Historia

La Iglesia creó la nación española

Al contrario que en otros países, el clero español luchó por todos los medios y antes que cualquier movimiento político por crear una España unificada

San Isidoro (1655), obra de Bartolomé Esteban Murillo (Catedral de Sevilla)
San Isidoro (1655), obra de Bartolomé Esteban Murillo (Catedral de Sevilla)La Razón

Resulta muy complicado, si se quiere realizar una investigación seria, separar el catolicismo de la idea de España. Lo cierto es que el catolicismo se encuentra unido inevitablemente con la historia y con la forma en la que se concibe nuestro país; tanto dentro como fuera de nuestro territorio. Y es que la Iglesia, antes que el Estado o el liberalismo del siglo XIX, empujó la idea de una España unida tanto en la fe, como a nivel político y territorial, incluso oponiéndose al papado. Desde la primera mención histórica de una idea de nación española, esta aparece enmarcada dentro de una identidad genuinamente cristiana y con unidad territorial. San Isidoro de Sevilla, Padre de la Iglesia, daba el pistoletazo de salida a esta idea en su obra «Historia gothorum» (Historia de los Godos). Ya en el siglo VII este obispo afirmaba que España (como nación) era naturalmente católica y debía estar unificada políticamente. Desde los Pirineos hasta el estrecho, de Lisboa a Valencia. Una unidad política y religiosa no sólo necesaria, sino el destino natural de los españoles.

Tanto era así, que la iglesia comenzaría la difundir, sobre todo en la Edad Media, un mito proveniente de la Biblia. Este recogía que los españoles descendían de Tubal, nieto de Noé y, por lo mismo, eran una suerte de escogidos de Dios. El profesor Mateo Ballester Rodríguez recoge brillantemente este concepto al afirmar que la historiografía religiosa establecía a los españoles como el «nuevo pueblo elegido». Esta idea dotaba a los hijos de España de un destino manifiesto como defensores de la cristiandad en el mundo entero, con la misión de lograr una entidad política independiente y propia. En este sentido, unificar el territorio sagrado escogido por los descendientes de Noé.

La Reconquista

Durante el convulso medievo español, con decenas de condados, reinos y ducados cristianos luchando entre sí, sería la Iglesia la que abogaría de nuevo por una causa común. El arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, en su libro «Historia de los hechos de los españoles», clamaba por recuperar la «España perdida» en manos de los musulmanes. Se debía unir a los monarcas de la península en nombre de una causa más grande que sus intereses particulares; expulsar a los musulmanes y unificarse en nombre de su destino común como pueblo.

La idea de la unificación de la península, primero con el objetivo de ser cristiana, pero con la visión final de una unidad política, se cristalizó en los Reyes Católicos y sus sucesores. Estos monarcas, de nuevo apoyados en altos clérigos, construyeron una narrativa de victoria en la que, a través de la unificación, primero de Granada, y luego de Portugal con Felipe II, se había logrado el objetivo final de la nación española.

No obstante, tal vez el caso más representativo se encuentre en el siglo XIX, entre el crecimiento del liberalismo y los movimientos nacionalistas. En este momento, se observa la gran diferencia entre el clero español y el del resto de Europa. Mientras que el papado abogaba por evitar la nacionalidad en nombre de la universalidad del cristianismo, el clero español continuaba defendiendo la idea de España como el objetivo último. Frente a los sacerdotes italianos, por ejemplo, que atacaban la idea de la nación y se coaligaron para tratar de acabar con los intentos de la casa de Saboya de crear un país unido, el clero español luchó, tanto por las armas como con la palabra, para unir a la nación ante los intentos disgregadores.

Ejemplos hay desde la invasión napoleónica, con sacerdotes comandando brigadas por los montes en nombre de España, a las contestaciones dadas al papa por numerosos religiosos hispanos. Cabe mencionar aquí, entre muchos, al padre Francisco Jiménez, que condensaba a finales del XIX la idea de buena parte de los religiosos españoles al afirmar lo siguiente: «El amor a la Patria es grande y reverente, y heroico, y poderoso, sobre la muerte; porque la Patria es el dios de nuestros padres».

De tal manera, se puede observar como la unidad de la nación española nace de la mano de la Iglesia Católica, no del liberalismo o los intentos de políticos de cualquier ideología. Más se puede decir todavía: y es que la Iglesia luchó con todas sus armas por unificar la nación española y defenderla frente a cualquier amenaza. Al contrario de lo que diría Manuel Azaña, España no puede, por su propio origen, dejar nunca de ser católica.