Johnny Cash, el hombre negro sobre blanco
Un libro permite conocer los cuadernos de uno de los grandes iconos musicales de todos los tiempos
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Nombrar a Johnny Cash supone citar a uno de los gigantes que ha dado la música en el siglo XX, alguien que con sus canciones y su manera de interpretarlas supo dejar una huella seguida por muchos, como ha demostrado con creces quien está considerado como uno de sus discípulos más aventajados, alguien llamado Bob Dylan. A lo largo de su larga carrera, en la que conviven el bien y el mal, el cielo deseado y el infierno privado, Cash escribió alrededor de más de mil doscientos temas, algunos de ellos clásicos, como «I Walk the Line», «Man in Black» o «Folsom Prison Blues». En el vigésimo aniversario de la muerte de este mito, Libros del Kultrum nos ofrece la posibilidad de adentrarnos en su taller de trabajo en un extenso e imponente volumen del compositor. «Johnny Cash. La vida en letras» es una cata a partir de 125 temas al cancionero de este poeta a partir de un intenso trabajo de archivo firmado por John Carter Cash, hijo del músico, y Mark Stielper, además de la labor de Miquel Izquierdo como traductor.
En este viaje musical, el volumen nos lleva a sus inicios en Sun Records, el mítico sello de Sam Phillps donde Cash coincidió con un novato y desconocido Elvis Presley, hasta el prácticamente el final de sus días, porque nuestro protagonista, pese a los muchos excesos que conoció en su biografía y de los que da buena muestra en sus memorias, se bebió la vida sorbo a sorbo, canción a canción hasta que la muerte llamó a su puerta, la misma muerte que cuatro meses antes se había llevado a su eterna y sufridora compañera June Carter.
Explica John Carter Cash que la creatividad la obtenía su padre a través de dos fuentes inspiradoras: la música góspel y la Biblia. Era lo que le quedaba de una infancia nada sencilla y en la que, como escribe su hijo, «la música fue un acicate para poder ir tirando y dar cierto sentido a la vida. De noche en la cama se ponía a leer los salmos de David y, mientras todos dormían, se inventaba melodías para acompañar la lectura». Pero la primera canción «oficial» del gigante llegó en 1954, con 22 años, un tema titulado «Belshazzar» que grabó en Sun Records, el estudio de Memphis donde habían nacido musicalmente los sones rockeros de Elvis. Lo que interpretó Cash fue propio de un aspirante a cantante góspel con una composición basada en el Libro de Daniel del Antiguo Testamento.
El blues de la cárcel
Poco después, siguiendo el consejo y el oído de Sam Phillips, el dueño de Sun Records, llegó la primera composición profesional de Cash y la primera con la que se volcó el estudio de Memphis. El joven músico había probado «Wide Open Road» en algunos pequeños locales del noreste de Arkansas. A partir de ahí surgieron éxitos y aplausos, como los provocados con «Hey, Porter!» o «Cry! Cry! Cry!», ambas composiciones de 1955. Fue precisamente en ese año, mientras Phillips insistía en repetirle la frase «traéme algo original», cuando el músico escribió uno de sus mejores temas: la historia de un asesino sin escrúpulos que se desesperaba al escuchar el silbido de un tren. Era «Folsom Prison Blues». En febrero de 1956 entró con fuerza en el Top 10 de las listas nacionales, alargando su permanencia hasta junio. Muchos vieron en esos versos, algo o mucho de autobiográfico, pero Cash nunca mató a nadie «solo por verle morir». Algún tiempo después, en 1968, pudo cantar esa y otras composiciones en la mismísima prisión de Folsom en un concierto que dio lugar a uno de los álbumes más celebrados de su discografía.
Gracias al libro también podemos seguir la pista de la que la revista «Rolling Stone» calificó como la mejor canción de country de todos los tiempos. Hablamos de «I walk the line», toda una declaración de principios sobre lo que era su propia honestidad, lo que para él suponía vencer a todo tipo de tentaciones, especialmente las que podía proporcionarle el éxito. Fue la promesa que le hizo a su auditorio.
