Sección patrocinada por sección patrocinada
Historia

Historia

Las mujeres de los tercios

Esposas, hijos, vendedoras y prostitutas se entremezclan con los soldados en esta escena de campamento del «Sitio de Ostende», de Cornelis de Wael, Museo del Prado
Esposas, hijos, vendedoras y prostitutas se entremezclan con los soldados en esta escena de campamento del «Sitio de Ostende», de Cornelis de Wael, Museo del Pradolarazon

Esposas, amantes, hijas, cantineras, prostitutas... todas ellas desempeñaban un relevante papel en la vida de estas unidades militares

«Quien se casa habiendo de andar tras una bandera o estandarte vivirá lacerado», comentaba un tratadista militar de la época, y añadía que por culpa de las mujeres, los hombres «se vienen a matar más fácilmente que por ninguna otra cosa»; otro, que los motines se producían especialmente en las campañas largas, cuando los soldados «se acompañaban con las mujeres y se llenan de hijos». La constancia de estas críticas en los escritos evidencia una realidad inapelable, la nutrida presencia de mujeres en los ejércitos de la Monarquía Hispánica en los siglos XVI y XVII. Y sin desdeñar a las «mujeres públicas» –para las que existía una amplia gama de nombres, desde «metresa» a «quiraca»–, los soldados de los tercios, unidades permanentemente destinadas fuera de España, tendían a establecer relaciones duraderas, bendecidas o no, en la región donde se hallasen una vida estable, a veces paralela a la que habían dejado en su tierra.

Si la itinerante vida de un soldado del Siglo de Oro ya era de por sí difícil, expuesto a mil avatares y siendo los sueldos cortos y pagados con retraso, no digamos llevando consigo mujer e hijos. Pero por raro que pueda parecernos en el siglo XXI, estamos ante un fenómeno tan común en la época que estaba regulado; en 1632 se fijó para los tercios que la sexta parte de los hombres estuvieran casados. Hay algunos datos reveladores. Cuando los tercios salen de Flandes en 1577, llevan consigo «treinta mil cabezas», denominación que incluía tanto el ganado como familias enteras. En 1599, tras sofocarse un motín, se destierra de los Países Bajos a todos los que participaron en él. Muchos españoles, sin embargo, intentaron quedarse, «vencidos de las lágrimas de sus mujeres e hijos, y del cariño de aquellos Estados, a quien tenían más amor que a sus propias patrias». También se podría traer a colación el caso de la numerosa compañía femenina que acompañó a la guarnición capitulada en Amiens. Había incluso casos de prostitutas que, sin dejar su trabajo, tenían un amigo fijo, con el que había fundado una familia sui generis.

Historias de amor, sexo y violencia. Es significativo que las memorias contemporáneas están llenas de alusiones a mujeres. A veces son historias románticas. Otras, crueles. El pícaro Miguel de Castro no vacila en envenenar a una amante, para que no le delate, mientras que el célebre Alonso de Contreras atraviesa con la espada a su esposa, y a su querido. Tampoco escaseaban los duelos por cuestiones de faldas. No obstante, se comentaba de los soldados que, lejos de ser Don Juanes, eran «amantes nuevos, siendo mejores para pelear con los enemigos que para enamorados».

La vida de las mujeres que deambulaban de un lado a otro siguiendo a las tropas tenía que ser terrible. Como Beatriz de Mendoza, que se había unido al ejército en tiempos de Don Juan de Austria. Llegó a Flandes procedente de Italia, en una carroza que, para atravesar el paso de San Bernardo, tuvo que ser desarmada y vuelta a armar varias veces. Cuando no la utilizaba, cabalgaba una «hacanea con sillón de plata y gualdrapas de terciopelo bordada con mucho oro». Nunca dejó de acompañar a los tercios, y en el sitio de Maastricht recorría las trincheras repartiendo a los soldados pan, queso, vino y cerveza. Al final, «murió en una caballeriza sobre un haz de paja», a pesar de haber sido amante de «muchos príncipes y señores, de maestres de campo y de capitanes».

Para saber más

«DE PAVÍA A ROCROI»

Julio Albi de la Cuesta

DESPERTA FERRO EDICIONES

440 páginas,

24,95 €