Malvados de la Historia (I)

Robespierre, el incorruptible que trajo el gobierno del «terror»

Creía en la virtud y en aras de los ideales convirtió la revolución en una dictadura donde se guillotinaba a cuarenta personas al día

Maximilien Robespierre
Maximilien RobespierreParis Musées

La figura de Maximiliano Robespierre ha ido siempre entre dos extremos. Unos le presentan como el tirano que adulteró la democracia y pervirtió la República convirtiéndola en Terror. No les falta razón. Otros ven en el jacobino a un líder revolucionario que acabó con el Antiguo Régimen, un sistema que lastraba al pueblo francés, e inspiró a varias generaciones para cambiar la historia. Cosa que también es cierta. En el medio está la virtud, nunca mejor dicho. Maximiliano fue un niño disciplinado y serio de una ciudad de provincias, Arras, donde nació en mayor de 1758. Estudió Leyes y llegó a ser juez penal. Se granjeó fama de defensor de los humildes y se hizo un nombre como escritor y orador. Su ambición le animó a presentarse a las elecciones para la reunión de los Estados Generales. Salió elegido. Ante los otros representantes defendió la democracia «rousseauniana», muy distinta a como la entendemos hoy, ya que estaba basada en la voluntad general, no el pluralismo, y la construcción legislativa del hombre nuevo.

[[H2:El «intrumento» político]]

En los dos primeros años de la Revolución, entre 1789 y 1791, defendió los derechos del hombre, la abolición de la pena de muerte y de la esclavitud, así como rechazó el anticlericalismo. No obstante, su concepto de la violencia como un instrumento para el logro de políticas concretas o como el ejercicio del ajuste de cuentas por la explotación histórica, no aventuraban nada bueno. Al tiempo, Robespierre colocó la virtud por encima de la democracia, lo que justificaba la dictadura. Como es conocido, en 1793 dio un golpe de Estado con las masas populares bien dirigidas, e instauró la dictadura del Comité de Salvación Pública. La situación de Francia parecía aconsejar la tiranía para hacer frente a la invasión francesa y al colaboracionismo de los monárquicos y republicanos «dudosos». Fue así que dijo «el gobierno revolucionario debe a los buenos ciudadanos la protección del Estado; a los enemigos del pueblo sólo les debe la muerte». Instauró el Terror como una forma de gobierno, y elaboró la Constitución de 1793, que nunca entró en vigor, pero que establecía lo que llamamos «derechos sociales».

Robespierre fue pragmático en el gobierno. No llegó a los cálculos que hacía Fouché, pero casi. No mintió, sino que cambió de opinión. Tuvo una estrategia muy práctica, aunque no novedosa. Liquidó a los defensores de los derechos sociales y de la planificación económica cuando lo necesitó. Persiguió a izquierda y derecha, lo que explica la maniobra de la Convención para quitárselo de encima.

Narcisismo

Maximiliano tenía una personalidad narcisista, con un exceso de arrogancia y ansiedad, que le llevó a combinar el miedo con la crueldad hacia sus adversarios. La cantidad de víctimas es escalofriante. Algún historiador marxista relativiza las muertes, como Eric Hobsbawn, que llegó a escribir que «su volumen de crímenes» fue «relativamente modesto». Cierto, los dictadores inspirados por el marxismo mataron mucho más. Colin Jones, reciente biógrafo, dice que matar se convirtió en un atributo normal del gobierno, y que comparado con otros sitios no fue para tanto a pesar de que se guillotinaron 40 personas al día.

Su modelo es el clásico que siguieron los dictadores totalitarios desde 1917. Manejaba toda la información de lo que ocurría en Francia y lo que hacían sus dirigentes. Colocó a los suyos en la administración del país para que hubiera una simbiosis entre el Gobierno y el Estado. Fue una auténtica colonización de las instituciones públicas que le permitía controlar la ejecución de sus políticas en todos los niveles. A esto añadió una enorme capacidad propagandística basada en el culto a la revolución, al republicanismo fundado en el jacobinismo, y, al fondo, a su persona. Era «El Incorruptible». Consiguió así una tropa de feligreses muy duros, que incluso dieron la batalla el 9 Termidor, cuando la Asamblea inició un golpe para arrebatarle el poder. Fue ejecutado el 28 de julio de 1794. Dejó tras de sí muchos cadáveres, una República moribunda, un país exhausto, y un buen puñado de escritos sobre la revolución y la democracia.

Robespierre, a pesar de todo, fue un político funesto. Su idea de defender la República por encima de los derechos humanos y de la libertad empujó a la sociedad francesa a desear un dictador. Creó franceses que añoraban la seguridad del pasado y la estabilidad institucional. Primero fue la reacción termidoriana, y luego, bajo el miedo a una revolución jacobina, fue cuando llegó Napoleón con un golpe de Estado que aplaudió toda Francia.