Crítica de libros

Gil de Biedma, una vida sin fecha

Gil de Biedma, una vida sin fecha
Gil de Biedma, una vida sin fechalarazon

Al cumplirse veinticinco años de la muerte de Jaime Gil de Biedma (1929-1990) se cierra un demorado y algo aparatoso proceso memorialístico. En 1974 se publicaba su incompleto «Diario del artista seriamente enfermo» y, póstumamente, en 1991, ya aumentado y sin censura alguna aparecía la versión definitiva del «Retrato del artista» en 1956. Aparecían aquí sus principales temas y referentes vitales: el paso del tiempo, la creación poética, la pulsión homosexual, su solvencia profesional al frente de la Compañía de Tabacos de Filipinas, el esteticismo de la mala vida, el compromiso antifranquista, su adscripción al realismo lírico, el perdurable valor de la amistad o su infatigable búsqueda de la felicidad. Y, finalmente, se publica, junto a estos textos ya conocidos y bajo el título unitario de «Diarios 1956-1985», un conjunto inédito del máximo interés, formado por «Diario de Moralidades», textos escritos entre 1959 y 1965 al hilo de la composición de este poemario; «Diario de 1978», balance autocrítico de la propia actividad creadora y su posible agotada inspiración; y un breve, aunque impresionante «Diario de 1985», con el poeta hospitalizado en París, enfrentado a sus miedos íntimos ante la enfermedad y la muerte.

En estas apasionantes páginas que ahora ven la luz, en inteligente edición de Andreu Jaume, asistimos a la creación de emblemáticos poemas como «Ribera de los alisos», «Pandémica y celeste» o «Apología y petición»; encontramos a Isabel Gil, la «Bel» que protagoniza en su poesía el enamoramiento que les unió; las lecturas comentadas de Espronceda, Alejo Carpentier, Jorge Guillén o Henry James; su clarividencia crítica ante el tardofranquismo; impagables retratos como el de Juan Goytisolo, en su ambivalente condición de adusto escritor y divertido juerguista; certeras apreciaciones, como la dedicada a la, ya entonces, estomagante «El último tango en París», de Bertolucci; la decisiva importancia, toda una categoría moral, de los grandes amigos: Carlos Barral, Juan Marsé, Ángel González, Jaime Salinas o Gabriel Ferrater; la mantenida admiración por Antonio Machado, todo un símbolo generacional para el grupo literario de los años cincuenta; o la minuciosa anotación de los propios estados de ánimo. En suma, un profundo examen autorreflexivo: «Ser feliz a mi edad es serlo como no lo había sido nunca: como estar en lo alto de un monte y ver el mundo, ver los tiempos; es la vida sin fechas; ayer, hoy y mañana, y el contemplador ya casi no soy yo. La maravillosa hermosura de la vida cuando por unos momentos coincide con ella misma.» (pág. 603) Unos «Diarios» de apasionante e imprescindible lectura.