Historia

Geografía mítica: San Miguel de Aralar y el Valle de Goñi

Por ese espléndido y verde paisaje vagó el caballero Teodosio con pesadas cadenas atadas a la cintura, penitencia que le impuso el Papa por matar a sus padres en un acto de rabia y celos

El Santuario de San Miguel de Aralar se ubica en la localidad de Huarte-Araquil, en Navarra
El Santuario de San Miguel de Aralar se ubica en la localidad de Huarte-Araquil, en NavarraWikimedia Commons

Entre las estribaciones de los montes de Aralar y Pamplona, el navarro Valle de Goñi, con sus cinco villas, es un lugar de poder en la geografía mítica hispana desde muy antiguo, al menos, desde los dólmenes de Trekua y Peña Blanca. Pero es muy conocida la leyenda que nació en torno a su antiguo castillo-fortaleza del alto medievo, que se construyera en el pueblo que da nombre al valle, relacionada con el célebre Santuario de San Miguel de Aralar, donde van tradicionalmente las parejas que desean descendencia en peregrinación. El lugar, con su espléndido y verde paisaje, tiene culto religioso seguramente desde la antigüedad prerromana y fue reutilizada en el Bajo Imperio Romano por el cristianismo. Se cuenta la de Aralar entre una serie de apariciones de San Miguel, arcángel de los ejércitos celestiales, en el Occidente tardoantiguo, desde el Monte Gargano a Avranches Mont Saint Michel. El contexto de estas apariciones era obviamente el de las dificultades bélicas y epidémicas de las incipientes comunidades cristianas. La evangelización de los vascones fue lenta y se impulsó desde Pamplona el culto, como el de la Virgen María. Aunque las referencias del santuario datan de época románica, sobre el siglo X-XI hay seguridad acerca de un culto anterior.

En el camino desde Pamplona al santuario había que atravesar la umbría comarca del Valle de Goñi. Existe una curiosa leyenda relacionada con este lugar y la fundación de San Miguel de Aralar: Teodosio de Goñi era un caballero que vivió entre finales del siglo VII y principios del VIII, coincidiendo con el desembarco de las tropas musulmanas en la península, con su mujer Constanza de Butrón. Cuando los árabes sitiaron la zona Teodosio fue llamado a las armas y su esposa se quedó en el castillo con sus suegros. Constanza tomó una habitación más modesta, dejando que la pareja durmiera en la habitación principal de la morada, con la cama de matrimonio. Tras vencer a las tropas árabes, Teodosio regresó a su casa y en el camino se le apareció un extraño peregrino –en realidad era el Diablo disfrazado, deseando sembrar cizaña– que le persuadió de que su mujer lo estaba engañando con un criado durante su ausencia. Encolerizado, Teodosio galopó hacia su castillo y al amanecer entró en su habitación y adivinó dos figuras durmiendo en su cama. Imaginando que eran su esposa y el criado, los apuñaló sin piedad y se marchó creyendo que su honor ha sido vengado. Luego se cruza con su esposa, que salía de misa. Al regresar sucede el reconocimiento de su trágico error y descubre los cadáveres de sus padres. Horrorizado, pide confesión al obispo de Pamplona, que lo envía a Roma: únicamente el Papa podría confesarlo y, en su caso, absolverlo del parricidio. Pero la penitencia que le impone el Pontífice es durísima: deberá andar errabundo por las tierras de la sierra de Aralar con unas pesadas cadenas atadas a la cintura. Solo cuando estas se acaben soltando quedará redimido.

El perdón de sus pecados

En ese deambular por los montes Teodosio se cruzó con el «herensuge», el dragón que respira fuego de la mitología vasca, que vivía en una cueva de la sierra y atacaba a los campesinos y sus animales. Para evitarlo, los aldeanos le pagaban un horrible tributo: una persona era abandonada en el bosque cada año para que fuera devorada. Pues bien, Teodosio, vagando por Aralar una noche tormentosa, encontró al hombre que iba a ser sacrificado y se ofreció como víctima propiciatoria en su lugar, quedándose enfrente de la cueva donde moraba el dragón. Al poco, escuchó cómo se aproximaba el monstruo desde el interior de la cueva, rugiendo terriblemente para devorarlo, pero Teodosio se postró de hinojos e invocó al arcángel para que le protegiera diciendo «¡San Miguel me valga!». Entonces apareció el arcángel con la cruz y mató al dragón al grito de «¡Nor Jaungoikoa bezala!» («¡Quién como Dios!»), jugando con la etimología del propio nombre hebreo del arcángel, Mï-kha-’El, que quiere decir exactamente eso. Entonces, Teodosio fue liberado de sus cadenas, que cayeron de golpe simbolizando el perdón de sus pecados. Tras volver a su castillo con Constanza erigió el santuario en honor del arcángel, llamado San Miguel in Excelsis. La leyenda del lugar fue recogida por diversos cronistas de la edad moderna y se popularizó sobremanera gracias a la novela «Amaya o los vascos en el siglo VIII». Es una hermosa leyenda para acompañar la visita al espléndido edificio románico –con su espectacular retablo del siglo XII–, pues todavía hoy se muestran las cadenas de Teodosio como reliquia.