Ian Gibson: «Mi obligación moral era investigar el asesinato de García Lorca»
El biógrafo del poeta granadino y Dalí narra sus memorias en «Un carmen en Granada», ganadoras del Premio Comillas
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A Ian Gibson le debemos las biografías de algunos de los nombres más importantes de la cultura española del siglo XX, como Federico García Lorca, Salvador Dalí, Antonio Machado o Luis Buñuel, además de la resolución de varios episodios de la Guerra Civil, como el asesinato de Calvo Sotelo o la matanza de Paracuellos. Pero en su nuevo libro, el hispanista se adentra en su propia vida. Eso es lo que encontramos en «Un carmen en Granada», obra con la que ha sido galardonado con el último Premio Comillas.
Parece obligado empezar preguntándole qué resulta más difícil, escribir sobre los demás o sobre uno mismo.
Mirar mi propia vida ha sido difícil. En una biografía inviertes diez años buscando documentos, entrevistando a gente, pero aquí no puedes hacer eso. En este libro estoy solo con mis recuerdos. Busco en mi infancia, en el dolor de un matrimonio malavenido que fue el de mis padres, con la influencia de un puritanismo religioso de largos domingos en los que no podías ir en canoa porque era pecado o estaba suprimido todo lo relacionado con las funciones del cuerpo. Sentía la necesidad de contar todo esto. Aún no sé si he traicionado un poco a mi familia haciéndolo.
La estructura de su libro me ha recordado a la de su biografía de Dalí: una gran atención a la infancia y juventud, mientras que los capítulos sobre la madurez son más rápidos.
No son estas unas memorias completas. Decidí llevarlas hasta el año en el que publiqué mi primer libro, el que dedico al asesinato de Lorca, tal vez con la posibilidad de ampliar hasta una segunda parte. Aquel libro fue un triunfo editorial que cruzó la frontera. No había pensado lo que me dice de Dalí, pero lo que sucedía es que me empecé a aburrir con el artista más allá de los años treinta, que es entonces el gran Dalí, el que me interesa.
El año clave es 1957: encuentra en Dublín un ejemplar con el «Romancero gitano», lee por primera vez el «Ulises» de su paisano Joyce y viaja a España.
Claro. Estamos en los cincuenta en un Dubín muy reprimido por la Iglesia. Estoy en el Trinity College, que es una fundación protestante donde no se permite que vayan los católicos. Era un Dublín muy reprimido, el «Ulises» estaba prohibido, y yo lo conseguí bajo cuerda en un golpe de suerte. Fue entonces cuando mi vida empezó a cambiar en ese curso donde conocí la obra de Rubén Darío. Dudaba entre ir a Francia, pero ocurrió el descubrimiento de Darío y, más tarde, del «Romancero gitano».
¿Hasta dónde el metodismo ha influido en su vida?
Llegó al punto en el que yo creía que Cristo me llamaba para ser pastor. Me lo inculcaron tanto que creí que la versión metodista era la correcta, la auténtica del cristianismo. Éramos como una secta pequeña. Tenía la convicción de que teníamos razón. A veces a la iglesia venían predicadores que preguntaban: ¿Hay aquí un joven al que ha llamado Cristo? Yo me decía si sería yo. Si no acudo a la llamada, ¿será la muerte? Creía en todo esto, pero es que estaba saturado del metodismo con, por ejemplo, ese miedo al alcohol. Mi padre llegaba a decir que en las bodas de Caná no se sirvió alcohol, sino mosto de Jerusalén. El alcohol se convirtió para mí en un terror. Cuando probé por primera vez una copa de Jerez me di cuenta de que mi padre tenía razón, porque el alcohol libera.
Son conmovedoras las páginas que dedica a su hermano Alan.
Sin mi hermano no estaríamos hablando ahora mismo. Descubrir en el seno de una familia metodista que tu hermano –él era cinco años mayor que yo– era «queer», la palabra que se utilizaba en ese momento, era terrorífico. Incluso llegué a temer si yo también lo era. Fue una prolongación del lavado de cerebro del metodismo.
En 1965 se trasladó con su familia a Granada para escribir una tesis sobre los primeros textos literarios de Lorca.
Me decía que si iba a Granada a investigar tenía que ser en un carmen, una típica casa con jardín en esa ciudad. Tuve la suerte de coincidir con Sanford Shepard, un judío maravilloso, que me habló de un carmen maravilloso, un paraíso secreto que se convirtió en mi base de operaciones.
Pero pasó a investigar sobre el asesinato del poeta.
Pensé que era mi obligación moral. Cuando acepté ese reto empezó esa vocación. Fue el día y la noche hablando y bebiendo con gente que había matado en Granada. Fue algo obsesivo.
¿Quién sería Ian Gibson sin Federico García Lorca?
No me concibo sin él, sin Federico. Fue un elemento fundamental de mi vida. Conozco y releo su obra. Fíjese en el mensaje de amor que emana de su obra. Lorca no es un problema para la derecha porque su mensaje es cristiano y fraternal: habla de amar al prójimo como a uno mismo. Es el poeta que más me fascina, y llegó en un momento en el que tenía que encontrar mi camino. Quiero tenerlo cerca. Hay que encontrar sus restos...