El duque de Alba y los orígenes de la Guerra de Flandes
La insurrección de Flandes supuso el mayor desafío para la Monarquía Hispánica. En "Es necesario castigo", el especialista en los tercios Àlex Claramunt retrata las causas de la revuelta flamenca y el papel de Alba y sus invencibles tercios
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Este año se cumplirán 450 de la marcha de Bruselas de Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, que había gobernado los Países Bajos en nombre de Felipe II durante más de seis años. A su vez, en abril del año pasado se conmemoró el 450 aniversario de la captura de la ciudad holandesa de Briel por los mendigos del mar –corsarios, o piratas, según el momento, al servicio de Guillermo de Orange–, hecho que desencadenó la rebelión en los Países Bajos que culminó con la independencia de las Provincias Unidas respecto de la Corona española, un momento decisivo en la historia de Europa.
La incapacidad de Alba para derrotar la revuelta en las provincias de Holanda y Zelanda permitió el desarrollo de una estructura política y militar en dichos territorios que sentó las bases de la futura república. En España, las obras divulgativas acerca de la Guerra de Flandes se han centrado, tanto históricamente como en los últimos años, en los tercios españoles, es decir, en la dimensión puramente española del conflicto, sin prestar mucha atención a los condicionantes políticos, sociales y religiosos de la rebelión. Por ello, resulta más sencillo y gratificante atribuir el estallido de la rebelión a la supuesta deslealtad de los neerlandeses que analizar sus verdaderas causas. Ya los cronistas españoles del siglo XVI se inclinaron, en general, por señalar la difusión del protestantismo y la ambición de la nobleza flamenca como sus motivos principales, soslayando causas más directas y prosaicas reconocidas por los gobernantes y consejeros reales.
Desde luego, las prédicas calvinistas, en un contexto de carestía provocado por una mala cosecha que las crónicas españolas obvian, fueron instrumentales en la Beeldenstorm iconoclasta de 1566. Para la llegada del duque de Alba en agosto de 1567, sin embargo, las tropas –en su mayoría locales– reclutadas por la gobernadora Margarita de Parma habían puesto fin a la desorganizada insurrección calvinista, y los nobles desobedientes, como Guillermo de Orange, o los implicados en la revuelta habían huido a Alemania. A principios de 1572, solo Orange seguía activo, aunque exiliado en el castillo de su hermano Juan en Alemania y prácticamente arruinado, mientras que la represión de Alba había provocado el exilio de muchos de los protestantes de los Países Bajos y llevado a los demás a la clandestinidad.
¿Cómo se explica, pues, que el desembarco en Briel, el 1 de abril de 1572, de unos pocos centenares de expatriados que vivían de la piratería desencadenara una rebelión masiva que Alba fue incapaz de contener? ¿Cómo se entiende que, justo un año más tarde, Wouter Jacobsz, prior de un monasterio próximo a Gouda, exiliado entonces en Ámsterdam, anotase en su diario que, «aunque muchas personas de allí eran católicas, conspiraron y se sumaron a la revuelta contra el duque [de Alba], pues preferían estar bajo el príncipe [de Orange]»? Para responder a estas preguntas es imprescindible conocer la situación social de los Países Bajos en los tres años de paz anteriores a la revuelta (1569-1571), así como las difíciles condiciones de vida de la población flamenca en la coyuntura de aquellos inviernos, en los que las bajas temperaturas provocaron malas cosechas, con las consiguientes hambrunas, y abundaron desastres naturales en forma de desbordamientos de ríos y lagos e inundaciones. En paralelo, las actividades de los mendigos del mar y un contencioso diplomático con Inglaterra mermaron el comercio marítimo y la pesca, actividades fundamentales en las provincias costeras de Holanda, Zelanda y Flandes, por lo que a la hambruna se sumó la pobreza. En estas circunstancias, Alba trató de imponer una serie de impuestos universales que causaron un descontento generalizado.
A lo dicho hay que sumar un elemento adicional: las molestias que ocasionó en la población tener que alojar y alimentar durante todo este tiempo a más de 10.000 soldados extranjeros, en su mayoría españoles. Los Países Bajos, sencillamente, no estaban preparados para ello. Los abusos de la tropa fueron decisivos para poner a la población civil en contra del duque.
Con Felipe II se produjo una castellanización del gobierno de la monarquía, de la que la elección de Alba como sustituto de Margarita de Parma es un ejemplo inequívoco. La concepción autoritaria y centralizadora del gobierno que tenía el duque chocó con la tradición política flamenca. Bien es cierto que la labor de Alba era castigar a los rebeldes y afianzar la autoridad del rey antes de que este se desplazase a los Países Bajos al año siguiente.
Sin embargo, la crisis dinástica fruto de los fallecimientos del príncipe Carlos y de la reina Isabel en 1568, junto con el inicio, poco después, de la rebelión de las Alpujarras, impidieron dicho viaje. El duque quedó, pues, como gobernador en solitario de los Países Bajos durante seis años.
Para saber más...
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