Crítica de libros

Dicker es un reloj suizo

Dicker es un reloj suizo
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Que nadie busque la continuación de un fenómeno como «La verdad sobre el caso Harry Quebert» y procuren leerla como una unidad independiente. Es cierto que el protagonista es el mismo Marcus Goldman aprendiz de escritor y detective accidental, como también lo son los escenarios de la Costa Este estadounidense, el estilo, la tensión narrativa, los saltos en el tiempo, el ritmo, la elaboración de los personajes, o la precisión suiza que adorna la prosa de este novelista. Pero no es una secuela. Tampoco, en esta entrega, estamos ante un relato detectivesco aunque se sirva del suspense para que su protagonista pueda rememorar la vida del Clan Goldman, y sus diferencias sociales, casi a modo de folletín contemporáneo. Pero en esta ocasión, pesan más los sentimientos que la propia intriga.

Asistimos cómo, a fuerza de inciertas decisiones, se desmiembra un clan familiar. Y el mismo Marcus Goldman, protagonista y narrador, rememora la vida de su árbol genealógico. La novela arranca con su primo Woody a punto de ingresar en prisión, con el que pasa su último día en libertad por Baltimore. Al regresar a casa, recibe una llamada desesperada de su tío Saul, que le comunica que ha sucedido algo muy grave.

No es difícil vislumbrar en la maquinaria de esta concepción narrativa, las influencias de Philip Roth y la de Nabokov, así como remotos ecos de «Los Buddenbrooks», de Mann, pero con una melodía propia, misteriosa e introspectiva.

Al final de la novela, el protagonista descubre que el sentido del drama de su familia consiste en que él, como escritor, lo convierta en tinta y que la literatura sea un linimento para él y sus fantasmas. Apostaría a que volveremos a ver a Marcus Goldman con relativos problemas de creatividad, lo que sería toda una celebración.