Pero si hay una canción que define el ideario de Johnny Cash esa es la que ha servido para dibujar su iconografía, la que dibuja el retrato con el que ha pasado a la historia tan gran poeta. Es «Man in Black», es decir «Hombre de Negro», un manifiesto musical con el que alzó su voz en un momento nada fácil para Estados Unidos, cuando el país estaba claramente marcado por diferencias sociales con la guerra de Vietnam como telón de fondo. Él mismo aseguraba en aquel entonces que «todos quieren algo de mí, pero ya no me queda nada que dar. Todos me dicen quién debería ser». En aquel momento, en 1971, Cash tenía su propio programa de televisión y un día, mientras preparaba con su equipo el capítulo que iba a estar dedicado a los jóvenes, reconoció nervioso que «los chicos quieren algo auténtico. Quiero que vean y escuchen a mi yo verdadero, no a quien los otros dicen que soy». Uno de los miembros del equipo le espetó: «Pues diles quién eres. ¡Dile a todo el mundo quién es Johnny Cash!». Tras esas palabras, Cash se levantó y se encerró en su dormitorio. Tres horas más tarde salía de allí con una canción perfecta, con uno de los himnos de su cancionero. Para muchos con «Man in Black», el cantante estaba dirigiéndose directamente al entonces presidente de Estados Unidos Richard Nixon.
En los últimos años de su vida, Cash conoció un éxito tardío gracias a una serie de discos grabados de la mano de Rick Rubin. En ellos el cantante establecía su canon musical con temas de otros, pero también propios como «She Sang ‘‘Sweet Baby James”», el penetrante relato que dedicaba a una madre soltera que no encontraba apoyo alguno, salvo cantando «Sweet Baby James», una balada de James Taylor. Cabe decir, como ahora podemos saber gracias a este volumen, que Johnny Cash no tenía apenas discos suyos en audición en su casa, pero sí los de aquellos a los que admiraba, como son Carl Perkins, Bob Dylan, Leonard Cohen, Bruce Springsteen o Sting, entre muchos otros.
El cancionero creado por Johnny Cash nos lo expone como alguien que, en sus propias palabras, era «dos personas. Johnny es el tío majo. Cash es el follonero. Y pelean». Como recuerda su hijo, era un hombre de Dios, pero se autodefinía como «el mayor pecador», algo que para él era un gran dolor.
Al final de su vida, ya viejo, ciego, cansado y enfermo, Johnny Cash siguió buscando apoyo y consuelo en las palabras. Ya no era capaz de escribir, pero memorizaba las letras hasta repetirlas una y otra vez hasta, como reconoce su vástago, encarnarse en ellas. Ahora, leyendo su obra, al menos una antología de la misma, por un momento podemos soñar no en encarnarnos en él, pero sí en conocer el espíritu de un gigante. La reproducción a toda página de las hojas arrancadas de sus libretas, con letras escritas de un tirón, sin apenas tachadura alguna, es poder conocer la estela de un alquimista de la música, del verdadero hombre de negro.
La mayor historia de amor que hubo
►El libro también nos permite conocer la que está considerada como «la mayor historia de amor que hubo»: la relación entre June Carter y Johnny Cash. Como dice su hijo, «su amor fue una fábula». El músico se enamoró de June tras escucharla cantar en la radio. Soñó como sería su aspecto y no se equivocó. El mismo John Carter Cash reconoce que «la relación estuvo a punto de romperse en más de una ocasión, pero permanecieron juntos».
June murió unos pocos meses antes que él. Johnny le siguió escribiendo cartas de amor cada día, muchas de ellas con borrones consecuencia de las lágrimas soltadas mientras las redactaba. Ella, quien dejó un delicado libro de memorias sorprendentemente inédito en nuestro país, fue una música avanzada para su tiempo. Tocaba el piano, la guitarra, la cítara diatónica, la mandolina y el banjo, además de ser recordada como una excelente actriz. A ella le debemos uno de los grandes éxitos de Johnny Cash al ser la autora de la letra de ese clásico llamado «Ring of Fire». En un último saludo en el escenario, la pareja apareció unida en el vídeo del tema «Hurt». June se irritó al ver a su marido con aspecto tan frágil en esa filmación.