ligera de cascos». Esa manía con los «melenudos» duró hasta el final del franquismo. Los falangistas hicieron campaña contra Veronica Lake, actriz norteamericana, por exhibir en las películas un pelo rubio y suelto que debía parecerles poco menos que pornográfico. La norteamericana tenía 20 años y apuntaba para «pin-up». Había protagonizado con Fredric March la comedia «Me casé con una bruja» (1942). El filme no gustó a Falange, como tampoco la película erótica por antonomasia de aquellos años: «Gilda» (1946), de Rita Hayworth. No se estrenaron hasta 1948 y convenientemente censuradas, pero se montó un escándalo, se relacionó la inmoralidad con el pelo largo y se combatió con el peinado «Arriba España».
La Sección Femenina realizó una campaña contra las pelambreras. El argumento era que no hubiera más «terribles melenas de miliciana que, acompañadas de los zapatos de coja (en referencia a los topolino, de plataforma muy alta y en forma de cuña) y los sombreros estrambóticos» hacían que la mujer pareciera «ridícula». Por eso, decían las falangistas en 1945 en la revista femenina «Medina» y con letras mayúsculas: «DEFINITIVAMENTE, LA MELENA QUE DESAPAREZCA».
El tema estaba cogido por los pelos, así que la peluquería Casa Rosita, a donde
las Franco, madre e hija, acudían a peinarse y a recibir tratamientos de belleza, se convirtió en un centro de poder. Allí no solamente leían revistas del corazón y hablaban de hombres, sino que hacían negocios. Ana Velasco lo cuenta como si pudiéramos ver a «La collares» hojeando «Y»
para ver cómo se vestían las llamadas «mujeres de azul», las falangistas, o «La moda de España», con portadas de Saénz de Tejada, que pasó de dibujar a soldados del «bando nacional» a melancólicas «chicas nacionales».
La revista de
la España franquista que se veía en las peluquerías o demás sitios de buen vivir fue «¡Hola!», que apareció en Barcelona en 1944 con editoriales moralizantes para que las mujeres supieran ser femeninas y rectas. Ana Velasco incluye un editorial de septiembre de 1944 que decía: «¿No se te ha ocurrido preguntarte por qué razón una mujer ocupa en la dialéctica humana una posición tan privilegiada?». Y se respondía: «Porque es la depositaria del tesoro moral». Ya, ¿y si perdía la «moral»? Pues, muy sencillo: «No podría sustituirla con nada». En ese caso «sería igual que los hombres, pero sin su fuerza, su habilidad, su inteligencia y su formación». Sin moral, como los hombres, que eran inmorales, y siendo la mujer tan «inferior»,
apenas «hallaría acomodo para cumplir sus limitados fines biológicos». Lo del «acomodo» se refería a que si la mujer no tenía moral nadie querría casarse con ella y, por tanto, no cumpliría con su función social de tener hijos.
El modelo de mujer correcta, útil y patriótica tenía que calar en todas las generaciones para que el asunto funcionara. Nació así
Mariquita Pérez, la muñeca que se convirtió en un icono, en el reflejo de lo que toda niña podía llegar a ser y tener. El capítulo que Ana Velasco dedica a la popular muñeca es fantástico. La idea fue de Leonor Coello de Portugal. Su propósito, además de hacer negocio, era que las jovencitas españolas tuvieran un modelo de comportamiento. Tomó de socia a María Pilar Luca de Tena, hija del fundador de «Abc», para idearla. El nombre tenía que sonar muy español y se decidieron por Mariquita, de María, y de apellido Pérez, muy común. Salió en 1940, el año del hambre. Ana Velasco ha echado cuentas y explica que si la muñeca costaba 85 pesetas, para la mayoría de familias suponía un mes de ahorro. La salida fue un bombazo. Era tal la avalancha que tomaron tres pisos en la calle Núñez de Balboa, con un taller y una tienda de vestiditos.
Las niñas salían a la calle con el mismo traje que Mariquita Pérez, lógicamente, solo las más pudientes. También tuvo un programa radiofónico dedicado a la muñeca, espectáculos teatrales, libros, productos de tocador y un disco de 45 rpm. Pero todo tiene un final. La nueva generación no quería jugar a ser madre, sino tener una amiga. Esa fue la muñeca Nancy, que nació en 1968 con un espíritu más moderno y que acabó desplazando a Mariquita, que se dejó de fabricar en 1976. La muñeca duró lo mismo que el franquismo.
COMPETICIÓN EN LAS PUESTAS DE LARGO
Las puestas de largo de las mujeres se convirtieron en toda una competición de popularidad y lujo, al menos, hasta la década de 1960. El gran duelo se dio entre Cayetana Fitz-James Stuart, la futura duquesa de Alba, y Carmen Franco de Polo, la hija del dictador. Ambas cumplían 17 años en 1943. El Caudillo no quería que su hija fuera opacada por una Grande de España, con mil contactos aristocráticos, diplomáticos y financieros, que podía lucir clase y encanto con aroma internacional. Carmencita no dejaba de ser la hija de una pareja de provincias, sin grandes estudios ni brillantez. Franco decidió entonces una retirada a tiempo, y dejó que Cayetana fuera la protagonista el día de su cumpleaños, el 27 de abril, en el Palacio de las Dueñas, en Sevilla, con miles de invitados. Carmencita tuvo que esperar a que se disipara el impacto de la fiesta y lo celebró en diciembre de 1944, un año después. Por cierto, el contraste entre la riqueza exhibida y la pobreza circundante no menguó siquiera con el acto de caridad en el Asilo de Ancianos Desamparados tras la fiesta.