Novela

El mal salvaje

Andrés Barba desmitifica la niñez en «República luminosa», Premio Anagrama

El mal salvaje
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Una visión inquietante de la infancia constituye un eficaz resorte narratológico, porque transgrede la noción angélica y candorosa de esos primeros años, despojando a este tópico de su arraigada conmovida sentimentalidad. Basta pensar en escalofriantes películas como la británica «El pueblo de los malditos» (1960), de Wolf Rilla, y la nueva versión de 1995 a cargo de John Carpenter; o «¿Quién puede matar a un niño?» (1976), de Narciso Ibáñez Serrador. La literatura ha inspirado, como es el caso de «Otra vuelta de tuerca», de Henry James, filmes como «Suspense» (The Innocents, 1961), de Jack Clayton, o «Los otros» (2001), de Alejandro Amenábar. Historias estas que desmontan la imagen de una encantadora niñez, felizmente acomodada a un complaciente imaginario social. Contravenir este arraigado lugar común no es fácil, pero lo ha logrado Andrés Barba (Madrid, 1975) con «República luminosa», Premio Herralde de Novela. El protagonista relata, veinte años después, su llegada, junto a su mujer e hijastra, al pueblo tropical de San Cristóbal, como director del Departamento de Asuntos Sociales; desde este cargo vivirá un insólito suceso: surgen de la selva treinta y dos niños de origen desconocido y aviesas intenciones; asaltan un supermercado, hieren gravemente a quienes se les enfrentan y, lo peor, desasosiegan con su amenazadora presencia. Tienen un lenguaje propio, un enigmático código conductual, imprevisibles reacciones, hipnótica mirada y desafiantes expectativas. Estos episodios despertarán prejuicios, violentas represalias y desquiciadas neurosis colectivas.

Esta novela es una fábula desmitificadora de la bondad natural del buen salvaje, una reflexión sobre las limitaciones morales de la condición humana. Acuden a este relato referentes como el de Rómulo y Remo, alimentados por una loba, y se encuentran latentes historias reales como la de Víctor de Avey-ron, el niño encontrado en un estado bestial en los bosques de Francia en 1790, y que Truffaut llevaría al cine en «El pequeño salvaje» (1970). Estas páginas se interrogan sobre la función del recuerdo, porque estos acontecimientos los rememora el protagonista pasados los años, y esa evocación matiza, edulcora o agrava las circunstancias. Impera la necesidad de una explicación: «¿Por qué no contemplar la posibilidad –por remota y fantasiosa que parezca–de que la naturaleza estaba preparando en aquellos niños un tipo de civilización nueva y ajena a esta que defendemos con una pasión tan inexplicable? Las veces que he tenido ese pensamiento me he transportado mentalmente a aquellos meses, a la forma en que todo debió de cambiar para aquellos niños en el interior de la selva: la luz, el tiempo, quién sabe si el amor» (pág. 83).

En una atmósfera de suspense, con giros de la trama, intencionada crítica social, prosa clásica e inmejorable ritmo, se desarrolla una metáfora sobre la niñez, las convenciones cotidianas y el orden establecido. «La infancia es más poderosa que la ficción» (pág. 85). Probablemente, pero ésta asedia a esos otros mundos que también están en este.

sobre el autor

Novelista adscrito a un realismo metafórico, de lograda penetración psicológica e intencionada crítica social.

ideal para...

Cuestionar y relativizar arraigadas convicciones colectivas, como la posible bondad natural del ser humano.

un defecto

Ninguno que sea de una sensible importancia.

una virtud

La perfecta conjunción que existen en la narración entre los contenidos narrativos y la reflexión teórica.

puntuación

9