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Historia
¿Quién fue el "Papa niño"?
Rozaba la veintena cuando fue nombrado Sumo Pontífice, aunque en su historia queda el ser considerado uno de los peores

La fecha: 1032. Su padre el conde Alarico III colocó a Benedicto IX en el mismísimo solio de Pedro tras sobornar a la Curia entera, cuando Teofilatto era aún adolescente.
Lugar: Roma. El sacerdote e historiador francés Louis Duchesne afirmaba que «el “Papa niño” manifestó una precocidad inusual para todo tipo de mal».
La anécdota. El destino se apiadó de su alma al final, reservándole el retiro como monje de San Basilio, en Grottaferrata, donde tuvo oportunidad de reconciliarse.
Benedicto IX bajó la mirada como un niño cuando los ojos de San Bartolomé se clavaron en los suyos como dardos de fuego. Al Abad del Monasterio italiano de Grottaferrata, en las proximidades de Frascati, no le importó reprender con dureza a todo un Papa de la Iglesia.
Aseguran que San Bartolomé tenía más razón que un santo, valga la redundancia, a juzgar porque Benedicto IX se ganó a pulso que se le siga considerando hoy uno de los peores Papas de la historia con permiso de Juan XII. Su propio padre, el conde Alarico III, miembro de la conocida familia de los Túsculo, le colocó en el mismísimo solio de Pedro tras sobornar a la Curia entera cuando Teofilatto era todavía un adolescente.
No tenía doce años exactamente en el momento de ceñirse a las sienes la tiara papal, como pensaba Rodolfus Glaber, pero sí era demasiado joven, hasta el punto de ganarse el apelativo de el «Papa niño» entre algunos historiadores.
Sabemos con certeza los años de sus tres nombramientos papales, porque con la misma facilidad con que fue designado a dedo dejó de ser pontífice de modo fulminante también: 1032, 1045 y 1047. Hubo quienes no titubearon al considerarle «un demonio disfrazado en la Silla de Pedro». El sacerdote e historiador francés Louis Duchesne afirmaba, sin ir más lejos, que nuestro protagonista fue «un mero golfillo que con los años de pontificado se convirtió en un ser agresivo», añadiendo, por si fuera poco, que «el “Papa niño” manifestó una precocidad inusual para todo tipo de mal».
Duchesne no era, precisamente, un cualquiera en el mundo académico: además de reconocido filólogo, fue elegido miembro de la Academia francesa en 1910 y comendador de la Legión de Honor. El propio San Bartolomé ya le advirtió a Benedicto IX que no le quedaba mucho tiempo como Papa, a juzgar por su licencioso comportamiento, recordándole que sólo el sacramento de la reconciliación podía ayudarle a morir en gracia de Dios y alcanzar el Paraíso.
En su primer período como pontífice, entre 1032 y 1044, Clemente hizo de todo. Le acusaron de libertinaje y de ser un vicioso, y hasta de practicar el pecado de incesto con su propia hermana. Llegó un momento en que fue depuesto por Silvestre III, viéndose obligado a refugiarse en Grottaferrata, donde conoció al abad y futuro santo, sintiéndose impresionado por su admirable clarividencia.
Supremo pastor
Más tarde, los condes de Túsculo le obligaron a regresar a Roma. Sucedió a la muerte de Silvestre III, en 1045, cuando comenzó su segundo pontificado. Obedeció al principio, pero al cabo de tan solo un mes escapó de todas aquellas intrigas para desposarse con una mujer y dejar a su primo Gregorio VI como supremo pastor del redil terreno. Huyó así con los bolsillos repletos de libras de oro, tras vender su cargo pontificio al entonces arcipreste Juan de Graciano, convertido en Gregorio VI.
Ávido de poder, al año siguiente trató de retomar su pontificado derrocando a su primo, pero el rey Enrique III convocó el Concilio de Sutri que acordó la expulsión inmediata de Benedicto IX de Roma. Aun así, él no se dio por vencido y logró hacerse con un tercer mandato, desde noviembre de 1047 hasta julio del año siguiente. Aconteció a la muerte de Clemente II, quien sucedió a su primo Gregorio VI. Hostigado por los suyos, Benedicto IX reclamó sus derechos y retornó finalmente a Roma.
Su llegada a la Ciudad Eterna provocó graves enfrentamientos entre los dos clanes rivales: los túsculos y crescencios. Estos últimos se oponían con uñas y dientes a su elección forzada y declararon la guerra despiadada a sus nobles enemigos, la cual no cesó hasta que Benedicto IX abandonó para siempre la ciudad.
Entre tanto, el pontífice celebró varios sínodos en Spello, Marsella y Roma. Pero no se libró de ser expulsado de Roma y excomulgado de la Iglesia Católica el 17 de julio de 1048. El destino pareció apiadarse de su alma al final, reservándole el retiro como monje de San Basilio, en Grottaferrata, donde tuvo oportunidad de reconciliarse con su conciencia antes de fallecer, el 18 de septiembre de 1055, sin haber cumplido los cuarenta y tres años.
En la Abadía de Grottaferrata se conserva hoy un canto litúrgico a San Bartolomé que alude, precisamente, a la relación de éste con el pontífice Benedicto IX: «Cuando viste al Romano Pontífice destronado, supiste, padre, persuadirle para que renunciase a la tiara y acabase felizmente sus días en un monasterio».
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